El mundo, los otros y yo. Las grandes preguntas para comprender el mundo.
Varios Autores,
PPC, Madrid, 2009.
No siempre es fácil contestar a los niños porque sus preguntas necesitan respuestas veraces y no excusas para salvar el expediente. Y los niños nunca se cansan de preguntar. Por eso se agradece un libro como El mundo, los otros y yo puesto que recoge 120 preguntas que no siempre sabríamos cómo contestar, ésa es la verdad. No son preguntas sencillas, qué va, ni siquiera superficiales, sino comprometidas, de las que necesitan una reflexión seria y no admiten un “sí” o un “no” o un “cuando seas mayor te lo cuento”.
Las 120 preguntas que forman el libro, bien pensado, van dirigidas también a los adultos que, por lo que sea, hemos perdido la capacidad de interrogarnos y todo nos parece normal. Los niños son campeones en preguntar y campeones en detectar buenas respuestas.
Las respuestas que ofrece este libro son principios, puentes tendidos para iniciar una reflexión con nuestros hijos o nuestros alumnos o nuestros sobrinos o nuestros niños, sin más.
El libro se divide en cinco secciones:
- La familia
- Los sentimientos
- La vida y la muerte
- La sociedad
- El mundo
Las respuestas están redactadas de manera sencilla para que las pueda entender un niño entre 8 y 12 años. Y las preguntas, realmente, contienen distintos matices, algunas son más fáciles que otras; pero ninguna nos va a dejar indiferentes. ¿por qué se enfadan los padres?, ¿por qué se sueña?, ¿hay que perdonar siempre?, ¿por qué es tan difícil la vida?, ¿qué es la política?, ¿por qué no somos perfectos? Y así hasta 120. Muchas de las preguntas necesitarían una tesis doctoral como poco para ser contestadas, pero las habilidad de los autores hace que, sin ser una respuesta complicada, sí, al menos, contenga las principales claves para… hacerse otra pregunta. Y de esta manera los niños irán creciendo y madurando y los adultos los podremos acompañar en este proceso.
No hay excusas, por lo tanto, no vale decir que no hay tiempo, sino… que hay que sentarse con el niño y permitir que pregunte. En una buena pregunta está el germen de todo lo que puede ser ese niño. ¿Por qué no contestarle?
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