El hombre que plantaba árboles/ L`home que plantava arbres,
Jean Giono, Viena, Tarragona, 2011
Presentación de Josep Poblet i Tous
Martin Luther King afirmó, en una de sus frases memorables, lo siguiente: “Si supiera que el mundo se acaba mañana, yo, hoy todavía, plantaría un árbol”. Esta cita emblemática bien podría haberla hecho suya Elzeard Bouffier, el pastor protagonista del preciso relato El hombre que plantaba árboles. Su autor, Jean Giono, lo escribió en 1953, pero su mensaje es tan positivo y tan emocionante que su lectura sigue siendo más que recomendable.
Escrito en primera persona, por un narrador que recoge la voz del propio autor, El hombre que plantaba árboles nos habla de un caso de voluntad y esfuerzo personales. El relato narra la historia de Elzeard Bouffier, un pastor, quien, con total desprendimiento y altruismo, se dedica a plantar árboles y repoblar un lugar que era totalmente desértico. La metáfora está clara: gracias a su tesón y a su empeño dota de vida aquello que parecía yermo y desolado. Lo mismo puede aplicarse a las personas. Los árboles de Bouffier son reales, son abedules y son encinas o hayas, por ejemplo. No obstante, los árboles que todos podemos plantar en nuestra vida van mucho más allá y si él solo logró reforestar todo un bosque. ¿Qué no podríamos hacer todos juntos? El relato habla de eso, de la solidaridad, del esfuerzo, de la empatía, de las ganas de superación. Se centra entre las dos guerras mundiales y, pese a la destrucción y a la lucha, el pastor, ignorante de todo lo que no sea su proyecto, sigue plantando y plantando. Logra devolver la vida al lugar, porque los árboles con sus raíces evitan la desertización y, así, poco a poco, el monte se convierte en un lugar de paz, que acaba atrayendo a los dirigentes quienes, como dice irónicamente el autor, optan por hacer lo mejor: no hacer nada y dejar que el pastor siga adelante.
La acción se centra por Provenza y se inicia en el año 1913. El narrador cuenta cómo se topó con el pastor y cómo, sucesivamente, fue a verlo para reencontrarlo siempre pendiente de su trabajo: plantar árboles. El narrador hace tres visitas al pastor y en cada una de ellas se queda aún más asombrado porque, como dijimos, el mundo ha vivido dos guerras mundiales y Bouffier, como dijera Luther King, sigue creyendo en la vida.
El texto es muy breve y está lleno de hermosas imágenes. Conviene leerlo de un tirón para entender, si no su mensaje completo, al menos parte de su esencia. Conviene hacerlo así para empaparnos de la magia de Bouffier que, al fin y al cabo, es la magia de cada día, la magia de las pequeñas cosas, de los pequeños gestos, de aquello que hace que merezca la pena vivir.
El relato merece estar a la altura de otras obras emblemáticas como Juan Salvador Gaviota o El principito porque, como ya ha quedado claro, nos da una lección de vida, más allá del gesto de plantar un árbol, está la proyección de futuro, la idea de que vale la peno hacerlo.
El hombre que plantaba árboles es una de esas lecturas que puede hacerse a cada edad y que en cada momento de nuestra vida, infancia, juventud, madurez o vejez, encontraremos algo nuevo, un mensaje cada vez más intenso. Vale la pena tenerlo como libro de cabecera.
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