miércoles, noviembre 16, 2011

Juan Carlos Martín Ramos.
Ilustraciones Juan Vidaurre
Madrid, Oxford, 2011, (El árbol de la lectura, 30).




Juan Carlos Martín Ramos, Premio Lazarillo 2003, demuestra que la poesía es un género esencial para los niños, tan esencial como hablar, querer y soñar. No son, por desgracia, frecuentes los poemarios destinados a la infancia, quizá porque la poesía sigue siendo un género minoritario y no todas las editoriales se arriesgan a publicarla. No obstante, la poesía, como la vida, se abre paso y se cuela aquí y allá con su hermosa cadencia. En esta ocasión, es un buzón especial, un buzón de contiene muchas voces, todas ellas unidas por la palabra, por el deseo de comunicar, de hacer sentir al lector. Y es que Buzón de voces no solo es un libro de poesía infantil. Es un libro de poesía. Y basta. Con ello queremos decir que sobran las etiquetas y que todo aquel que quiera reposarse, emocionarse o sentirse dentro de otras voces hará bien en leer este libro.
Buzón de voces viene precedido por un poema titulado igual, que ya nos advierte del contenido del libro: “Aquí se escucha la voz / que nunca se oye/ la voz que suena por dentro,/ la que se lee en los labios / del horizonte”. 
La “voz de la hoja de papel” se hace poesía y resuena gracias a los versos de Juan Carlos Martín Ramos, el cual estructura el poemario en tres apartados:

1. Voces o murmullos. Aquí cede la voz a distintos personajes, todos ellos atemporales, porque no son seres humanos, sino esencias, misterios, orígenes y destinos. Así, habla una pequeña escuela  y un espejo “que no se aclara”; pero también lo hace la noche, el tiempo y la paz. E, incluso, un bosque o unos libros o las palabras o el propio “planeta maltrecho”. El poeta engarza unas palabras con otras y las pone en pie, les permite expresarse y ser libres:
“llamar pan al pan
y arte de magia
a la forma en que amasan
la harina las manos del panadero”.
Porque las cosas cotidianas, aquellas cosas que nos acompañan tiene su propia personalidad, como el libro viejo:
“Pero sueño por dentro
igual que el primer día,
todo pasa de nuevo
por más que se repita”
Gracias a esos versos, limpios y transparentes, entramos en el mundo donde las cosas son porque sienten, son porque transmiten, son porque laten, como el planeta Tierra:
“No puedo más.
Ayúdame a encajar de nuevo
El puzle de la tierra.
Deja que me apoye en tu brazo,
quiero llegar a la siguiente curva
del camino,
comprobar que la luna
todavía
está al alcance de mi mano”.
Son poemas directos, que apelan a un tú, que hacen que el lector, de repente, tome conciencia del lugar que ocupa en el mundo y se sienta acompañado.

2. Voces y otros ruidos. Esta parte está formada por poemas diversos, que, eso sí, están unidos por la voz, por el eco, por el ruido. El mar, la veleta o el tren; una nana, Pepito Grillo o las pisadas del gato… todos tienen algo que contarnos y algún secreto que compartir con nosotros; aunque:
“Tengo un secreto.
Tan secreto,
tan secreto,
tan secreto,
que no quiero recordarlo
ni un momento.

Que luego todo se sabe”.

¿Quién sabe si ese secreto será la voz de la abuela que cuenta cuentos?:
“Quiero tirar de un extremo,
desenredado y hacer
un inmenso ovillo
con todos tus cuentos”.

O ¿será el eco que a veces contesta al revés?:
“Cuando me callo
se aburre y grita,
¡perdón!”

3. Y entre las voces, una. Esta tercera parte está formada por un solo poema, “La voz de quien lee este libro”. Es el momento de concluir el poemario, de cerrarlo y el poeta acude a un verso machadiano para reivindicar su propia voz. Juan Carlos Martín Ramos se comporta como si fuera un espectador de su propia obra y va repasando aquello que más le gusta y advirtiendo que podrá acabar el libro, pero no los poemas ni las palabras ni mucho menos los libros:
“Hay caminos secretos que van
de un libro a otro libro,
caminos de ida y vuelta,
diferentes y a la vez
siempre el mismo”.
Buzón de voces es, en definitiva, un poemario escrito de una manera sencilla, directa, pero llena de imágenes insólitas, sugerentes que chocan o conmueven al lector, que le hacen pensar e imaginar y, sobre todo, ver el mundo cotidiano de otra manera. Por supuesto, las ilustraciones de Juan Vidaurre contribuyen a esa sensación y forman, ellas mismas, un propio poemario en el que las cosas van ocupando sitios dispares y en donde no hay ninguna barrera para soñar.


Cuaderno de desarrollo lector

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