lunes, mayo 30, 2016

Europa...a mi manera,
Victoria Manzano,
Jákara Editores, 2013.

Hay tantos viajes como viajeros y tantas formas de ver un mismo lugar como sensibilidades. De ahí que la literatura de viajes sea tan apetecible porque te permite contemplar, con otros ojos, un paisaje que quizá ya conocías o que tal vez aún no has podido visitar. Algo así ocurre con el libro de Victoria Manzano quien, desde el presente, recuerda sus viajes por toda Europa. Su afán no es enciclopédico, sino más bien el de poner orden a unos recuerdos, a unas vivencias que, de otra manera, se perderían.
Desde Inglaterra  a Grecia, desde Italia a Rusia, desde Holanda a Suecia... pasando por Irlanda, Portugal, Rumanía, Yugoslavia, Bélgica, Alemania, Polonia... Victoria Manzano se ha calzado los zapatos de andar y se ha puesto las gafas de crecer y plasma, con una prosa directa y diáfana, algunos momentos de sus viajes, algunas anécdotas, algunas experiencias.
Dedica a cada país una estampa, un cuadro, por así decirlo, y desgrana el motivo del viaje (personal, meramente turístico, casual...), sus compañeras de viaje, los alojamientos y las curiosidades de cada lugar, ya sean los monumentos o aspectos más curiosos y vivenciales. 
Europa...a mi manera es, como reza el título, un intento de ofrecer, desde una perspectiva personal, aquello más llamativo, que no siempre ha de ser lo mejor, las señas de identidad de un país, de una cultura, de una manera de ver el mundo.
A Victoria le gusta mucho el cine y eso se plasma en sus recuerdos que asocia, ampliamente, con sus referencias cinematográficas.
En las páginas del libro también se advierte la propia evolución personal de la autora quien, desde su primer viaje, aún en el S. XX, hasta el último, en el S. XXI, ha cambiado, ha experimentado una transformación personal y ha madurado y eso se ve en la forma que tiene de recordarse a sí misma, con 30 años menos, por ejemplo. Ahí entra una arma poderosa que Victoria maneja con sal y salero: la ironía y el humor. No se toma a sí misma demasiado en serio, aunque sí se perdona errores y pequeñas torpezas, pero sabe reírse de lo que pasó y aprender la lección.
De alguna manera el libro, a través de los viajes, es también un diario, un cuaderno de memorias en el que los paisajes reales se unen a los estados de ánimo y, juntos, forman una visión particular, emulando a Frank Sinatra, "a mi manera". Uno no viaja solo para ver algo nuevo, sino para tomarse a sí mismo las propias medidas.
El libro está muy bien escrito, está bien documentado (introduce datos reales y precisos de cada lugar que relata) y se lee con creciente interés porque la Europa que nos descubre Victoria, con ser muy parecida a la que algunos podemos conocer, no es exactamente igual y eso aviva la imaginación y estimula la curiosidad. 
El paisaje, el paisanaje, la historia, la pintura, el cine, la gastronomía, los monumentos, las calles, la transformación de los pueblos y su evolución se dan la mano en Europa...a mi manera y nos regalan fragmentos de esta vieja Europa que, una y otra vez, renace de sus cenizas, pese a los gobernantes de turno.
Como bien dice la autora, "Al final, y como suele ocurrir, los buenos ratos pasados superaron con creces a los otros y el balance resultó altamente positivo".

domingo, mayo 22, 2016

Sueños de volar,
Teresa Marques - Fátima Afonso
Kalandraka, 2016

¿Qué ocurre con los sueños y los anhelos? ¿Los seguimos o nos resignamos a que no se cumplan? ¿Hay una edad en que se renuncia a los sueños? ¿Hay otra edad en que se añoran los sueños? Es más: ¿hay un momento en que se cumplen los sueños? O... ¿los sueños cumplidos engendran nuevos sueños?
Todas estas preguntas y alguna más se me vienen a la cabeza -y al corazón- tras la lectura de Sueños de volar. Si bien el libro se destina a niños desde 8 años, cualquier lector puede leerlo y debería hacerlo porque, en cuanto se abandonan las ilusiones, se deja de crecer y se comienza a envejecer.
La verdadera juventud está hecha de ilusiones, de retos, de pequeños estímulos, de nuevas posibilidades, de un sinfín de preguntas y otras tantas esperanzas. Hay un algo de duda, de sospecha, de enigma ante las posibilidades que nos conocemos y un mucho de miedo o espanto ante la idea de abandonar la zona de confort, tan conocida, tan mullida y tan... aburrida.
La joven protagonista del relato siente una llamada, algo que la empuja "hacia un destino sin mapa". Busca salir de sí misma y, en la metáfora del vuelo, encuentra una posibilidad de crecimiento, de cambio. Las aves son las elegidas para ayudarla a emprender el vuelo y estas mismas aves se encargan de hacerle "nacer deseos de soñar más alto". Está bien transcenderse y querer encontrar el camino propio, pero hay que ser realistas y no jugar con espejismos, con falsedades que no nos ayudan, sino que nos frustran y ahogan nuestros sueños. Algo parecido le pasa a esta chica que, de tanto soñar, se olvidó de ella misma, de sus verdaderos deseos. Y así, la narradora advierte que "Sin alas, el futuro soñado puede quedar escondido en el discurrir del tiempo". Hay que saber distinguir, como decía Antonio Machado, las voces de los ecos y  eso hace nuestra joven. Empieza su propio viaje y entiende que "Lo desconocido nos aguarda más allá de nosotros mismos".
Sueños de volar no alienta falsas quimeras, sino que abre puertas y ventanas y deja entrar el aire puro en nuestras vidas e invita a los lectores a lograr una manera de vivir en donde domine la esencia sobre la posesión. De una manera metafórica, así lo vamos entenfiendo. Quizá los pequeños no necesiten más explicaciones que la dejarse acariciar por las palabras y empezar sus propios sueños. Los adultos entenderán la parte simbólica y en sus manos, en nuestras manos, está el aplicarla.
En el relato se alude al vuelo que es uno de los temas que más ha estimulado al ser humano. Desde Ícaro, todos hemos querido volar y hemos deseado tener alas para ser libres. Porque se asocia la libertad con el vuelo. De ahí que la autora emplee está metáfora y la ayuda de las aves para que la joven inicie su destino. 
Las ilustraciones, de Fátima Afonso, son parte del viaje, parte de los sueños. Imágenes que invitan a la meditación, a la contemplación. El aire, el mar, la tierra se dan la mano para propiciar un momento de tranquilidad. Son iljustraciones balsámicas que nos permiten volar también con los ojos de la imaginación y de la fantasía. Las páginas finales, a doble página, son un auténtico poema que aúna aves con mariposas con libélulas... para arropar a la protagonista en su viaje.
Xosé Ballesteros nos ofrece, por último,  una brillante traducción al castellano.
 Sueños de volar  ha sido mención del VII Premio Compostela. Es un texto que no ofrece respuetas, sino posibilidades y nuevos caminos. Es un texto reflexivo, teñido de lirismo que nos invita a ser curiosos y a investigar nuevos caminos porque un camino ya pisado no nos aportará demasiado. Mejor que lo abramos nosotros mismos. Mejor que los niños aprendan a ser, desde pequeños, ellos mismos con sus propias ilusiones, no las heredadas de los padres, sino las suyas. Todo un reto.

miércoles, mayo 18, 2016

El abrazo del árbol,
Ana Alcolea.
Ilustraciones: David Guirao,
Anaya, 2016, (Sopa de Libros, 177).

El abrazo del árbol es el primer libro que Ana Alcolea destina a los primeros lectores, acaso los más exigentes. La autora aragonesa teje un relato amplio y luminoso que colmará, con creces las expectativas de los niños y niñas que lo lean.
Podríamos calificarlo como un cuento amplio, lo cual nos parece un signo de respeto hacia estos primeros lectores porque Ana Alcolea no se limita a esbozar las líneas maestras de la historia, sino que las desarrolla, con calma, manejando una escritura asequible y diáfana, pero sin restarle ni un ápice de calidad literaria.
El protagonista es un niño, Miguel, que, como la propia autora de niña, se caracteriza por sus miedos. Uno de los más poderosos es el que siente hacia un árbol que se encuentra todos los días en su camino hacia el colegio. Al lado de Miguel, su perro, Gustavín, no teme a nada aunque sí es quien provoca la aventura y permite que Miguel viva una experiencia única. A causa de una tormenta, Gustavín acaba perdido dentro del árbol y, por amistad, Miguel no tiene más remedio que entrar a buscarlo. Y ahí comienza la aventura. Encuentra unos amigos especiales, un elefante amarillo, un pájaro rojo y tres luciérnagas que lo guían y acompañan hasta la casa de una anciana quien vive rodeada de libros y es la que le da las respuestas a Miguel. Mejor aún, quien le da el mapa del tesoro para que el niño supere sus miedos. A partir de entonces, ya nada será igual, sino mucho mejor.
Miguel, como muchos niños pequeños, es temeroso y esos miedos le estorban y dificultan. De una manera metafórica, mediante los colores, aprende a superarlos y el arma secreta que descubre son las palabras. Gracias a la lectura, tal y como le dice la anciana, aprenderá a dominar sus miedos "porque tendrá el poder de las palabras". Y con este poder, su imaginación volará y podrá expulsar los miedos de su cabeza.
Ana Alcolea rodea a Miguel de una serie de ayudantes, el elefante, el pájaro y las luciérnagas, quienes, mediante un diálogo, entre serio e irónico, van conduciendo a Miguel y haciendo que sea él mismo quien llegue al final y quien extraiga sus propias conclusiones. 
En el relato los colores, como acabamos de decir, son esenciales, los de los animales y los del pelo de la anciana. Estos colores son los de la imaginación, aquellos que cada uno tiene dentro de sí y que, en el caso de los miedos, permiten su superación. Hay que señalar que, dentro del árbol, se custodia un mundo en donde no existe el miedo. Y es que el miedo "habitaba solamente dentro de sus pensamientos".
Gracias a la lealtad hacia Gustavín, Miguel es capaz de olvidar sus propias limitaciones y tratar de ayudar a su amigo. De ahí que el libro sea un hermoso canto al afecto, a la amistad.
Se plantea el relato como un camino que lleva a Miguel de la oscuridad a la luz, del miedo al abrazo, de la ignorancia al descubrimiento. Es un relato, sin duda, iniciático porque el pequeño acaba reforzado y fortalecido.
Las acuarelas de David Guirao forman, en sí mismas, una especie de historia paralela en donde la naturaleza conspira para ayudar a Miguel y en donde las miradas y los gestos son importantes. Es emocionante contemplar a la anciana que abre los ojos a Miguel. Es, por así decirlo, como el gran corazón del árbol, rodeada de hojas y ramas y mucho misterio. Las hojas que la envuelven no solo son las propias de un árbol, sino las de los libros, uno de los elementos clave del relato.El rostro pecoso de Miguel, se va transformando, de la duda a la luz. Mención aparte merece Gustavín, el perro amigo, al que David Guirao no imagina como un cachorro ni como una mascota pequeña, sino como un galgo, casi del tamaño de Miguel, quien, aunque parezca paradójico, ayuda también a Miguel. Por otro lado, la figura del círculo, en la trompa del elefante, en la cabeza de Miguel, en la forma que adopta el perro al acostarse, en la propia anciana nos puede hablar de aquello que no empieza ni acaba porque el cuento ahora mismo sucede y seguirá sucendiendo. Todos los niños del mundo aprenderán a crecer y a manejar su imaginación.
El abrazo del árbol es, por supuesto, un libro hermoso, que propiciará a los lectores salir de su mundo cotidiano e introducirse en otro espacio, lúdico y emocionante, que les permitirá, gracias a la lectura, vivir una aventura especial.

lunes, mayo 16, 2016

La jaula de las fieras,
Texto: Juan Carlos Martín Ramos
Ilustraciones: Susana Rosique
Amigos de Papel, León, 2015


A menudo, si cambiamos de perspectiva y nos ponemos en el lugar del otro, aprendemos a entender otras formas de pensar que no son, ni tienen por qué, las nuestras, pero también constatamos algo que, es más viejo que el mundo (ya lo decía Campoamor); esto es, que las cosas son del color del cristal con que se miran. Y punto...o ¿y punto y coma? Lo cierto es que aún hay más y que, gracias a la empatía, caen los tópicos y los clichés y llega la circunstancia de cada cual, desnuda y pura, y, por supuesto, la generosidad, el afecto, la comprensión y algo muy muy difícil: no juzgar a nadie por las apariencias.
Pues bien, el libro La jaula de las fieras se orienta en esta línea y nos ofrece una visión fresca y directa de algunos animales que, por desgracia, no siempre han tenido buena prensa. Juan Carlos Martín Ramos ofrece una mirada comprensiva hacia el tigre, la araña, la mosca, el lobo de Caperucita y otros animales. Es más, les permite hablar y expresar sus quejas, sus extrañezas y mostrar su valía porque, a menudo, se llevan la fama los que no han hecho el trabajo y ya está bien que alguien se atreva a romper estos estereotipos.
El libro se divide en dos bloques, "Animales de compañía" y "Bichos raros". En el primero, aparecen animales que, precisamente, no se consideran mascotas. Así, el tigre del domador que está deseando hincarle el diente, la araña que caza moscas y mosquitos y ve pasar el tiempo, la mosca en la sopa quien demuestra tener un gusto exquisito, el pez de la pecera que añora el mar, el loro del pirata que es, sin duda, el primero en hablar, el perro pastor al que no siempre le hacen caso las ovejas (en este caso la oveja negra ¿posible homenaje a Monterroso?; el gallo de pelea al que no le gusta pelear, el lobo de Caperucita al que le da una pereza enorme interpretar siempre el mismo papel, la tortuga que no entiende que le digan que va muy lenta cuando ganó a la liebre o el ratón de biblioteca. Se cierra este primer bloque con un poema espléndido titulado "Personaje de libro" que es un homenaje a Gregorio Samsa y, por supuesto, a Kafka:
"Y así paso los días
desde aquella madrugada,
convertido en personaje
de aquel libro
que escribió a su capricho
el tal Francisco Kafka".
La segunda parte, "Bichos raros", arroja luz acerca de la vida y comportamiento de otros animales a los que no solemos prestar atención. De esta manera, el bicho bola al que le encanta rodar; también aparece el ortinorrinco quien reinvindica su propia personalidad ("No soy raro,/ lo que pasa es que miras/ a la cara y ves/ un pato"), el murcielago que lo ve todo al revés, el caballito de mar que se define como "cualquier caballo, / aunque viva en el mar", el pingüino del polo que siempre tiene frío, la paloma de la paz que vive en una chistera, el perro verde, el último mono, el monstruo del lago, el dragón de tres cabezas e, incluso, el ogro, que sin ser animal, también tiene mucho que decir porque ni es tan malo ni asusta tanto. 
Este segundo bloque juega con las frases hechas y los dichos de animales, como estamos viendo. Así el perro verde que no es verde sino blanco o el último mono, al que no hacen caso, pero es el que avisa sobre los peligros que acechan en la naturaleza. Hay, incluso, un curioso animal que ni es cola de león ni cabeza de ratón y así no se gusta porque:
"Con esta pinta
no parezco nada,
ni chicha
ni limonada,
solo un bicho raro
del montón".
Gracias a los versos que, se encadenan unos a otros y resuenan gracias a sus rimas, estos animales son protagonistas y se dirigen al lector, al niño, para comentar sus particularidades, demostrar su valía, erradicar tópicos y demostrar que no son como los pintan o los describen. Eso, sin duda, permite al niño no solo imaginar sino ponerse en el lugar del otro y aprender a comprender y a aceptar e, incluso, a valorar.
Los poemas empiezan in media res y se centran directamente, en lo que cada animal quiere contar. No hay mucha descripción y si narración y monólogo porque cada animal habla y se expresa, al fin, de manera libre. No son animales humanizados, sino reales, más reales que nunca.
Por otro lado, el humor, la ironía, los juegos de palabras se combinan con algunas figuras retóricas como la metáfora, la exclamación, el paralelismo o la comparación para ofrecer unos poemas hermosos, directos, frescos y lúdicos; sin olvidar, ya queda dicho, la crítica hacia ciertos usos sociales relacionados con los animales y con su manera de vivir.
En cuanto a las ilustraciones hay, en ellas, un trabajo mixto que combina elementos textiles con los tradicionales para lograr un efecto muy sugerente en donde nos parece casi poder tocar las texturas y, a menudo, se logra un efecto tridimensional con el que el lector acaba formando parte del texto también y acompaña al bicho bola en su carrera, a la mosca en el momento de sumergirse en la sopa, al pingüino friolero y a tantos otros. Los tonos azules y grises reposan el espíritu e invitan a la imaginación. Y, sin duda, el animal favorito, aquel al que vemos en su lento caminar, sin prisa, pero sin pausa, es la tortuga quien, bastón en la mano, nos conduce a lo largo de este viaje por tierra, mar y aire.
La jaula de las fieras , cuyo título es también metafórico, es un poemario muy cuidado y que, sin duda, gustará... a todas las edades. Ánimo, pasen y vean... la jaula está abierta.