Alejandro Arias de Celis,
LibrosIndie, 2020
Alejandro Arias parte de un verso de César Vallejo para titular este su primer poemario en solitario. "La cuerda y el aire" está formado por 128 poemas, que siguen numeración romana y que, a primera vista, pudieran parecer sonetos, aunque no lo son, porque el poeta gusta de crear trampantojos y de jugar con lo que parece y lo que no es. Sus versos son potentes y están muy enraizados en la tierra, en lo cotidiano, que, gracias a Alejandro, adquiera categoría poética. Se caracterizan por un lenguaje directo y por un uso importante del encabalgamiento lo cual nos hace estar siempre empezando de nuevo, como en la vida misma.
En cada uno de sus poemas se cuenta una historia marcada por unos versos finales que suelen encerrar la esencia del propio poema; es como una almendra envuelta en su cáscara, ni dulce ni amarga, primero la cáscara y, para terminar, en unos versos, o tres o seis, una almendra cargada, a su vez, de nuevos enigmas y de más preguntas porque Alejandro Arias siempre está empezando, siempre está pensando en el valor de la palabra, en buscar su esencia ya que es consciente de que no es fácil de hallar y eso le crea alguna zozobra y alguna incertidumbre que tampoco es ajena a sus versos: "por eso no vacilará / la mano que sostiene el lapicero, / dispuesta a aniquilar / estos muy mal trabados versos".
Confiesa el poeta que, en la actualidad, está "a otras cosas", que estos poemas ya no le pertenecen del todo, que son ya de quien los lea, como bien diría don Antonio Machado. No obstante, sí, si hacemos caso del título, entenderemos que vienen marcados por una dicotomía: "mejor sería reinventar / la boca, el ojo, el sexo, / darle la vuelta al guante, a ver si así".
A menudo, la realidad, los sueños, las percepciones no son o blancas o negras, si no que, como ocurre con los antónimos, se establece una gradación que va de la luz a la oscuridad, del dolor a la salud, de la alegría a la tristeza, del saber al ignorar... de la cuerda al aire: "cuando termina cada tarde y / cuelga en los labios la / inútil cuerda del deseo". Por un lado, la cuerda, en medio de lodo, podríamos decir, tratando de amarrar, de dirigir, de enconsertar, de ordenar lo que, a veces, es en sí un caos; por otro lado, el aire, dando margen, dejando fluir, permitiendo la duda, el misterio. Sí, la cuerda y el aire, o lo que es lo mismo: "Algunas hebras de / serenidad para la almohada".
Decíamos al principio que el poeta sabe muy bien del poder de las apariencias y de la capacidad que tienen nuestros sentidos para incitarnos al error y eso, lejos de incomodarlo, hace que se sienta mejor, siendo consciente de su vulnerabilidad porque parece que estemos condenados a repetir los patrones ajenos y ese hastío del que tanto sabía el poeta sevillano y que Alejandro, que bebe en su fuente, conoce tan bien conoce: "chisporrotean las palabras, a / través de la ventana mira el niño / la lluvia gris, el tiempo que no pasa".
Es el amor y el desamor, el deseo y el desapego, la soledad y las gentes que van y vienen lo que hace que estos poemas se levanten fuertes y enérgicos blandiendo su verdad: "alzas la antorcha que custodias y / arden los ojos asombrados con / la luz que tiembla antes del alba". Es esa angustia por no hablar o por callar demasiado o por no saber o saberlo todo: "cómo has venido a dar / con la carta peor de la baraja, /esa que yo te ofrezco".
"La cuerda y el aire", como una de cal y otra de arena, ha de leerse despacio, con calma, con ternura, incluso, sorteando los versos, las palabras duras, esas otras más blandas, las quimeras, las decepciones, las ausencias porque "Lo demás, por demás, sigue a su modo; / es vida sin apodo, fíjese, / sin acomodo, así, calle sin más".
Al fin y al cabo, "La cuerda y el aire" no son más que eslabones de la cadena de una vida: "destrezas de ese oficio de ser hombre / para ganar lo que antes se me daba / solo con el vivir, con el deseo."
0 comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.