Todo es máscara,
Rosa Huertas.
Ilustraciones: Álex Fernández Villanueva,
Anaya, 2016.
La acción comienza en Madrid, en 1835, en un baile de máscaras. La máscara es un elemento recuerrente a lo largo del relato, no en balde da nombre a la obra y contiene una simbología que es clave para entender el relato. Nada es lo que parece, ni la ciudad, ni los personajes, ni las acciones.
En este Madrid romántico, preñado de acontecimientos políticos y de continuos sobresaltos, las gentes aprender a seguir viviendo y lo hacen, cómo no, tras una máscara.
Eugenia, una chica de clase social alta, desaparece misteriosamente en ese baile y su amiga Teresa intenta, por todos los medios, averiguar qué hay tras esta desaparición. No le resulta fácil por su condición de mujer, aunque, con la complicidad de su hermano Mateo, se oculta tras un disfraz de hombre que le permite entrar en los espacios prohibidos a las mujeres, el café Príncipe, por ejemplo, y otros escenarios. Le ayuda Lucas, un amigo de su hermano quien vive un momento de confusión y ofuscación sentimental que lo lleva a cometer alguna torpeza con Teresa o con Juan, su identidad fingida.
En el relato se mezclan personajes imaginarios con personajes reales, como es el caso de Larra quien está viviendo sus últimos años y muestra todo su dolor, a veces cinismo, frente a su relación con Dolores Armijo. No obstante, ayuda a Teresa y aprende a guardar su secrero. Larra es una pieza esencial en este puzzle de las máscaras porque él mismo se ocultaba tras una máscara de fingida indiferencia. El relato avanza hasta el fatídido 13 de febrero de 1837 en que el autor decidió quitarse la vida. Rosa Huertas recoge las reacciones de las gentes y nos permite asistir, doloridos, al final de una etapa.
Mientras, Teresa averigua el paradero de Eugenia, aunque eso ya no le importa porque ella misma está viviendo su propia peripecia sentimenal con Lucas. El lector los acompañará en las últimas páginas de una manera especialmente intensa.
Todo es máscara nos habla del papel de la mujer en el S. XIX y de las limitaciones que tenía. Teresa, en ese sentido, es una adelantada a su época que no duda en vestirse de hombre para conseguir sus objetivos, aunque termina congraciándose con su femineidad. La novela también alude a algunas costumbres o usos de la época, como puede ser el duelo e, incluso, a las diversiones comunes como son la corridas de toros.
Rosa Huertas se pasea por el Madrid del s. XIX con toda naturalidad, por las tertulias literarias, por los mentideros, por las calles, por el teatro Real, por los hogares, por las cocinas y por los espacios más secretos. Logra un relato, así, muy vivo, en donde la ciudad es también protagonista.
Los personajes como Teresa o Lucas son seres que evolucionan conforme avanza la historia. Lo vemos a través de sus cartas, de sus diálogos. Teresa al final del relato ya no es la joven asustadiza y con baja estima que veíamos al principio, sino una mujer consciente de sus ideas, con vuluntad firme. Lucas, por su parte, ya no es el joven despreocupado del principio, algo frívolo, que se fijaba más en la belleza que en el interior, sino un hombre que ha pasado por situaciones límite, que ha estado al punto de perder la vida y que, sin saber muy bien qué le deparará su condición, aunque consciente del amor que le tiene a Teresa.
Todo es máscara es un relato espléndido que no solo interesará a los jóvenes lectores, sino a todo aquel que quiera conocer un poco más cómo fue un periodo tan interesante, como efímero, como es el Romanticismo español.
Las ilustraciones, por su parte, se centran en los espacios y en los personajes a los que retrata de manera estilizada en los principales escenarios que se describen en la novela. La portada, por ejemplo, muestra una escena femenina, interior, que queda superada con la ilustración final, de Teresa, madura y triste, rindiendo tributo a Larra.
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