El libro secreto de las princesas que también se tiran pedos,
Ilan Brenman - Ionit Zilberman,
Algar, 2017
Ilan Brenman - Ionit Zilberman,
Algar, 2017
Hace unos años, en 2011, pudimos leer una historia irreverente y muy divertida, Las princesas también se tiran pedos. Poco después, llegaba el no menos original Los animales también se tiran pedos. En ambos, conocíamos a una niña muy curiosa, Laura, quien ponía a su padre en serios apuros al preguntarle por los asuntos digestivos de princesas y animales. En los dos libros, el padre salía airoso y el lector descubría que, tras las apariencias de perfección y remilgo de ciertas princesas, existe una realidad que las hace muy cercanas, humanas, diríamos. Pues bien, han pasado los años, Laura ha crecido, pero su curiosidad no cesas. Ahora ella ya sabe leer y, un buen día, sentada en la biblioteca que tan bien conocemos de los dos anteriores títulos, la de su padre, observa un libro que le llama la atención: El libro secreto de las princesas. Entonces, como suele suceder, un recuerdo lleva a otro y Laura, emocionada, abre el libro singular. Esta vez no busca cuestiones de flatulencias, sino que le llama la atención un capítulo: "¿Por qué siempre hay villanos?". Y aquí comienza la historia de El libro secreto de las princesas que también se tiran pedos.
Ilan Brenman no defrauda nuestra expectativas porque se introduce en un tema políticamente incorrecto, por decirlo así, el de los malos de los cuentos. A través de tres malvados, como son la bruja de Hansel y Gretel, el gigante de Las habichuelas mágicas y la no menos bruja de Rapunzel, se nos trazan tres vidas, tres itinerarios personales singulares. Se demuestra que un villano no nace, sino que son las circunstancias, muy adversas, complicadas, las que hacen que sea así. Tanto nos convence que al terminar el libro, con Laura aún embebida en él, decidimos que estos malos tan malos nos caen mejor, es más, nos caen francamente bien. Y que los que nos empiezan a resultar antipáticos son los otros, porque han tenido demasiada buena prensa y porque, en el fondo, no pueden ser tan perfectos.
Ilan Brenman nos ofrece otra manera de leer los cuentos clásicos, desde una nueva perspectiva, enriquecida, llena de detalles, de contenido y de significado humano. Al fin y al cabo, somos lo que somos según nuestra experiencia, nuestras amistades, nuestros afanes.
Las ilustraciones, de Ionit Zilberman, tienen la habilidad de presentarnos a una Laura, ya crecida, casi adolescente, aunque con unos trazos similares, pero mayor. Es como volver a casa porque nos encontramos con un personaje querido al que, muchos niños, reconocerán. Es más, los lectores anteriores, como Laura, también han crecido y también saben leer solos. Siguen, por decirlo así, un mismo itinerario vital. Conocemos, gracias a las ilustraciones, también a los villanos, cuando aún no lo eran y captamos, con generosidad, los matices de su vida anterior, cuando todo aún les sonreía.
El libro, sin duda, es muy recomendable para los niños y niñas que ya saben leer y que, tal vez, conozcan los dos anteriores, aunque si empiezan la serie por este, seguro que querrán saber más e investigarán en los dos primeros títulos.
Excelente esta visión fresca y directa de los cuentos clásicos, sin prejuicios, iconoclasta, incluso, pero muy necesaria. Además, está narrado en tercera persona, pero pidiendo continuamente la complicidad del lector, con el que cuenta continuamente. Es, por otro lado, un ejemplo de que la lectura puede proporcionar momentos estelares en los lectores. El ejemplo es Laura quien pierde la noción del tiempo leyendo. Así, sin duda, les pasará a los que abran este libro.
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