Castillos en el aire,
Ana Alcolea. Ilustración: Mercè López,
Anaya, 2015. (El Duende Verde, 200).
La abuela de Marcos le está contando una historia y, precisamente, es la misma que el lector está leyendo. De esta manera, siguiendo una estructura muy conocida en la literatura popular, Ana Alcolea nos conduce por los caminos riquísimos de la oralidad y nos devuelve el placer de escuchar porque ella, como narradora, desaparece y cede el lugar a la abuela quien, a su vez, logra también mimetizarse con los personajs verdaderamente protagonistas, Santiago, Zenón y Rosa.
Santiago era un niño al que le gustaba mucho dibujar en la arena de la playa, aunque eso impedía que sus obras permanecieran, Santiago vivía en un faro, lejos de otras personas, en compañía de sus padres y de una extraña mascota, adquirida casi como capricho por su padre, un pavo real. Zenón. La figura del pavo real es decisiva para la evolución personal del niño porque él observa cómo Zenón se acerca a sus dibujos y se enamora del que hace de una pava, hasta el punto de que es capaz de confundir realidad y fantasía y extender, como en un cortejo, sus bellas plumas. Zenón desaparece un buen día en busca de su amada imaginaria.
Santiago, cuando es mayor, va a ver mundo y llega a un lugar donde se está construyendo un castillo. Trabaja una temporada en sus obras y decide quedarse cerca de él. Su destino lo está buscando porque la hija del dueño del castillo, Rosana, sin que su padre lo sepa, sale del castillo, por el laberinto secreto, y conoce a Santiago. Para Santiago es un descubrimiento saber que hay una manera de apresar las palabras y los dibujos, que existen los libros y que no es necesario pintar en la arena. Rosana comparte con él su pasión hasta que desaparece y eso a Santiago le hace despertar el ingenio. Descubre cómo acceder al castillo y descubre que Rosana está muy enferma y solo él tiene el antídoto para que se recupere: un libro, las Metamorfosis, de Ovidio.
Castillos en el aire es un homenaje a la palabra, capaz de crear obras más duraderas que los propios castillos. Gracias a la lectura, que finalmente Santiago maneja, descubre que "su mundo se había hecho más grande". Y no solo lo descubre Santiago, sino Marcos a quien su abuela le hace ver que esos personajes "están dentro de ti y vivirán siempre que tú quieras". Y Marcos es cualquier lector que, en estos momentos, se disponga a abrir un libro y a dejarse seducir por sus palabras.
En este libro, Ana Alcolea demuestra algo que ella siempre defiende con vehemencia cuando habla con sus lectores. Ana Alcolea demuestra que un libro lo empieza a escribir su autor, el escritor, pero lo acaba el lector, porque es el lector quien se imagina a Marcos, a la abuela, a Zenón, a Santiago y a Rosana. Nadie más que el lector tiene la llave para decidir acerca de estos personajes. Además, el diálogo, presente entre Rosana y Santiago, es crucial para permitir que ambos jóvenes maduren.
En Castillos en el aire, su autora retoma temas que le son queridos, como es la ambientación inicial en un faro o el recurso de la abuela que cuenta historias a su nieto, por poner dos ejemplos. El libro se estructura en 21 capítulos breves y, poco a poco, va implicando al lector porque Santiago es un niño que crece, que se hace joven y adulto (le sale barba) y que, al fin, halla su destino, ese que Zenón salió a buscar un día en forma de dibujo efímero y que Santiago encuentra para siempre. Hay tanmbién elementos simbólicos como el laberinto del castillo o las plumas de Zenón que son como ojos abiertos que luego se pueden identificar con los personajes que a Rosana tanto le gustan, de Las metamorfosis.
El relato está escrito con sensibilidad porque son muchas las imágenes que emplea la autora, metáforas, comparaciones, para hacer entender a los lectores qué sentía Santiago y cómo lo sentía. Además nos habla de un tiempo pasado, que queda difuminado, a la manera de los cuentos clásicos, pero que nos permite dar rienda suelta a la imaginación. Es un tiempo donde escribir salía muy caro porque se hacía en pergaminos, donde las clases menos pudientes no sabían leer y donde los dueños de castillos se creían superiores.
En Castillos en el aire se plantea un viaje iniciático. Santiago comienza a abrir los ojos en el faro, con sus dibujos. Observa a Zenón y siente que detrás del dibujo puede haber algo más. Piensa que el mascarón de proa en forma de sirena que llega un día a sus pies, es una puerta a la imaginación. Y se sabe llamado a otras empresas que no sean las de seguir el oficio de su padre. Santiago es un espíritu inquieto, libre y vital que siente que hay algo más detrás de las apariencias de su propio mundo.
El libro está ilustrado por Mercé López quien, de forma sutil y poética, muestra algunos de los momentos clave de la historia (la cola de Zenón, Santiago en la arena dibujando, Rosana y ese castillo inmenso, envuelto entre nieblas, que no parece tener cimientos, que ilustra la portada). Gracias a Ana Alcolea y a Mercè López los lectores, desde 10 años en adelante, aprenderán que, efectivamente, ellos pueden ser magos gracias a las palabras y a los dibujos.
Como escribe la propia autora en la presentación: "...los lectores y los escritores somos magos: a través de las palabras creamos un mundo en nuestra imaginación".
Preciosa reseña, Anabel. Millones de gracias.
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