La flaca y el gordo,
José Luis Olaizola,
1994, Madrid, SM. El Barco de Vapor, 60.
La flaca y el gordo, de José Luis Olaizola, es una historia tan fresca, brillante y bien narrada, que merecería una reedición. El relato va destinado a los niños desde 7 años y presenta todos los ingredientes que pueden “enganchar” a un niño a la lectura.
Mateo es un niño gordo y su madre, que también está gorda, decide poner a régimen a toda la familia. Y aquí no acaban los sobresaltos de Mateo. Pese a su corpulencia teme mucho a los perros y cada día ha de pasar delante de uno que le ladra como si quisiera comérselo. Mateo inventa argucias para ir deprisa y acaba descalabrado. Y aún le sucede algo más: una nueva niña, Ana, empieza el colegio y la sientan a su lado. Ana es tan flaca y Mateo tan gordo que pronto los llaman “la flaca y el gordo”. De ahí, claro, el título. No obstante, la trama va mucho más allá ya que se centra en la evolución de este niño quien va reflexionando y aprendiendo una serie de lecciones importantes para la vida.
En el relato se dan la mano distintos ingredientes, la risa y el humor son los más apreciados. No se puede leer el texto sin que una sonrisa se instale en el rostro del lector. La madre de Mateo, con sus neuras y su padre, un hombretón, y el propio Mateo, en sus actuaciones, nos provocan la risa y, sobre todo, la alegría.
No obstante, el texto también aborda un tema muy serio, como es la leucemia. Ana está recuperándose de esa enfermedad, de ahí que esté tan flaca. Además lleva un gorro que oculta la ausencia de pelo. Y es una niña delicada que nunca tiene hambre. Mateo, al principio, cree que es contagioso, pero, poco a poco, aprende a admirar la valentía de la niña, la entereza y sus ganas de vivir. Ana disfruta con las pequeñas cosas de la vida y hace que sus amigos las aprecien porque las ven con nuevos ojos.
También el relato incide en los temores, como el que Mateo tiene hacia los perros. El autor parece decirnos que los temores tienen que superarse, que no se puede vivir con ellos. Y Mateo, después de varios lances divertidos, acaba haciéndose amigo del perro que, al fin y al cabo, solo quería jugar con él.
La flaca y el gordo está narrado en tercera persona y se lee, como dijimos al principio, con facilidad. Es uno de esos libros que se disfrutan desde el principio y que invitan a seguir pasando las páginas. Olaizola narra de manera sencilla, con diálogos llenos de humor, con palabras conocidas, pero apelando al fondo de las cosas. De ahí que la novela sea, además, un relato lleno de ternura. Las ilustraciones de Jesús Gabán inciden en este aspecto, ya que se fijan mucho en las miradas y en los rostros de los personajes, llenos de ilusión, como el de Ana; llenos de sorpresa, como el de Mateo.
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