Alfredo Gómez Cerdá. Ilustraciones: Blanca BK,
San Pablo, Madrid, 2010
Charlot es un tren actor. Le encanta el cine y se siente el tren más feliz del mundo cuando forma parte de alguna producción cinematográfica. Y es que Charlot no es un tren cualquiera, en absoluto, ya que ha formado parte de algunas de las más importante películas de todos los tiempos. No obstante, a él le gustaría ser más reconocido por los demás. A Charlot le encantaría ser considerado un artista. Carola, su maquinista y su confidente, le hace ver que a ella también le hubiera gustado ser bailarina de ballet clásico, pero que, por su físico, resultó imposible. No obstante, tanto Carola como Charlot hacen con mimo su trabajo, tienen en cuenta los detalles y se sienten a gusto en sus papeles. Son, por lo tanto, artistas.
Charlot, tras rodar una última película de amor, acaba llegando a la conclusión de que para que las cosas funciones hacen falta muchas personas, que suelen trabajar en el anonimato, pero que también son artistas. Y pone el dedo en la llaga cuando se pregunta si prefiere ser artista o famoso. Evidentemente, Charlot prefiere ser artista.
Un tren de cine es una historia destinada a los lectores desde 6 años que muestra que, en la vida, los detalles son importantes y que no hay que dejarse llevar por las primeras impresiones. Charlot, por ejemplo, es un tren que aparece en muchos planos y, sin embargo, la crítica solo se fija en los actores. Alfredo Gómez Cerdá plantea un buen tema de reflexión en torno a aquellos aspectos que pasan desapercibidos y que, sin embargo, son tan importantes como los que cobran protagonismo. La labor callada de Carola es básica para que Charlot se mueva bien y la capacidad de aguante de Charlot es esencial para los actores que actúan en sus vagones.
Un tren de cine está escrito en tercera persona por un narrador omnisciente que aprecia a sus personajes. Los niños disfrutarán con la figura de Charlot, un tren que sabe pensar, que tiene capacidad de elección y que aprende a madurar con cada actuación. Por otro lado, el relato presenta muchas notas de humor e ironía, además de aludir a algunas de las grandes películas del cine de todos los tiempos que han tenido al tren como tema principal. Alfredo Gómez Cerdá no da el nombre de la película, pero sí suficientes datos como para que se pueda identificar y, por supuesto, como para que los pequeños lectores, con la ayuda de sus padres o profesores, encuentren a qué película se refiere. Por lo tanto, es también un homenaje al séptimo arte, a la gran pantalla. Alfredo Gómez Cerdá alude a películas de vaqueros, pero también a Indiana Jones, que aparece en tono su esplendor, y a una película ya clásica como es “Con faldas y a lo loco”, entre otros títulos.
Los diálogos con los que adereza el autor el relato son directos y muestran el pensamiento y las ideas de los personajes. Que un tren con cualidades humanas sea protagonista enriquece el relato y hace que los lectores aprendan a mirar a su alrededor desde otras perspectivas.
Las ilustraciones Blanca BK, sin duda, enriquecen el relato y dan el contrapunto a las películas que se mencionan. Un gran acierto es el personaje de Charlot que se muestra como lo que es, un tren, aunque con rostro. Sus ojos, por ejemplo, son la parte más expresiva y, dependiendo de la escena o de su estado de ánimo, Blanca BK los dibuja de una manera o de otra. Son ilustraciones alegres, que destacan por su viveza.
Un tren de cine es la historia de un tren que trabaja llevando pasajeros de un lado a otro, pero que, de tanto en tanto, realiza películas de éxito. Pese a ello, Charlot ni se envanece ni quiere ser más importante que su maquinista. Ése es el valor implícito del relato, saber estar y saber ser, con independencia de los vaivenes de la vida y de la fortuna.
Se podría mencionar también el interés personal y literario que siente Alfredo Gómez Cerdá por los trenes y ése sería un buen tema de estudio. Varios son sus títulos que tienen que ver con el tren: Macaco y Antón, Cha-ca-pun, El tren saltamontes, Sin billete de vuelta… Acaso el autor madrileño vea en los trenes una metáfora de la propia vida, que es, al fin y al cabo, un viaje.
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