lunes, noviembre 23, 2015

A quien corresponda,
Teresa Martín Taffarel,
Barcelona, Ediciones Carena, 2015

A quien corresponda es un poemario de una sobriedad exquisita que contiene 45 poemas destinados, como bien dice el título, "A quien corresponda". Porque... ¿quién es el destinatario de lo que la poeta escribe? ¿Quién recogerá sus versos y los hará suyos? ¿Quién acompasará su lectura a los sentimientos de quien escribe? La poesía como enigma, como carta hacia un destino dispar, heterogéneo; extraño, a veces; ajeno, otras. 
Teresa Martín Taffarel sabe de presencias, atesora ausencias, añora momentos, intuye reacciones, aguarda gestos y caras. La poeta se busca y no siempre se reconoce, pero se refleja en el que pasa, en el que no se quedó, en el que aguarda, en el que pasó de largo, en el desconocido, en el que no está... en ella misma y en sus propios duendes. Teresa Martín planta cara a la incerteza de no saber quién está al otro lado del espejo y lo busca y recrea en cada uno de los poemas de A quien corresponda.
Su poesía, ya lo dijimos, es sobria y contenida. No derrocha adjetivos, prefiere la constancia del nombre y del pronombre. ¿Qué se oculta tras el pronombre? La identidad que busca la autora y que se le esconde, como en juego de sombras y de nieblas. 
Así, inicia su camino, porque camino es el poemario, con un imperativo "Espera. No te vayas". Busca la complicidad en el otro, busca trascender la soledad:"Y yo sigo esperando". En sus poemas hay muchas paradojas y contrastes: "Porque él debiera ser tú / y yo lo sé/ y tú/ o él/ no lo sabe.../ y nunca la sobrás". 
La poesía como contraste, como alivio, como superación de la ausencia, como plano del tesoro de los emociones: "Y te devuelvo al olvido, / de nuevo/ y para siempre". La palabra no siempre sirve para expresar aquello que uno quiere decir: " y solo me queda entre las manos / un puñado de palabras mudas". ¿Por qué mudas? De nuevo la paradoja. La palabra que no sirve para la comunicación, sino al contrario, para la desazón.
 La poeta solo quiere seguir su camino, sin los lastres que la frenen. Ni obliga ni quiere que la obliguen. Da libertad a cada uno: "sin impedirte ser tú mismo / y que me dejes decidir mi pena o mi esperanza". 
Y de nuevo la palabra, que no llega a tiempo: "cuando faltaba un solo instante / para escribir la última palabra". Intuye que, en algún lugar, está ese "quien la espera", pero presiente que no lo reconocerá: "Será necesario que me llame por mi nombre, / que yo sepa entender esa llamada, / que no me rinda antes de tiempo...".
Como estamos viendo, el nombre, el vocablo es uno de los temas recurrentes en la poesía de Teresa Martín. Une, a menudo, palabra y tiempo en una especie de bucle que nos recuerda el eterno retorno: "A veces me consuelo / pensando que lo succedido alguna vez / sigue sucediendo siempre".
Son muchos los versos que podríamos recoger que aluden a ese mundo interior, a las sombras, al paisaje anímico, a las dudas, a los contrastes de la vida, al desasiego. Múltiples son las perspectivas como múltiples los puntos de vista: "Y en cada uno de los nombres / era uno y diverso".
En ese juego de espejos que es la vida y también la poesía, Teresa Martín sabe de su otredad, de ese otro que está fuera y que podría ser uno mismo. "Porque ese poeta / acaso inexistente / no es más que una transparencia /  de mi propio silencio".
Y, al fin, llegamos al final de trayecto y nos acercamos a la propia autora quien se dedica a sí misma el último poema. Aparece el desasosiego ante el paso del tiempo, la idea de ser "ayer" y no "mañana", como si ya fueran muchos los recuerdos. Poco a poco, acepta su realidad "para hacerme mañana cada día / y escuchar otras voces / y sentirme crecer en los espejos".
Como muy bien dice el poeta Carlos Skliar en el prólogo: "Una poesía como un caracol en la pared, que sube o desciende lentamente, y que crea un rastro de sonidos apenas audibles en una travesía despareja y desatenta; una poesía que, en vez de britar, nos recuerde aquello que nunca deberíamos haber perdido de vista: la atención, el cuerpo, el tiempo, el lenguaje".
A quien corresponda atañe a cualquier lector porque todos somos compañeros de viaje, todos compartimos un destino, todos nos buscamos entre las sombras. Teresa Martín Taffarel tiene el coraje y la lucidez suficientes como para invocar a esos compañeros de travesía e invocarse a sí misma en esta singladura que es, al fin y al cabo, la vida.
Poesía sobria, elegante, contenida, llena de presagios; poesía que plantea enigmas, que remueve heridas, que abre capítulos y cierra episodios; poesía que seduce y que inquieta a la vez porque... ese quien también puedo ser yo. A quien corresponda.
 

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