"Poesía en Roma",
Santiago Montobbio,
Los libros de la Frontera, 2018
(El Bardo, 48)
Santiago Montobbio,
Los libros de la Frontera, 2018
(El Bardo, 48)
Santiago Montobbio (Barcelona, 1966) es un poeta que escribe
cuando tiene algo qué decir. Eso
que, resulta una obviedad, no lo es si nos fijamos en su trayectoria. De joven
escribió algunos libros y, después, pareció que había olvidado sus inquietudes
poéticas hasta hace pocos años en que, como un torrente al que se le deja libre
el cauce, no ha cesado de escribir y de producir poemas de una manera, acaso,
algo distinta a la manera tradicional porque Santiago Motobbio escribe cuando
le apetece y en el momento en que le surge la idea la apunta, ya sea caminando,
tomando un café, sentado en un banco u observando una pintura. De esa manera su
creación es más directa, no pasa por el filtro del recuerdo ya que surge, así,
como él la siente y en el momento en que la siente.
Para nuestro
poeta, además, la poesía no es un ejercicio formal de virtuosismo en el que uno
debe estar pendiente de la forma, de las sílabas, de que las palabras cuadren,
de que todo parezca obra de un orfebre, no, para él la poesía es vida y,
como tal, brota y se encarna en la palabra, a veces metafórica, por supuesto,
pero otras cercana a la prosa, humilde, cotidiana y, por eso mismo, espléndida
y genial. Es, por decirlo así, como si en campo de tréboles, todos iguales, de
repente surge uno que, sin dejar de ser trébol, presenta otras características,
ya sea que tenga tres hojas o unas motas de otro color.Más bien es la obra de un alquimista.
Hemos tenido la
ocasión de reseñar alguna de sus obras, con gusto e interés y ahora lo hacemos
con “Poesía en Roma” que se nos antoja una obra muy personal, la que nos acerca
más al almario de Santiago Montobbio, la que nos habla de sus recuerdos, de su
familia, de sus sentimientos, de sus contradicciones y de ese anhelo por
reflejar, en cualquier momento, la vida que pasa, demasiado a menudo,
desapercibida.
El poeta, de
manera muy sencilla, nos explica en la primera página, el origen del libro. En
2017 fue invitado a presentar su poesía en la Real Academia de España en Roma
el 29 de octubre. Así estuvo en la capital italiana del 26 de octubre al 6 de
noviembre y, en esos días, escribió los poemas que forman el libro que nos
ocupa, un libro voluminoso de más de 500 páginas que puede leerse del principio
al fin, como he hecho yo o que puede ser gustado y picoteado, como el lector
quiera. Si se lee desde el principio, eso nos parece, se puede entender más el
aspecto personal del poeta puesto que leer sus poemas es como si nos pusiéramos
de puntillas y le observásemos por encima del hombro mientras piensa, deambula,
reflexiona.
En los poema nos
habla de una buena amiga, Carmelita, muy presente en sus versos que es la
persona que lo presentó en Roma y con quien comparte gustos y aficiones, mas,
por regla general, los poemas de Montobbio se escriben en soledad, se gestan a
través de su mirada y de su sensibilidad. Así lo vemos paseando por Roma,
parándose en plazas y en iglesias, observando más allá de las apariencias y estableciendo
paralelismos con su vida. Los ángeles, por ejemplo, en los primeros poemas se
nos muestran a menudo, pero no como esos seres melifluos que a veces contemplamos en
las pinturas, si no, como unas criaturas destartaladas, aunque siempre
presentes, acaso como esas iglesias añejas o esas plazas escondidas en donde
los turistas apenas se detienen ya que, si lo hacen, son incapaces de ver nada.
Montobbio nos
habla también, y mucho, del soporte en el que escribe, de sus libretas, de
cómo, poco a poco, van cumpliendo su función y deben ser relevadas por otras y
de cómo él las escoge con particular fruición porque son importantes, porque le
ayudan, porque son la extensión de su mano y de su corazón. No faltan los cafés
ni las pizzas ni los helados porque Roma es todo eso y mucho más; tampoco
faltan los momentos de desorientación personal y aquellos otros de confesión y
de recuerdo. El padre del poeta, muy vinculado a Roma, le sale muchas veces a
su paso, y su tía y su propia madre, a la que tiene presente en cuanto ve algo
que cree que debe contarle cuando regrese porque el poeta siempre regresa,
siempre sabe que volverá y, por eso, atesora esos momentos tan delicados que
son sus poemas.
No faltan tampoco
los poetas en los que re reflexiona acerca de la belleza, de la creación, de la
vida y de la muerte (“ (…) La muerte como un mar, la muerte como/ un sol. En la
muerte duerme / y se encierra el secreto de la vida.”), del paso del tiempo y
de sus consecuencias.
Hay muchas
alusiones a los textos que le gustan, a los poetas que le han marcado, a su
propia biografía poética. Montobbio no deja de homenajear sus raíces. Acude al
río, no podría ser de otra manera estando en Roma, y en el Tíber, como en un
eco manriqueño, encuentra también el origen de la vida y su pasar: “(…) La vida
del hombre / es la noche sobre el río..”
Montobbio no
olvida tampoco la metaliteratura, esto es, la explicación de su poesía:
“Hay mucha cosa
escrita sobre Roma. / También sobre las sombras. Esto / me digo, y escribo
estas dos líneas/ que en el corazón podemos sentir como un poema”.
Y esa es la clave
de su poesía, no el aspecto más académico, ni más formal, como decíamos, sino
el sensorial, el personal, el anímico, como podemos leer en este rotundo verso:
“Esto eres, poema. Eres el hombre”.
Para Montobbio la
poesía es paralela al devenir del mundo, es escuchar la vida de otra manera:
“Debajo del ruido
del mundo / un poeta ha de sentir como fluye ,( debajo de las apariencias y las
cosas, tal un río”.
Mucho más
podríamos decir de “Poesía en Roma”, porque los pasos del poeta nos llevan a
los grandes monumentos romanos, pero también al ruido, al tráfico, a sus
contradicciones como ciudad eterna, acaso como la propia alma del poeta. A
veces en Roma llueve, otras sale el sol; otras las puertas se cierran, otras se
busca un camino y se encuentra otro, en ocasiones el banco en el que quieres
sentarte está ocupado por otras personas y, por encima de todo, esos ángeles
destartalados de la memoria, del recuerdo, que te acompañan, que no te dejan y
la melancolía de la despedidas y el buen aroma de la amistad porque eso, y
mucho más, es el poemario, un brindis a la amistad, un brindis a la
contemplación ensimismada y un brindis a la vida.
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