miércoles, abril 13, 2011





Miguel Hernández es uno de los poetas más humanos de la poesía española, junto con Antonio Machado y Blas de Otero. El año 2010 fue un año hernandiano por excelencia, puesto que, el 30 de octubre, se conmemoró su aniversario de nacimiento.

En Miguel Hernández hay una estrecha relación entre vida y obra. Su obra es madura y no responde al mito de que Miguel Hernández fuese un pobre pastor de cabras que estuvo en la guerra y que escribió poesía. No, él elaboró una obra poética sólida, equilibrada, llena de pasión y sentimiento. Fue autodidacta, sí; pero con una buena preparación técnica.

Miguel Hernández maneja con propiedad tanto los recursos de la poesía clásica como los de la poesía popular. Para él su vida es el centro de su obra. En sus obras hay una tonalidad trágica dominante. Su poesía surge del corazón y la vida impregna sus poemas. Su vitalismo trágico reside en lo cotidiano, no en el más allá; sino en un presentimiento que tiene el poeta, desde el principio, de la muerte.

Ya en “Sino sangriento” se advierte la fatalidad que planea sobre su vitalismo:
“De sangre en sangre vengo,
como el mar de ola en ola,
de color de amapola el alma tengo,
de amapola sin suerte es mi destino,
y llego de amapola en amapola
a dar en la cornada de mi sino”.

A lo largo de su producción repite una serie de símbolos como el del toro, que es la vida en plenitud, pero con un destino trágico. Ese toro resume su cosmovisión (el ejemplo clarísimo lo leemos en su soneto “Como el toro”). El toro representa la virilidad, la fuerza, la violencia, la masculinidad, la hombría, la libertad más o menos ilimitada; porque él siempre fue un hombre incomprendido por su padre, por sus hermanos, por la gente del pueblo e, incluso, por su mujer.

Otros símbolos son la luna como el signo sobrenatural del destino poético, la búsqueda de la contemplación (véase su primera obra Perito en lunas). El vientre es símbolo de fecundidad, de amor humano y la sangre significa impulso y dolor, fuerza y tragedia.

Miguel Hernández, en sus poemas, suele emplear la sinestesia, que es una figura retórica puesta en práctica por los simbolistas que asocia un contenido moral con algo físico: “Umbrío por la pena casi bruno”, “porque la pena tizna cuando estalla”, “Cuánto penar para morirse uno”.

Su vida arranca y arraiga en la tierra. No es un poeta platónico, sino directo. Un poeta amenazado por la muerte y traspasado por el amor, con un lenguaje expresivo, intenso, incluso brutal algunas veces.

Su obra es puente entre dos etapas fundamentales de la poesía española. Gerardo Diego lo llama “genial epígono de la generación del 27”, aunque por edad pertenece a la Generación del 36, aunque no sigue sus contenidos.

Miguel Hernández nace en 1910 en Orihuela, en el seno de una familia humilde. Su padre es tratante de ganado lanar, muy modesto. Crece en un ambiente separado de la cultura y su educación es elemental. Hacia los 10 años, algunas personas se interesan por su educación. Un canónigo de Orihuela propone a su padre que estudie en el Colegio de Santo Domingo, en las clases de niños pobres. Con el tiempo, se dan cuenta de sus capacidades y pasa a las clases de pago; pero a su padre no le gusta, lo reclama para el trabajo y deja de ir al colegio. A los 15 años es el pastor del rebaño de su padre.

El poco tiempo que estuvo en el colegio le despertó la pasión por la lectura. Tiene buenos amigos en el pueblo (bien situados) que le proporcionan libros que Miguel devora con pasión. Su padre no está de acuerdo porque no le ve ninguna utilidad; pero Miguel ya ha empezado su propio camino. Frecuenta la amistad de Ramón Sijé (seudónimo de José Marín), un muchacho enfermizo, que sale poco de casa y que lee mucho. Se convierte en su consejero, le presta libros y le anima a leer. Entre ellos se crea un vínculo de amistad. También frecuenta a los hermanos Fenoll (dueños de una panadería pero con aficiones literarias) y al padre Almarcha quien le presta libros. Se reúnen en tertulias y el grupo constituye en Orihuela una peña literaria. Así, en 1934 publican la revista “El Gallo Crisis” de la que sólo saldrán 6 números. Aquí Miguel empieza a publicar algún texto. La revista es de signo cristiano porque Sijé es quien, de alguna manera la dirige, y sus ideas son cristianas, aunque progresistas. Precisamente el Auto sacramental de Miguel Hernández que se publica en “Cruz y Raya”, Quién te ha visto y quién te ve o sombra de lo que eres, le valió, con los años, la conmutación de su pena de muerte por cadena perpetua.

Miguel publica en algunos periódicos locales como “El Pueblo” y “Voluntad”. Pronto el mundo se su pueblo se que le queda pequeño y se desvincula del ámbito familiar. En 1931 parte para Madrid en busca de su destino. Ese mismo año se libra del servicio militar. En Madrid el apoyo es poco y pasa verdaderas penurias. Vuelve a Orihuela aparentemente derrotado; pero sigue escribiendo. Trabaja de meritorio en una notaria y, a la vez, escribe poemas de corte gongorino que son los que formarán su primer libro, “Perito en lunas” que aparece en Murcia, en 1933, financiado por algunos amigos. El libro recoge 42 octavas reales y está escrito con elaboración metafórica, aunque sus experiencias provienen de la tierra, del pastoreo que tanto marcaron su vida. Vale la pena detenernos en el título, en él Miguel se declara “perito”, esto es, “diestro” en lunas o sea e ideales, en quimeras.

En 1933, en agosto, conoce a Josefina Manresa que será su compañera y la fuente de inspiración de su mejor poesía. Tras sus poemas más rotundos suele haber una anécdota que él eterniza gracias a la palabra (“Me tiraste un limón...”, “Por tu pie...”).

Con la ilusión de este libro, cercano a los contenidos de la Generación del 27, vuelve a Madrid. No tiene mucha suerte, pero entre unos y otros va abriéndose camino. Conoce a Pablo Neruda y de esta amistad surge su poesía más comprometida, más humanizada. Conoce también a Bergamín quien le publica en “Cruz y Raya” el Auto Sacramental ya mencionado. Y conoce a Cossío con el que colabora en su enciclopedia “Los Toros”. Miguel es presentado en los círculos literarios de Madrid como un hombre de pueblo, espontáneo (véase la reflexión llena de afecto que sobre él hace Vicente Aleixandre con quien también traba amistad).

Poco a poco Pablo Neruda infunde en Miguel el sentimiento anticlerical. Por eso rompe con Sijé, su amigo de Orihuela. No hay reconciliación porque Sijé muere antes y Miguel le escribe una de las elegías más rotundas de la literatura española, “La elegía a Ramón Sijé”, “con quien tanto quería” que es la dedicatoria con la que se inicia el poema y que muestra que la amistad es “querer con uno las mismas cosas”. En esta elegía se rebela contra la muerte. Encontramos imágenes sobrecogedoras, telúricas, el afán por abrir la tierra y recuperar al migo muerto otra vez a la vida. Hay un clímax ascendente y tras la vehemencia apasionada sigue el sosiego, el remanso lírico, el final del poema.

En 1936 en la colección “Héroe”, dirigida por M. Altolaguirre, publica “El rayo que no cesa”, que recoge la gran poesía de Hernández antes de su compromiso con la poesía cívica y política. El libro es el resultado de la reelaboración de dos libros “Imagen de tu huella” y “El silbo vulnerado”. Testimonia la plenitud poética del autor. El rayo que no cesa es el asedio del poeta, el aguijón que lo persigue, el rayo de la violencia. Produce una herida inmaterial, constante. En el libro se encuentran los sonetos en perfecta armonía con los tercetos encadenados dedicados a Sijé. Hay un dominio total de la forma y de la palabra. Tres temas se imponen: el amor, la vida y la muerte. Muerte sentida como soledad y pena, como retorno a la tierra. El amor sentido como anhelo vitalista que se estrella contra la realidad. El amor como fuerza, como desesperación; pero también como sufrimiento y mansedumbre. Gran parte de la poesía hernandiana es amorosa; pero este amor es vital, es pasión, es afecto o experiencia física. Miguel Hernández está influido por el barroquismo y canta a menudo detalles insignificantes (un pie, un beso, un limón...). Además, como hombre del campo que es, emplea imágenes vegetales.

Al principio de la Guerra Civil se alista en el 5º Regimiento Republicano. Es comisario de cultura. Macha a Andalucía. Se casa con Josefina (a quien le habían matado al padre, guardia civil republicano) en Orihuela por lo civil. Participa en el II Congreso Internacional de Intelectuales Antifascistas. Tras esto marcha a Rusia y se pone en contacto con la cultura soviética. En 1937 nace su primer hijo que muere en 1938 sin haber cumplido el año. Por estas fechas ya está escribiendo “El hombre acecha”, que ya no se publicará en vida del poeta.

En 1937 aparece su “Viento del pueblo” que marca otra trayectoria. La poesía se hace canto épico. El poeta lleva a la práctica la idea de que la poesía es un “arma de guerra”. Su poesía es de combate, social. Allí leemos el rotundo “Andaluces de Jaén” (magníficamente popularizado por Paco Ibáñez), “El niño yuntero” o “Vientos del pueblo”. El idioma se hace más claro y directo y predomina el romance. Se dirige a la colectividad. Es un canto de combate, de lucha, de reivindicación.

En 1939 acaba “El hombre acecha”, que es un libro de compromiso, de acento cívico. Es un libro de desencanto, pierde el acento épico del anterior, pierde la pasión, el entusiasmo y, ante el caos que vive el país, el libro se tiñe de dolor. Se plantea la dimensión de un mundo cruel en el que el hombre es un lobo para el hombre (como en la máxima de Hobbes, “Homo homini lupus est”).

Al acabar la Guerra Civil vuelve a Orihuela. De ahí piensa partir a Huelva para salir por Portugal y huir de la persecución. En mayo del 39 es detenido y encarcelado en Madrid. Puesto en libertad por causas no del todo claras, vuelve de nuevo a Orihuela en el 39 y ése es su gran error. Pronto es denunciado y detenido y empieza su encierro. En julio del 40 se le condena a pena de muerte, conmutada a 30 años de reclusión. Va de cárcel en cárcel hasta llegar al “Reformatorio de Adultos” de Alicante en 1941. Allí está cerca de la familia y en presidio coincide con Antonio Buero Vallejo, quien traza a carboncillo ese retrato tan célebre de Miguel Hernández. En diciembre contrae un tifus, se le declara un proceso de tuberculosis y muere el 28 de marzo de 1242 a las 5 de la madrugada: un cuaderno manuscrito es su legado.

En este cuaderno se encuentra su último libro “Cancionero y Romancero de Ausencias”, escrito entre 1938 y 1941, publicado póstumamente en el 58. Aquí se encuentra la poesía más depurada de Miguel Hernández. Vuelve otra vez al intimismo y recoge poemas personales dirigidos a su mujer y a sus hijos, el muerto y el nacido en el 39. Los temas son el amor a su familia, el dolor del prisionero, el desengaño y la tristeza tras la guerra. Poemas de dolor, de despedida como Nanas de la cebolla. El hijo vivo es su única esperanza. Aquí canta a la inocencia, al candor de ese niño de 8 meses que es alimentado por su madre, quien sólo come pan y cebolla.

En la poesía de Miguel Hernández, como hemos visto, vida y muerte van estrechamente unidas. En toda su poesía, que rebosa vitalidad, hay siempre una constante premonición de la muerte. En esto se acerca a otro gran poeta vitalista y marcado por la intuición de la muerte, Federico García Lorca. Ambos, bien lo sabemos, mueren en plena juventud.

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