sábado, enero 24, 2015





El secreto del Galeón,
Ana Alcolea,
Madrid, Anaya, 2014.


 Ana Alcolea afirma que un libro lo empieza a escribir su autor, pero no lo termina. Puede resultar una paradoja, pero tiene razón, porque un libro tiene tantas lecturas y tantos finales como lectores. Los textos de Ana Alcolea requieren un lector activo, que esté muy atento porque son innumerables los guiños al lector. Su última novela, El secreto del galeón, en este sentido, no nos defrauda. Sí abandona un escenario muy querido por la autora, Noruega, pero no deja de presentarnos a personajes en continua evolución ni de rodearlos de símbolos y objetos mágicos.
No es la primera vez que Ana Alcolea nos plantea un encuentro con el pasado. Ya en la Noche más oscura, apelaba al sueño para lograrlo e, incluso, en otros textos, ha empleado un diario, por ejemplo. Aquí, la narración se hace más compleja porque la autora aragonesa inicia un doble relato. Por un lado, el pasado y, por el otro el presente. En el pasado nos encontramos con Mariana, una joven, que regresa a España con su familia y su esclava Ramira en un galeón. En el presente, está Carlos, hijo de dos arqueólogos que, precisamente, están investigando los restos del galeón. El S. XIX y el S. XXI se dan la mano gracias a algunos de estos restos: un broche con la imagen de una mujer, una estatuilla de origen africano y una caja de música. Hay también restos humanos y mucho misterio.
La joven del broche es idéntica a Elena, una compañera de instituto de Carlos por la que él siente algo cercano al amor. Poco a poco, Ana Alcolea va tejiendo una red en donde las casualidades acaban siendo explicadas; aunque no todas. De ahí lo que decíamos al principio de los lectores activos. El lector debe contestar a algunas preguntas que se plantean en el relato y saber dar respuesta a ciertos enigmas.
El secreto del galeón es una novela muy bien documentada y muy bien escrita. Podríamos decir que está escrita con mimo, porque Ana Alcolea emplea diversos registros, desde el registro más lírico y evocador, relacionado con el mar y sus misterios más profundos; hasta el registro cotidiano, como pueden ser las clases del instituto o las alusiones a la alimentación de los personajes. 
Varios son los temas que aparecen en la novela. Sin duda, el origen de Ramira, la esclava de la familia Guzmán, nos hace estremecer. Ramira es un personaje potente, el personaje que relaciona, seguramente, los dos mundos y los dos tiempos. Ella sabía de la magia ancestral y es ella quien reza todas las noches a sus dos estatuas. Ella es también quien escoge morir cuando el galeón se hunde para salvar al resto de la tripulación. El personaje de Ramira, insistimos, es el más rotundo de todos los que describe Ana Alcolea.
Por otro lado, encontramos a los padres de Carlos, una pareja separada, que aún no ha decidido del todo su futuro. El padre es una especie de aventurero que no para quieto en ningún sitio y la madre se muestra como una mujer independiente, aunque necesitada aún del que sigue siendo su marido. Los padres de Elena aparecen más desdibujados, pero también tienen su interés, sobre todo el padre, un coreógrafo reputado, descendiente de la joven Marina. Muchos más son los personajes que se asoman a las páginas del relato, como Marcelo, el marino que se enamora de Marina o la propia madre de esta, una mujer educada muy a la antigua, que siempre esconde sus emociones.
Y dejamos para el final a los tres jóvenes protagonistas. Marina es una chica de 14 años que no aspira a casarse como sus hermanas, sino que tiene otros sueños, quiere convertirse en marinero, algo del todo imposible en su época -e incluso en esta-. Hay algo muy profundo que une a Marina con su esclava que solo el lector más atento logrará desentrañar. Carlos y Elena son los dos adolescentes del S. XXI. Carlos tiene sus vaivenes emocionales, pero es un joven que está creciendo bien, al que le gusta el judo y que sabe apreciar las pequeñas cosas. Elena es una joven desorientada, que nunca ha enraizado en ningún sitio y que vive por y para el ballet. Entre Marina y Elena hay un lazo de unión muy potente, como también descubrirá el lector.
Ana Alcolea maneja con soltura las descripciones y nos sumerge en un ambiente evocador, cuando nos traslada a alta mar, a bordo del galeón; mientras que sabe como rodear de misterio unos restos del pasado por los que los arqueólogos sienten gran respeto. Si no aprendemos a respetar el pasado, parecen decirnos, no sabremos como respetar el presente y nos perderemos sin remedio.
El secreto del galeón ahonda en los sentimientos, en las emociones, en las contradicciones de los seres humanos, en los sueños y una especie de hilo invisible que nos une a nuestros antepasados, porque, como diría Azorín: "Vivir es ver, volver". Y es que el tiempo es, posiblemente, el auténtico protagonista del relato, con sus cambios y caprichos. No es una casualidad que el padre de Elena herede, del suyo fallecido, un reloj, que perteneció al primer Guzmán. No es una casualidad, en absoluto. Tampoco es casualidad que se halle una caja de música en el fondo del mar y que otra caja de música esté en poder de la familia de Elena y que ella misma solo se sienta feliz bailando... como la bailarina que no aparece en esas cajas.
Hay, además, como decíamos al principio de este comentario, múltiples guiños al lector. Uno lo encontramos, por ejemplo, en la página 158, cuando la narradora nos explica que Elena leía un libro para poder dormirse. Pues bien, sin decir el título, ese libro es La noche más oscura, de la propia autora. Hay también alusiones a la Divina comedia, de Dante, un libro apreciado por Ana Alcolea.
David Guirao es el encargado de ilustrar la portada y lo hace con una imagen evocadora y enigmática, en donde el azul es el color dominante y las estrellas, como un rosario de luz, marcan un camino.
En definitiva, El secreto del galeón es un libro para disfrutar de la lectura que nos hará reflexionar, que nos conmoverá y que nos permitirá crecer un poco más.

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