sábado, octubre 05, 2019

"Antes del fin del mundo",
Emilio Calderón,
Ediciones Versátil, 2019


En pleno Siglo XXII, nuestro planeta ha sucumbido al desastre ecológico. Los mares y océanos ya no admiten más contaminación. Las personas, los llamados sapiens, han perdido la chispa que los hacía humanos y viven vidas prestadas por la tecnología. Es la Era Tablet. Por otro lado, se ha perdido la noción de humanidad y nuestros descendientes viven sometidos a Deus, un ente tecnológico que almacena y guía la conciencia colectiva. No hay nada, no hay amor, no hay libertad, no hay deseo, no hay coraje. Este es el telón de fondo de "Antes del fin del mundo", una distopía directa, cruda y muy bien narrada, aunque deseamos que no se cumpla jamás.
Por si no fuera poco, los llamados hombres peces conquistan la tierra y someten al hombre data en una guerra que no ha hecho nada más que empezar y que no parece tener fin.
Un grupo de humanos se refugian en el desierto y plantean lo que se podría llamar resistencia. Jan Drake es un piel limpia, es decir, alguien que ha nacido después de la Era Tablet y que, por lo tanto, es humano cien por cien, sin implantes. Este joven de 21 años es la voz del relato. En primera persona, en algunos momentos, y en forma de diálogo, en otros, se desgrana ante el lector un panorama apocalíptico.
Drake  es uno de los escribanos de la colonia, es quien está llamado a conservar la memoria de la humanidad gracias a la escritura, aunque Drake tiene también sus dudas. Su amada, Tea, que ejercía de psicóloga en los interrogatorios que ambos planteaban a los sobrevivientes, se ha visto obligada a marcharse porque su cuerpo comenzaba a mutarse con la aparición de la primera escama.
Drake recuerda a Tea y la evoca con nostalgia, con un amor puro, no obligado por Deus. Echa de menos y anhela volver a encontrarla. En esos momentos, en primera persona, el lector asiste a pensamientos de gran lirismo, llenos de ternura, de humanidad, de tristeza. El joven Drake se siente perdido e invoca, para consolarse, a un poeta, a Rumi y trata, a través de sus versos, de sobrellevar esa vida hostil y dura.
Otros personajes nos llaman la atención, la joven Gioconda, Tupac, Finisterre, Bonifaz, Lando Norris, Morrissey, Morabito... Todos acaban dándonos distintos puntos de vista del desastre y todos  intentan vivir o sobrevivir. La colonia decide trasladarse hacia otras tierras, más al norte, mucho más al norte, cerca de Noruega en donde se preserva la memoria de la humanidad y desde podrán alcanzar, si la suerte le es propicia, Última Thule y empezar de nuevo. El camino es duro y agotador, son muchas las pérdidas y pocas las recompensas. Finalmente, en el Monasterio de Santa Catalina, se produce el desenlace que, según se mire, es aún más estremecedor que la distopía en sí. Al lector le corresponde la última palabra.
"Antes del fin del mundo" es una novela que podríamos calificar de ciencia-ficción, aunque con matices. Historia apocalíptica, sin aparente esperanza, muestra un mundo terrible, en donde el único rayo de esperanza lo aporta la escritura, la memoria, la sensibilidad del protagonista. 
Conviene insistir en la estructura del relato que marca muy bien las localizaciones espaciales y cambia de registro con maestría. Cuando es Drake quien piensa, el texto es amplio, melancólico, personal, poético; cuando se reproducen, en el Cuaderno de Bitácora, los interrogatorios se acude a un tono neutro, que intenta ser objetivo y testimonial. En el momento en que se narra el camino hacia la posible salvación, la novela adquiere ritmo narrativo. Emilio Calderón, por lo tanto, sabe muy bien cómo conducir la historia y como desgranar, poco a poco, los distintos momentos hasta llegar a un callejón sin salida. 
"Antes del fin del mundo" puede leerse como una alegoría de los tiempos que nos esperan si no somos capaces de cambiar de rumbo o también como una advertencia a la soberbia humana e, incluso, como una llamada de atención hacia la importancia de las humanidades en un mundo que cada vez las relega más y más.
No hay duda de que el lector no quedará indiferente ante este conmovedor relato, duro, ácido, crítico, pero también emocionante y humano. Ahora, es el turno de las preguntas y de las reflexiones, que cada uno haga su parte porque Emilio Calderón ha hecho la suya: agitar conciencias y poner el dedo en la llaga sin clemencia y sin temor.


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