La mirada de Pablo,
Antonio Ventura, ilustraciones Judit Morales y Adrià Gòdia.
Siruela, 2002.
La mirada de Pablo, de Antonio Ventura, es un relato intimista que recrea un universo cotidiano a través de los ojos de un niño de 9 años, Pablo. Pablo sueña. Pablo juega. Pablo observa. Pablo espera. Pablo vive. Pablo crece.
Pablo añora su país, añora la playa que dejó atrás, su casa, sus juguetes, añora su reciente pasado. Vive ahora con su madre, siempre triste, y su hermana pequeña Clara, siempre enferma, en una casa gris y oscura, en donde no hay luz y en donde los sueños son solo eso, sueños. Pablo añora a su amiga Lucía y echa de menos a su padre. Ahora bien, progresivamente, se nota cómo se va adaptando y como en su universo aparecen nuevas personas, nuevas sensaciones y otros sueños. Pablo, poco a poco, como todos los niños, aun sin darse cuenta, crece y aprende.
En la novela hay muchas referencias al deseo de atesorar, al deseo de guardar objetos para recrearse con ellos. Es lo que hace Pablo, quien colecciona cromos de ciudades con mucho mimo. Es lo que hace Clara quien juega con su puzzle viejo y se alegra cuando su madre le compra uno nuevo. Es lo que hace Inés que guarda hojas de árboles prensadas entre un libro. Es lo que hace el narrador quien nos ofrece, en breves capítulos, momentos de la vida de un niño que, unos al lado de otros, configuran un paisaje humano especial, cargado de emoción y de ternura.
Antonio Vertura escribe de una manera sencilla y transparente, aunque dota a su prosa de una impronta poética importante. El relato no es un texto con un principio ni un final, no es un texto que conduzca a ninguna parte, no, es más bien, la recreación de una atmósfera sutil, la recreación de la infancia. De la infancia de Pablo. De todas las infancias. Porque todo aquel que haya sido niño, se reconocerá en Pablo, en su manera de saltar las escaleras, en el apego que siente por su oso de peluche, en su capacidad de observar, en su mirada inocente. Para Pablo todo es aún posible, porque para él el tiempo se diluye y se estira.
Los padres de Pablo viven separados, quizá por motivos económicos. No lo sabemos, sí sabemos que eso a la madre, a Luisa, le produce malestar y a Pablo también. Sí sabemos que los niños esperan encontrar a su padre y son felices cuando lo hacen. Luisa, por su parte, es una mujer que lucha por salir adelante, que anda preocupada porque Clara no mejora, que no tiene dinero, pero que aún es capaz de reírse ante las ocurrencias de Pablo.
En el relato hay varios elementos simbólicos, como es el afán coleccionista, que ya hemos comentado y la afición de Pablo por el dibujo. Esta afición, además, une a los dos hermanos porque Clara siempre le pide nuevos dibujos, como si quisiera tener en sus manos el paraíso soñado. Otro símbolo es el conejo de juguete que toca el tambor y que evoca en Pablo a su padre y todos los buenos momentos que pasaron. La vaca o los naipes e, incluso, el poyete que Pablo no logra saltar solo son también elementos importantes en el relato.
La mirada de Pablo alude también a cuestiones importantes como son las dificultades que viven los inmigrantes (la añoranza hacia la cultura que dejaron, los problemas económicos y de relación…), personificados en la familia de Pablo, o como es la enfermedad de Clara, quien, poco a poco, va recobrando la salud.
Como muy bien comenta el propio autor, “La mirada de Pablo es mi primera novela, digamos, para niños también. Digo esto por que no creo que se trata de un libro específicamente infantil. Es una crónica, pretendidamente poética, de la mirada de un niño de los años 50 sobre el mundo: un mundo que observa con asombro y ternura. Espero que emocione a unos cuantos lectores, con ello, me sentiría satisfecho.” La emoción está garantizada y la buena literatura también. Las ilustraciones, en blanco y negro, son parcas y precisas y contribuyen a crear esta atmósfera intimista que envuelve todo el relato.
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