lunes, noviembre 15, 2021


Escritos en la guerra (Varios)

Kalandraka, 2021 

"Escritos en la guerra" es una de esas joyas en papel que, a veces, se cruzan en nuestro camino.  Siete autores se dan la mano para, sin renunciar a su estilo ni a sus convicciones, ofrecernos un libro que, a su vez, contiene el germen de otras muchas historias. El hilo conductor es la guerra y sus consecuencias e, incluso, la propia gestación de la misma. La guerra en cualquier lugar, no solo la Civil, aunque es la más recurrente. Sea como sea, son situaciones cercanas en el tiempo, del Siglo XX.  Ahora bien, cada uno de los personajes que el escritor o escritora ha escogido tiene su propia cosmovisión y su manera de funcionar. No es infrecuente que haya un paisaje literario tras los relatos ya que la narración, el poder de la palabra, la sanación mediante la lectura son elementos recurrentes en estos textos que huyen de tópicos, de tonos grises y se instalan en la esperanza y en la luz.

“La entrevista”, de Elvira Menéndez contiene los conmovedores recuerdos de una niña de la guerra, ya anciana, que repasa, a través de una entrevista, una infancia muy dura, con la separación forzosa  de los padres y muerte de su hermano, quien, gracias a Richmal Crompton y su personaje Guillermo, fue capaz de seguir adelante y de encauzar su vida. Elvira Menéndez repasar, cun precisión, momentos duros de una infancia que se perdió por culpa de la sinrazón.

“Como si hubiera pasado siempre”, de Rosa Huertas, es un homenaje a la Creadora de Celia, a Elena Fortún, tan vinculada con la propia Rosa Huertas. El relato reescribe momentos de la vida de la escritora y el porqué de su creación literaria, además recrea el poder importante de la palabra, de la oralidad, como fuente literaria fundamental. Elena Fortún también recoge su vivencia de la guerra en Celia y la revolución, aunque no pudo verlo publicado en vida.

“Fragmentos de dolor y vida”, de Antonio García Tejeiro, aunque no está escrito en verso, contiene un lirismo insupperable y limpísimo. A través de un joven, con muchos desencuentros paternos, tiene un puente hacia Miguel Hernández, otro de los poetas que sufrió las consecuencias de la Guerra Civil y que, pesea todo, nos dejó un testamento poético luminoso en su libro póstumo, escrito en la cárcel. No podemos olvidar tampoco la alusión a Gabriel Celaya, fundamental para entender el relato.

“La niña asombrada”, de Mónica Rodríguez, es otra recreación mágica de una escritora a quien podemos calificar, sin duda alguna, de hada. Es Ana María Matute. El relato está lleno de pistas y de alusiones emocionantes a quien fue una niña de posguerra.

“Caperucita Roja es poeta”, de Carmela Trujillo es otro rotundo homenaje a una mujer crucial en nuestras letras, Gloria Fuertes, una mujer que padeció la Guerra y se hizo a sí misma, como leemos en un relato lúcido y bien trabado.

“Un instante”, de Gonzalo Moure es, quizás, el relato más estremecedor de todo el libro, que hay que leer muy despacio. Madrid. Un escenario en dos momentos distintos: torturas y entrega de premios. Y, en primera persona, un escritor explicando su propia experiencia y tratando de hacer las paces con su pasado.

“Volatilizado”, de Daniel H, Chambers, es el último relato, el que cierra el libro, y ciertamente un homenaje al autor de El principito, que, no lo olvidemos, fue aviador en la guerra y, justamente, desapareció en una misión.

Las ilustraciones de Federico Delicado, llenas de matices y de expresión, arropan y acompañan y realzan las historias. Sirva la portada, de gran expresividad y que corrobora la idea esencial: la palabra ha de estar a salvo. Siempre.

En suma, Escritos en la guerra, es un libro de muchas voces, las de sus narradores y las de sus personajes, que se mezclan y aúnan para dibujar retazos, momentos, experiencias decisivas, pequeños instantes. A través del diálogo, del monólogo, de la descripción o la narración, en primera o tercera persona, mezclando épocas distintas, trabando historias… se van desgranando esos momentos que nos emocionan y nos hacen seguir creyendo en el ser humano y, como dijimos, en el poder de la palabra, superior, debería ser así, a de las armas.

 

 

 

 



Olíafiltro quemado, Alfred Besora, Ediciones El Drago, 2021

"Olía a filtro quemado" responde a las inquietudes, dudas, afectos y sinrazones de su autor, Alfred Besora quien, al fin, se ha decidido a compartir con el lector algún resquicio, alguna quimera, esa manera diferente de ver el mundo y a la vez igual que solo tienen los poetas. El poemario se organiza en cinco partes bien marcadas: Nunca de veo con la misma cara, Poemas de emergencia, Poemas húmedos, Poemas que curan, Poemas del viento, Poemas de las cinco de la mañana y El poema más corto del mundo. Por los títulos podemos intuir una desazón íntima y acuciante que impulsa a su autor a ir hacia adelante sin dejar de mirar, aunque sea de soslayo, o tal vez intuir, los restos de lo que quedó detrás. De ahí "Olía a filtro quemado", como el eco, la huella, la sospecha de lo que fue o pudo ser, de lo que fue y se esfumó, pero que aún duele.

Sus poemas, directos, vibrantes, enérgicos, llenos de brío y de pasión, tratan de poner en su sitio algunas piezas del puzle personal, aunque no lo logran del todo, porque surgen nuevas ramificaciones y otros ecos y otras esencias.

En primera persona, con la verdad en carne viva, el poeta se trasciende a sí mismo en una extraña pirueta que le hace mezclar aspectos del pasado con el presente, elementos urbanos, ecos de canciones, fragmentos de poemas, lirismo y, a veces, prosaísmo. Lo sublime y lo pragmático se unen en ese olor a filtro quemado que no es otra cosa que la estela de lo que fue y aún supura.

Entre el arte menor y mayor, ayudado del encabalgamiento, con comparaciones muy potentes y un uso certero del verbo;  los versos de Besora son  directos como disparos al pecho, los poemas van desgranando su periplo y abrazando distintas emociones, la esperanza, el anhelo contenido, la emergencia, las premuras, la contemplación, el pasar página, el dolor agudo, el amor y el desamor, entre otros.

Alfred Besora hace suya la premisa de Javier Marías de que uno “no debería contar nada”, pero acaba contándolo porque, si no, se le enquista y aún duele más.  “Quiero ser luna esta noche” en una reminiscencia lírica, aunque “Escuece / la mano ajena clavada”. Ante el dolor, hay que actuar rápido, sin vacilaciones:  “es mejor aplicarse un torniquete”. Otras veces, se siente prisionero: “en la oscuridad más negra y viscosa”, pero siempre sabe que “la luz va a venir”. Hay una urgencia plástica en sus poemas, un pedir permiso para entrar en el terreno del otro: “Permíteme morderte” o “Quiero que me anudes” o, ya más pausado, “Dame la mano /y entremos en el mar / del atardecer” y la gran pregunta: “¿Le has dolido alguna vez a alguien?”. La idea de encontrar el lugar donde uno encaje sin saber a ciencia cierta si será posible: “Fuimos apenas piezas / de diferentes puzles / cuyas cajas / alguien decidió mezclar”. Al fin llegan las verdades y la aceptación: “Volveré a casa sangrando, / pero feliz en mi asosegada / soledad”. Y “Te reniego”. Esa es la historia, del amor y el desamor, de la aceptación y el coraje, de la huida hacia adelante y de la aceptación final: “Enterré la opción de odiarte / a dos metros bajo tierra”.

En definitiva, Olía a filtro quemado es un poemario valiente y lleno de verdad.