(Glosas Silenses)
Cuando en el S. V cae el Imperio Romano de Occidente podemos afirmar que aún se habla latín; pero en el S. VI-VIII ya no se habla; en esos años algo ha ocurrido, pero no podemos fijar la fecha exacta porque cada lengua románica ha seguido su propia evolución.
Los sacerdotes serían los primeros en darse cuenta del problema. Se predicaba en latín hasta que el pueblo ya no los entendía. Y, poco a poco, los oradores empiezas a adoptar la lengua del pueblo -así se dice en el Concilio de Tours en el año 813-. Eso en cuanto a la lengua hablada, porque para escribir se seguía adoptando el latín que era la lengua de prestigio. Así, los textos escritos en lenguas románicas son muy posteriores a la aparición de la lengua hablada.
Los primeros documentos latinos que tenemos en los que se manifiestan formas romances son documentos jurídicos y documentos eclesiásticos (las Glosas Emilianenses y Silenses que son, en palabras de Dámaso Alonso, el primer vagido de la lengua española).
En los años 570-676, San Isidoro y otros intelectuales llevaron a cabo un renacimiento lingüístico; así el romance hispánico no siguió la evlución que siguieron lenguas vecinas, como el francés. El renacimiento isidoriano frenó esta evolución porque el latín de la península está más apegado a sus orígenes.
Según Menéndez Pidal surge, aparte de las diversidades históricas, jurídicas y literarias, una discrepancia lingüística del castellano respecto al leonés y respecto a otros dialectos peninsulares es que el castellano se distancia y se aparta de esas lenguas. El león, por ejemplo, era muy respetuoso con el latín, en cambio el castellano lo rechaza y avanza sin vacilaciones. Las soluciones que da el castellano chocan para los leoneses, aunque son las que se acaban imponiendo.
En el S. IX-X la situación lingüística de la Península comprendería las siguientes lenguas:
-mozárabe
-gallego
-leonés
-vasco
-navarro-aragonés
-castellano
-catalán.
Castilla nace como un pequeño condado al este de León. En el “Poema de Fernán González” leemos: “Entonces era Castilla un pequeño rincón”. Así, como la zona del gallego, la de León y las demás zonas eran amplias, Castilla ocupaba un territorio pequeño. Era la lengua menos representativa de las peninsulares y era lógico que no tuviera éxito, pero ocurrió lo contrario. Esta lengua con un número pequeño de hablantes y con una fuerza mínima ante León se acaba imponiendo. Es se logra aprovechando su fortalecimiento político y su expansión que sigue tres direcciones: al sur, al este y al oeste. Por un lado arrincona el dialecto navarro-aragonés, por el otro al leonés y hacia abajo, al mozárabe. La influencia castellana hace desaparecer a sus vecinas. Es lo que se conoce, en terminología de Ramón Menéndez Pidal, como la “Teoría de la Cuña Lingüística”. El castellano actúa como una cuña que se introduce entre los diversos dialectos latinos que se hablaban en la Península.
La fuerza expresiva del castellano tiene un límite. Así, el gallego-portugués y el catalán imponen también sus soluciones.
El castellano rompe la unidad lingüística peninsular, pero eso no quiere decir que no haya ningún rasgo común con las otras lenguas hermanas, da soluciones más innovadoras, pero sigue hermanado con las lenguas vecinas. Así, asume términos del leonés y del riojano, así como del navarro-aragonés y de los otros idiomas incipientes. Cuando se habla de castellano, en sus orígenes, quizá deba hablarse de español porque, por ejemplo, las glosas no son un texto específicamente castellano, sino que, al nacer en la zona de la Rioja, tienen elementos propios del riojano.
En suma, para terminar y siguiendo al profesor Alarcos Llorach:
-en el S. X coexisten diversas modalidades del habla romance como consecuencia de los hechos históricos, culturales y lingüísticos.
-todas esas mondalidades eran consideradas por sus hablantes y ninguna se sitúa por encima de las demás. No hay un modelo común.
-las repoblaciones posteriores y el avance del castellano originan una serie de mezclas lingüísticas. El avance lingüístico castellano va parejo con su avance político; de ahí que se impongan sus normas lingüístoicos sobre las demás variantes. La norma que se impone es la de Toledo.
-el influjo toledano no anula las propuestas burgalesas y la prueba es que terminan su hegemonía en el S. XVI con la revolución lingüística en que se suprimen pares fonéticos, de los que tal vez podamos hablar en otro momento y en que el castellano se aleja, definitivamente, de sus lenguas hermanas.
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