Isabel Allende (Lima, 1942) es una escritora prestigiosa, que no hace falta presentar. Se dio a conocer con “La casa de los espíritus” (1982) y desde entonces no ha parado de sorprendernos con su magia y su talento literario.
Isabel Allende cuenta que siempre empieza a escribir una nueva novela un 8 de enero. El 8 de enero de 1981 empezó a escribir “La casa de los espíritus”. El 8 de enero de 1998 empezó “Hija de la Fortuna” y dos años después lo hizo con “Retrato en sepia”. Y así sucesivamente.
Entre 1981 y 1999 Isabel Allende escribió y publico “El Plan infinito”, “Eva Luna”, “Cuentos de Eva Luna”, “De amor y de sombra”... y, sobre todo, “Paula” (1994) dedicada a su hija fallecida a causa de la porfiria. Es ésta una obra desgarradora y una larga confesión de amor. Después, para tratar de salir adelante, nuestra escritora publicó su recetario erótico “Afrodita” (1998). En 2003 apareció su obra de reflexiones “Mi país inventado” y este mismo año, 2005, acaba de publicarse una biografía muy atractiva, con la que pocos se hubieran atrevido, “El zorro” y que, sin duda, será leída con avidez también por el público juvenil.
En este pequeño análisis nos dedicaremos a tratar la trilogía que Isabel Allende dedica al público juvenil “La ciudad de las Bestias” (2002), “El Reino del Dragón de Oro” (2003) y “El bosque de los pigmeos” (2004).
Cuando a Isabel Allende le preguntan por los temas de su obra contesta: “Hay varios temas que se repiten en mis libros: amor, muerte, solidaridad, violencia. También temas políticos y sociales, sueños, coincidencias, elementos históricos.”
Pues bien todos estos temas, y alguno más, son los que veremos en la trilogía. Decíamos que está dedicada a los jóvenes, aunque, bien mirado, como sucede siempre con la buena literatura, sus lectores no tienen edad. Lo que ocurre es que los protagonistas son dos chicos, Alexander Cold, de 15 años, y Nadia, de 12 o 13 años. No obstante, todo lo que Isabel Allende narra, toda la peripecia humana que se concentra en estos tres libros atañe a cualquiera de nosotros porque habla de la aventura en estado puro, pero no sólo es, sino que habla de la dignidad de los seres humanos, del valor de la libertad y de la importancia que tiene la amistad y la familia para salir adelante y superar las adversidades. A ellos habría que añadir una vertiente más mágica, la propia del realismo mágico hispanoamericano, que atañe a lo que no se ve, al mundo de lo onírico, a las percepciones, a los sueños. Y es que no hay mucho descanso en la vida de Isabel Allende porque “Sus noches no son tiempo de descanso total, porque lleva la cuenta de sus sueños y apenas despierta los anota. “Saco mucha información de los sueños que me sirve para resolver problemas de la escritura, aprender sobre mí misma y manejar mejor mi realidad” . Sin ir más lejos “La ciudad de las Bestias” empieza con un sueño, más bien una pesadilla.
ALEXANDER COLD
Alexander Cold ve que su familia se desmorona por la enfermedad de su madre y lo canaliza a través de los sueños: “Alexander Cold despertó al amanecer sobresaltado por una pesadilla. Soñaba que un enorme pájaro negro se estrellaba contra la ventana con un fragor de vidrios destrozados, se introducía a la casa y se llevaba a su madre” (pág. 9). Alexander no entiende por qué su madre debe enfermar y genera dentro de sí una rabia que no sabe cómo resolver: “Alex sintió ira contra su padre, sus hermanas, Poncho, la vida en general y hasta contra su madre por haberse enfermado” (pág. 11).
La figura de la madre, de Lisa Cold, es esencial en toda la obra, aunque apenas tiene un protagonismo real; es, por así, decirlo el motor que mueve a Alex a hacer lo imposible para conseguir su salvación puesto que está enferma de cáncer. Para Isabel Allende, igualmente, la figura de su madre fue esencial –es esencial- en su vida, le ha dado seguridad y amor y ella así lo cuenta: “Tal vez me resulta fácil querer a otros porque mi madre me ha querido tanto. De tanto recibir, aprendí a dar, dicen que eso se adquiere en la infancia” .
La serie, pues se inicia, cuando el padre de Alexander considera que es mejor enviar a sus hijos con las abuelas porque él debe atender a su mujer. Envía a las niñas (las dos hermanas) a casa de la madre de Lisa y a Alexander lo envía a Nueva York, a casa de su propia madre, Kate Cold, una mujer poto típica, una abuela que no ejerce de tal y que no despierta las simpatías de su nieto, aunque esto, con el tiempo, irá variando.
Alexander es un chico tímido, que enrojece por cualquier cosa, pero que, poco a poco, va creciendo y va haciéndose fuerte. Su propia abuela le explica por qué lleva ese nombre: “Alexander es un nombre griego y quiere decir defensor. (...). Hay muchas víctimas y causas nobles que defender en este mundo, Alexander. Un buen nombre guerrero ayuda a pelear por la justicia” (“La ciudad de las Bestias”, pág. 249).
Alexander vuelve a casa, tras la primera aventura, y su madre está mucho mejor, pero ya no perderá el contacto con su abuela y querrá ir con ella en su nuevo viaje, al Reino del Dragón de Oro. En este segundo libro ya tiene 16 años y no sabe muy bien qué siente por Nadia, aunque se escriben todos los días y cuando se encuentran para ir juntos de nuevo su alegría no tienen límites.
En el libro que cierra la trilogía asistimos a un avance en Alex: “Alexander dio un estirón de potrillo y alcanzó la altura de su padre. Sus facciones se habían definido y en los últimos meses debía afeitarse a diario” (pág. 12). Con Nadia ya se comunica por correo electrónico y son inseparables.
Alex sigue siendo un muchacho tierno y amable que sigue aprendiendo y nunca se siente superior, aunque como es lógico acusa su adolescencia: ha crecido, se siente a disgusto con su cuerpo, está de mal humor, cambia de estados de ánimo y mira a Nadia de distinta manera, aunque muy bien no sabe definirse. Es Nadia quien lo hace y le dice, tranquilamente, que algún día se casarán (pág. 171, “El bosque de los pigmeos”).
KATE COLD
Kate es periodista especializada en viajes y emprende, con Alexander, un primer viaje hacia un lugar recóndito del Amazonas. Ésa es la primera aventura. La segunda nos traslada a otro lugar, muy alejado de los escenarios habituales de Isabel Allende, al Nepal, concretamente a un reino olvidado y desconocido, del Reino del Dragón de Oro. Y la tercera se desarrolla en otro continente, en África. Con lo cual vemos que el paisaje, los personajes, los hechos, la magia todo va a irse combinando para ofrecernos un admirable friso de tres lugares mágicos de nuestro mundo. El paisaje, los misterios, los habitantes, los ritos, las costumbres todo enriquece la narración y la dota de una plasticidad increíble.
Kate Cold, viuda de un reputado músico, tiene 64 años cuando empieza la serie y es una mujer excéntrica, como ya hemos advertido hace un momento. Trabaja para la revista “International Geographic” y está acostumbrada a hacer siempre su santa voluntad. Pero mejor que acudamos a la descripción que nos da la propia narradora: “Kate Cold tenía sesenta y cuatro años, era flaca musculosa, pura fibra y piel curtida por la intemperie; sus ojos azules, que habían visto mucho mundo, eran agudos como puñales. El cabello gris, que ella misma se cortaba a tijeretazos sin mirarse al espejo, se paraba en todas direcciones, como si jamás se lo hubiera peinado. Se jactaba de sus dientes, grandes y fuertes, capaces de partir nueces y destapar botellas; también estaba orgullosa de no haberse quebrado nunca un hueso, no haber consultado jamás a un médico y haber sobrevivido desde a ataques de malaria hasta picaduras de escorpión. Bebía vodka al seco y fumaba tabaco negro en una pipa de marinero. Invierno y verano se vestía con los mismos pantalones bolsudos y un chaleco sin mangas, con bolsillos por todos lados, donde llevaba lo indispensable para sobrevivir en caso de cataclismo. En algunas ocasiones cuando era necesario vestirse elegantemente, se quitaba el chaleco y se ponía un collar de colmillos de oso, regalo de un jefe apache” (“La ciudad de las Bestias”, págs. 37-38).
Es una mujer estrafalaria que tiene el apartamento lleno de toda clase de objetos extraños: “Había un par de cráneos humanos traídos del Tíbet, arcos y flechas de los pigmeos de África, cántaros funerarios del desierto de Atacama, escarabajos petrificados de Egipto y mil objetos más. Una larga piel de culebra se extendía a lo largo de toda una pared. Había pertenecido a la famosa pitón que se tragó la cámara fotográfica en Malasia” (“La ciudad de las Bestias”, pág. 37).
Kate es una mujer que se ha hecho a sí misma y que no pretende ser la niñera de su nieto, es más, lo primero que hace es no ir ni a recogerlo al aeropuerto y lo segundo es regalarle la flauta que había pertenecido a su marido. Por lo demás, Kate, aparentemente se desentiende de él: “La escritora era de pocas palabras, pasaba el día leyendo o escribiendo en sus cuadernos y en general lo ignoraba o lo trataba como a cualquier otro miembro de la expedición. Era inútil acudir a ella para plantearle un problema de mera supervivencia, como la comida, la salud o la seguridad, por ejemplo. Lo miraba de arriba abajo con evidente desdén y le contestaba que hay dos clases de problemas, los que se arreglan solos y los que no tienen solución, así es que no la molestara con tonterías” (“La ciudad de las Bestias”, pág. 50). Sin embargo, poco a poco va acercándose a su nieto y deja de lado la indiferencia, por ejemplo, cuando le pica una hormiga por ir descalzo y le provoca fiebre. Kate, en realidad, quiere mucho a su nieto, pero no quiere demostrarlo, aunque a veces se le escapan muestras de afecto.
Al principio de la siguiente novela, “El Reino del Dragón de Oro”, encontramos a Kate enfrascada, al cuidado de los tres huevos que encontró Nadia y que en realidad eran tres diamantes. Kate crea la Fundación Diamante, con Ludovic Leblanc al frente, para proteger y ayudar a los pueblos en peligro. Cuando Kate reencuentra a su nieto para iniciar el siguiente viaje, algo ha cambiado en ella, ya que sonríe con ternura, cosa inusual en ella.
Entre Alex y su abuela se crea un vínculo de camaradería. Ella no quiere que se le llame abuela y él insiste en que lo llame Jaguar.
NADIA
Nadia es la niña que va a significar el conocimiento de otro mundo para Alexander. La conoce en su primera aventura y ya se convertirán en grandes amigos porque juntos pasarán por experiencias difíciles de narrar. Nadia siempre va con su monito Borobá y se nos describe de esta manera: “Tenía el cabello crespo y alborotado, desteñido por el sol, los ojos y la piel color miel; vestía shorts, camiseta y unas chancletas de plástico. Llevaba varias tiras de colores atadas en las muñecas, una flor amarilla sobre una oreja y una larga pluma verde atravesada en el lóbulo de la otra” (“La ciudad de las Bestias”, pág. 54).
Nadia evoluciona poco a poco y en la segunda novela, la vemos en Nueva York, en casa de Kate, causando el asombro entre las gentes: “Adonde fueran llamaban la atención. Un mono que se portaba como un ser humano y una niña con plumas en el peinado eran un espectáculo en esa ciudad. La gente les ofrecía dulces y los turistas les tomaban fotos” (“El Reino del Dragón de Oro”, pág. 69).
En la tercera entrega, “El bosque de los pigmeos”, Nadia vive con Kate en Nueva York porque está estudiando allí y ha crecido y ya es casi una mujercita.
EL JAGUAR Y EL ÁGUILA
Alex, en esta evolución personal que emprende, va a descubrir muchas posibilidades en él mismo y va a crecer como persona. De hecho las novelas, sobre todo la primera, son iniciáticas; muestran el camino que sigue este chico, su evolución personal que lo lleva a aceptarse a sí mismo y también a entender muchas cosas que antes ignoraba. Así, por ejemplo, en “La ciudad de las Bestias”, frente a un jaguar, nota algo especial y acaba transformado en ese felino porque, como le indica Nadia, es su animal totémico: “Vio que el felino abría las fauces, donde brillaban sus grandes dientes perlados y con una voz humana, pero que parecía provenir del fondo de una caverna, pronunciaba su nombre: Alexander. Y él respondía con su propia voz, pero que también sonaba cavernosa: Jaguar” (“La ciudad de las Bestias”, pág. 83).
Esta capacidad de transformarse en Jaguar va a ser decisiva en todas las novelas; así como la capacidad que tiene Nadia de convertirse en águila (su animal totémico) y de poder desaparecer completamente: “Nadia se elevó al cielo y por unos instantes perdió el miedo a la altura, que la había agobiado siempre. Sus poderosas alas de águila hembra apenas se movían; el aire frío la sostenía y bastaba el más leve movimiento para cambiar el rumbo o la velocidad del viaje” (“La ciudad de las Bestias”, pág. 171.
La explicación a este enigma, que puede resultarnos chocante, la da Nadia de la manera más sencilla: “Todos tenemos el espíritu de un animal, que nos acompaña. Es como nuestra alma. No todos encuentran su animal, sólo los grandes guerreros y los chamanes, pero tú lo descubriste sin buscarlo. Tu nombre es Jaguar” (“La ciudad de las Bestias”, pág. 86).
El poder de la mente es poderosísimo puesto que, en algún momento, Lisa, en plena quimioterapia, siente la presencia de Alex, un Alex que sueña, en pleno delirio.
Nadia y Alex, el águila el jaguar, viven aventuras juntos, increíbles. La primera es cuando, llevados por las Bestias y por sus propias visiones y la ayuda del Chamán, llegan al Dorado, al mítico Dorado, y allí, a la manera de las pruebas de los cuentos, Nadia consigue los tres huevos de cristal y Alex el agua de la salud, para su madre. La siguiente aventura, la del Reino del Dragón de Oro, le reporta muchas angustias a Nadia, quien está a punto de morir y también a Alex. Éste, en pos de conseguir la salud de su madre, recibe del maestro Tensing “excremento de dragón” que, parece ser, tiene poderes curativos, contra lo que a nosotros nos pueda parecer.
En la tercera aventura, se sienten transformados porque han vivido juntos la experiencia de ver los espíritus africanos, de sentirlos cerca. Eso les ha dado fuerza, les ha hecho ver lo que hay más allá e, incluso, han perdido el temor a la muerte. Se sienten, pues, más unidos que nunca.
MOTIVO DE LOS VIAJES
El primer viaje, está financiado por la revista para la que trabaja Kate y consiste en una expedición a la selva amazónica, a lo más profundo, entre Brasil y Venezuela para tratar de encontrar y fotografiar a una ser, humanoide, que se había visto en la zona y que tenía aterrorizada a la población. Una especie de yeti, pero en otro continente. Un antropólogo prestigioso, Ludovic Leblanc, iba al mando de esta expedición; aunque sus ideas y teorías chocan siempre frontalmente con las de la periodista.
El segundo viaje, al Reino del Dragón de Oro, es con objeto de realizar un reportaje sobre la naturaleza de ese reino, que está muy cuidada; sin embargo, se disparan las alarmas y, como siempre, se superan las expectativas iniciales.
El tercer viaje, a África, tiene otro motivo, el de realizar un reportaje sobre el primer safari en elefante que existía en África, aunque también se truncan los planes iniciales.
PAISAJES Y ESCENARIOS
El tiempo parece no tener importancia puesto que se viaja a lugares en donde parece haberse detenido. La vegetación es distinta, el mundo parece ser otro y eso, a los lectores, nos asombra y nos inquieta, puesto que está hablando de lo desconocido. Por ejemplo, mientras llegan al corazón del Amazonas: “... la vegetación se volvía más voluptuosa, el aire más espeso y fragante, el tiempo más lento y las distancias más incalculables. Avanzaban como en sueños por un territorio alucinante” (“La ciudad de las Bestias”, pág. 53). El lugar por el que atraviesan está lleno de maravillas que Isabel Allende trata de describirnos: “En cambio la flora y la fauna eran maravillosas, los fotógrafos estaban de fiesta, nunca habían tenido al alcance de sus lentes tantas espcies de árboles, plantas, flores, insectos, aves y animales. Vieron loros verdes y rojos, elegantes flamencos, tucanes con el pico tan grandes y pesado, que apenas podían sostenerlo en sus frágiles cráneos, centenares de canarios y cotorras” (“La ciudad de las Bestias”, pág. 95).
“El Reino del Dragón de Oro” transcurre en oriente, en un escenario distinto u exótico para nosotros. Lo mismo ocurre en “El bosque de los pigmeos” donde la naturaleza es salvaje y los sonidos nada tienen que ver con los de la civilización, ni siquiera la naturaleza sigue el menos criterio, llueve, sale el sol, hay humedad. Todo es nuevo, real, primitivo, cercano a los orígenes: “Había una algarabía de aves en el aire y una fiesta de diversos peces en el agua; vieron hipopótamos, (...) y cocodrilos de dos clases, unos grises y otros más pequeños color café” (pág. 90).
OTRAS COSTUMBRES, OTRAS CREENCIAS
Isabel Allende es muy respetuosa con las creencias de los distintos pueblos a los que describe y está en contra de cualquier presión que pretenda hacerlos cambiar. De ahí que, por ejemplo, cuando se habla de los indios si deberían o no ser cristiniazados, uno de los personajes, el padre de Nadia, comenta: “Explicó que eran muy espirituales, creían que todo tenía alma: los árboles, los animales, los ríos, las nubes. Para ellos el espíritu y la materia no estaban separados. No entendían la simpleza de la religión de los forasteros, decían que era una sola historia repetida, en cambio ellos tenían muchas historias de dioses, demonios, espíritus del cielo y la tierra” (“La ciudad de las Bestias”, pág. 66).
En “El Reino del Dragón de Oro” Isabel Allende nos habla del Budismo y nos ofrece distintos elementos para que podamos entenderlo: “La base del budismo es la compasión hacia todo lo que vive o existe. Dijo que cada uno debe buscar la verdad o la iluminación dentro de sí mismo, no en otros o en cosas externas. Por eso los monjes budistas no andan predicando, como nuestros misioneros, sino que pasan la mayor parte de sus vidas en serena meditación buscando su propia verdad” (“El Reino del Dragón de Oro”, pág. 122).
Es un momento emocionante, por ejemplo, cuando Dil Bahadur, el sucesor e hijo del Rey, escucha el mensaje del Dragón de Oro y lo reproduce como si fuera un oráculo y esto es lo que le dice la piedra: “Mi karma es ser el penúltimo monarca del Reino del Dragón de Oro. Tendré un hijo, que será el último rey. Después de él el mundo y este reino cambiarán y ya nada volverá a ser como antes” (pág. 304).
En “El bosque de los pigmeos” también se respeta el trabajo de los curanderos africanos, así leemos: “En África los médicos han comprendido que en vez de ridiculizar a los curanderos, deben trabajar con ellos. A veces la magia da mejores resultados que los métodos traídos del extranjero. La gente cree en ella, por eso funciona. La sugestión obra milagros. No desprecie a nuestros hechiceros” (pág. 31).
Como dice Angie, la piloto guía en África, “los dioses africanos son más compasivos y razonables que los dioses de otros pueblos. No castigan como el dios cristiano. No disponen de un infierno donde las almas sufren por toda la eternidad. Lo peor que puede ocurrirle a un alma africana es vagar perdida y sola. (...). Los espíritus, en cambio, son más peligrosos, porque tienen los mismos defectos que las personas, son avaros, crueles, celosos. Para mantenerlos tranquilos hay que ofrecerles egalos. No piden mucho: un chorro de licor, un cigarro, la sangre de un gallo” (pág. 159).
Los pigmeos creen en un hueso que tiene poderes mágicos y ese hueso les ha sido arrebatado por un brujo y lo tiene un reyezuelo, Kosongo, quien los domina y somete a su voluntad.
Ahora bien, Isabel Allende trata con cariño y comprensión a los misioneros y sacerdotes. Tanto al sacerdote que trabaja en el Amazonas como al misionero que vive en África. Los respeta porque son gentes que han ido a allí a ayudar, no a imponer nada.
No obstante dice que: “El catolicismo no me atrae y tampoco otras religiones. He descubierto que mientras más dioses tiene una religión, más tolerante es. Los peores crímenes contra la humanidad se han cometido en nombre de un dios único. El budismo sería atractivo si no tan machista como todas las religiones tradicionales”
SERES ENIGMÁTICOS Y PRODIGIOSOS
Los tres libros que estamos comentando nos muestran a personajes distintos, dentro de la esfera de lo anímico, personajes que son puro espíritu, que son la esencia. Pero también personajes exagerados, criaturas de otro tiempo, irreales, prodigiosos. Uno de ellos, el primero que nos encontramos, es Walimai, el Chamán que “habla a través de sueños y visiones. Puede viajar al mundo de los espíritus cuando desea” (“La Ciudad de las Bestias”, pág. 69).
En el primer volumen, ya en medio del Amazonas, son encontrados por un pueblo de seres que tienen la capacidad de hacerse invisibles: “Estaban desnudos, pintados de rayas y manchas, con plumas y tiras de cuero atadas en los brazos, silenciosos, ligeros, inmóviles. A pesar de encontrarse a su lado, era difícil verlos; se mimetizaban tan perfectamente con la naturaleza, que resultaban invisibles, como tenues fantasmas” (“La ciudad de las Bestias”, pág. 125).
Y llegamos a la aparición de la Bestia, que no es ni maligna ni violenta, sólo pertenece a otra especie, una especie antiquísima, que recoge en su memoria cada uno de los avatares del ser humano: “Era una criatura de forma humana, erecta, de unos tres metros de altura, con brazos poderosos terminados en garras curvas como cimitarras y una cabeza pequeña, desproporcionada para el tamaño del cuerpo” (“La ciudad de las Bestias”, pág. 139).
Nos encontramos ante los yetis en “El reino del Dragón de Oro”, son unos seres extraños, pero que simplemente buscan sobrevivir: “Estaban en medio de una horda de seres repelentes, de un metro y medio de altura, cubiertos enteramente de pelambre blanco, enmarañado e inmundo, con lagos brazos y pernas cortas y arqueadas, terminadas en enormes pies de mono” (pág. 23).
Tensing, el Lama, el maestro del heredero al Reino del Dragón de Oro, es un personaje que nos transmite equilibrio, que nos habla del poder de la mente, del equilibrio entre ésta y el cuerpo.
En África se encuentran con Mama Bangesé, una especie de médium, que intuye qué será de ellos en ese país y le da este consejo a Alex: “Se puede hacer daño y se puede hacer el bien. No hay recompensa para hacer el bien, sólo satisfacción en tu alma. A veces hay que pelear. Tú tendrás que decidir” (“El bosque de los pigmeos”, pág. 19).
Los pigmeos también se nos describen, como es lógico dada su importancia en la tercera novela, con detalle: “A los pocos minutos surgieron cautelosamente de la espesura unas figuras humanas tan pequeñas como niños; el más alto n alcanzaba el metro cincuenta. Tenían la piel de un color café amarillento, las piernas cortas, los brazos y el tronco largos, los ojos muy separados, las narices aplastadas, el cabello agrupado en motas” (pág. 95).
Kosongo, el rey que tiraniza a los pigmeos, es un personaje negativo, claro está, pero aparece en esecena de manera apabullante. Transcribimos parte de esa descripción: “Kosongo iba ataviado con un manto enteramente bordado de conchas, plumas y otros objetos inesperados como tapas de botella, rollos de película y balas. El manto debía pesar unos cuarenta kilos además llevaba un monumental sombrero de un metro de altura, adornado con cuatro cuernos de poro, símbolos de potencia y valor” pág. 103).
En África, entran, Alex y Nadia, en contacto con el espíritu de la última reina de los pigmeos, Nana-Asante y es ella quien fortalece a la pareja protagonista y les hace actuar para acabar con la opresión de su pueblo. El fragmento que transcribimos es épico, por así decirlo, porque une a todos los espíritus benéficos que han estado protegiendo a nuestros chicos: “... venía la reina Nana-Asante, soberbia en su desnudez y sus escasos harapos, con el cabello blanco erizado como un halo de plata, montada sobre un enorme elefante, tan antiguo como ella, marcado con cicatrices de lanzazos al costado. La acompañaban Tensing, el lama del Himalaya, quien había acudido al llamado de Nadia en su forma astral, trayendo a su banda de horrendos yetis en atuendos de guerra. También venían el chamán Walimai y el delicado espíritu de su esposa, a la cabeza de trece prodigiosas bestias mitológicas del Amazonas” (pág. 239-240).
CHOQUE DE INTERESES
Los viajes que, en principio, iban a resultar entretenidos y sin demasiados riesgos se convierten, de pronto, en una peripecia sin fin porque surgen problemas por todas partes. Fallan los medios de transporte, sufren emboscadas y lo que es peor están al punto de morir en varias ocasiones. A menudo las personas en las que confiaban se convierten en seres malvados que sólo quieren conseguir sus objetivos a costa de lo que sea. Es el caso de la dotora Torres, que en combinación con Mauro Carías, vacuna a los indígenas y lo que hace es inyectarles el propio virus del sarampión, con lo que estas pobres criaturas mueren sin duda. Con ello se pretende “limpiar el Amazonas dando paso a los mineros, traficantes, colonos y aventureros” (“La ciudad de las Bestias”, pág. 264).
Cuando llegan a Delhi, antes de viajar al Reino del Dragón de Oro, sufren una conmoción al ver la diferencia que existe entre unas clases y otras: “El contraste entre la opulencia del hotel y la absoluta miseria de aquella gente produjo en Alexander una reacción de furia y horror. Más tarde, cuando quiso compartir sus sentimientos con Nadia, ella no entendió a qué se refería. Ella poseía lo mínimo y el esplendor de aquel palacio le resultaba agobiante” (“El Reino del Dragón de Oro”, pág. 77).
En esta misma novela, la Secta del Escorpión emprende una operación de secuestros de niñas a gran escala que choca con Nadia y sus poderes y también con otras ayudas, como la del Lama y los yetis. Aparte hay puesto en marcha otro plan que es apoderarse del Dragón de Oro para vendérselo a un coleccionista y secuestrar al Rey quien, por una desgracia, acaba muriendo de verdad.
El pueblo cree que su fuerza le viene de ese Dragón, que sin él no son nada, cuando, el verdadero Dragón resulta que no es la figura llamativa llena de pedrería, sino la peana, la base. Por lo tanto, no han robado nada: “Se llevaron una estatua muy bonita, pero en realidad el oráculo sale de la piedra. Ése es el secreto de los reyes, que ni los monjes de los monasterios saben. Ése es el secreto que me entregó mi padre y que ustedes jamás podrán repetir” (“El Reino del Dragón de Oro”, pág. 301). Aunque Kate manda fabricar otro dragón para que el pueblo siga teniendo su símbolo.
En “El bosque de los pigmeos” el interés reside en el exterminio de los elefantes para traficar con sus colmillos, con el marfil. El reyezuelo ha sometido a los pigmeos y les hace trabajar para él, mientras se enriquece y los atemoriza fingiendo tener poderes inexistentes. Son Nadia y Jaguar, por descontado, quienes desmantelan esta trama y devuelven la libertad a los pigmeos y a los elefantes.
FINAL
El tercer libro contiene un epílogo que nos sitúa a los personajes, dos años más tarde de la última aventura. Obvio es decir que las tres aventuras suceden en nuestros días, pero lo más cercano es el epílogo en donde Alex es ya un joven que ha acabado sus estudios y Nadia una hermosa mujer quien lo espera en la casa de Kate para ir al baile de graduación. Son felices y se sienten a gusto en la casa de la abuela, rodeados de todos los recuerdos. A lo lago de “El bosque de los pigmeos” Alex nos ha contado que estaba recogiendo sus aventuras por escrito:”No pretendo ser escritor, sino médico. Se me ocurrió la idea cuando se enfermó mi mamá y lo decidí cuando el lama Tensing te curó el hombro con agujas y oraciones. Me di cuenta de que no bastan la ciencia y la tecnología para sanar, hay otras cosas igualmente importantes” (pág. 170). Pues bien, al final de la trilogía es Kate quien ha escrito el libro, con los apuntes de su nieto: “Mira, hijo, los tres libros ya están publicados. Cuando leí tus notas comprendí que nunca serás escritor, no tienes ojo para los detalles. Tal vez eso no sea un impedimento para la medicina, ya ves que el mundo está lleno de médicos chambones, pero para la literatura es fatal” (pág. 249).
En suma, como estamos viendo, los libros forman una unidad porque hay constantes referencias del anterior en el siguiente y así sucesivamente, aunque pueden leerse por separado. No obstante forman un tríptico cerrado que contempla, de manera muy acertada, tres realidades desconocidas y muy distantes entre sí.
La narración está siempre en tercera persona, con abundancia de descripciones y un cierto diálogo (no demasiado) que contribuye a acercarnos más a los personajes quienes, por otra parte, no son entes planos, sino redondos ya que, como acabamos de ver, evolucionan a la largo de las novelas. Toda la trama, todas las aventuras se enriquecen con la prosa deslumbrante de Isabel Allende que nunca pierde de vista el humor, incluso en las situaciones más desesperadas, hay un matiz cálido y lleno de ingenio. Como bien dice: “... comprendí temprano que casi todo se puede decir mejor con irreverencia” .
Como vemos, de modo muy general y breve, muchos son los aspectos que trata Isabel Allende en esta trilogía. Hay en sus páginas una denuncia hacia el poder omnipresente del dinero y una apuesta por los valores de la tolerancia y la igualdad. Isabel Allende escoge a unos personajes jóvenes, que aún están haciéndose, para situarlos como ejemplo de comportamiento ético, de entrega, de ayuda hacia los demás; aparte insertarlos en un clima de misterio y aventura que envuelve cada una de sus novelas. Aunque la acción domina el relato, hay también momentos, como hemos visto, de reflexión que dar mayor hondura a la trilogía que hemos tratado de analizar, al menos en sus aspectos más generales. Ahora, como siempre, es el turno del lector que hará bien, si no lo ha hecho, en leerse las tres novelas o en releérselas porque, seguro, que descubrirá aspectos en los que aún no había reparado.
BIBLIOGRAFÍA
-Isabel Allende: La ciudad de las Bestias, Barcelona, Plaza y Janés, 2002
-Isabel Allende: El Reino del Dragón de Oro, Barcelona, Plaza y Janés, 2003.
-Isabel Allende: El bosque de los pigmeos, Barcelona, Círculo de Lectores, 2004.
-Celia Correas Zapata: Isabel Allende. Vida y espíritus, Barcelona, Plaza y Janés, 1998.
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