domingo, abril 17, 2011


(La última Cena, Leonardo da Vinci)


VIERNES SANTO
Los añosos olivos se secaron de pronto
con el último hálito del Hijo.
Enmudecieron los pájaros a un tiempo
y el azahar del naranjo se quedó sin perfume.
No hubo primavera en aquel Viernes Santo;
tan sólo los jazmines y las almas de los elegidos
guardaron su esperanza y su alegría
para resucitar en la pascua de Dios:
Su mismo día.
(Marisa Company)


La Semana Santa, poco a poco, va perdiendo su valor y su esencia religiosa y ya parece más un tiempo de asueto y ocio que una ocasión propicia para reflexionar , para estar a solos con nosotros mismos, desdeñar las prisas y los miedos y enfrentarnos a un nuevo reto, porque la Semana Santa es la oportunidad que tenemos para ser, por fin, más humanos. No en balde ocupa el centro del año litúrgico. Más allá de nuestras creencias personales, no es malo escuchar al otro y entender qué nos quiere decir, antes de lanzarle nuestro propio discurso.
A continuación propongo una pequeña reflexión tremendamente subjetiva que he ido esbozando a raíz de asistir a algunas de las Pasiones que tenemos en Cataluña, la de Olesa de Montserrat, de larga tradición, la de Reus, más reciente, pero al igual sobrecogedora y las no menos estremecedoras Pasión de Esparraguera y Pasión de Ulldecona.
También han contribuido a estas modestas líneas, las polémicas en torno a Judas y a su supuesto Evangelio. Todo ello me ha llevado a pensar en algunos de los personajes más relevantes de la Pasión, después de Nuestro Señor Jesucristo, por supuesto.
En la Pasión de Cristo resaltan dos figuras unidas por un mismo comportamiento, Pedro y Judas. E igual alguien se escandaliza ante mi afirmación, pero trataré de mostrarlo. Los dos traicionan a Cristo, cada uno a su manera, según su carácter. Judas lo traiciona ante el Sanedrín y lo vende por 30 monedas; pero no porque no lo quiera ni lo odie, no, sino porque le gustaría que Jesús se rebelase y piensa que así le dará el pie para hacerlo. Judas cree que el reino de Cristo es de este mundo, que ha venido a liberar al pueblo hebreo de la opresión romana y entiende que sólo así, cuando se vea acosado, Jesús reaccionará y dirigirá una rebelión, pero no ocurre como Judas imaginaba, sino al contrario. El Señor responde con mansedumbre a los insultos y provocaciones e irremediablemente va a ser condenado porque su destino ya no está en sus manos. Y Judas, que lo contempla, se desespera.
Por su parte, Pedro, que ama al Señor por encima de todo, dice que nunca lo dejará y Cristo le responde que antes de que cante el gallo lo negará tres veces. Pedro se horroriza porque ¿cómo va a negar él a su Maestro? Pero, por miedo, por cobardía, por qué sabemos nosotros, lo niega y, cuando le preguntan, dice que él no sabe quién ese hombre al que han detenido, que lo dejen en paz, y también traiciona a Jesús.
Los dos apóstoles se dan cuenta de su error, pero ahora viene la reacción diferente de cada uno. Mientras que Judas se desespera, no sabe sobreponerse, se la cae encima el mundo, no piensa que merezca el perdón, cree que nunca debería haber nacido y que lo mejor es que se suicide colgándose de una higuera; Pedro llora lágrimas amargas tras su traición e intenta vivir con ese peso sobre su conciencia, aunque le va a costar mucho sufrimiento y siempre lo recordará con dolor.
¿A cuál de los dos le cuesta más decidirse? La solución de Judas es rápida y radical; la de Pedro es meditada, reflexiva y le acarrea grandes penalidades espirituales.
Desde siempre, por tradición, Judas ha caído mal y, bien mirado, vemos que no era un ser vil ni depravado, sino que se equivocó. No entendió el mensaje de Cristo y que su reino no era de este mundo. Pedro, que así ya es San Pedro, sí lo entendió y se sobrepuso a su debilidad y cargó con su propia cruz, como cada uno de nosotros debería hacer, como hizo el mismo Cristo. Todos deberíamos tratar de seguir adelante con lo que nos depare la Providencia, intentando vivir dignamente en cualquier ocasión, no buscando la solución fácil para nuestros problemas.
Y pensando que lo que, a veces, nos parece una catástrofe irresoluble, bien mirado, no lo es tanto si echamos un vistazo hacia los seres que nos rodean y que igual lo pasan peor que nosotros. Salgamos de nuestro ensimismamiento y si trascendemos nuestras propias limitaciones puede que entendamos, aunque sea sólo un poco, el misterio de la vida.

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