lunes, mayo 16, 2016

La jaula de las fieras,
Texto: Juan Carlos Martín Ramos
Ilustraciones: Susana Rosique
Amigos de Papel, León, 2015


A menudo, si cambiamos de perspectiva y nos ponemos en el lugar del otro, aprendemos a entender otras formas de pensar que no son, ni tienen por qué, las nuestras, pero también constatamos algo que, es más viejo que el mundo (ya lo decía Campoamor); esto es, que las cosas son del color del cristal con que se miran. Y punto...o ¿y punto y coma? Lo cierto es que aún hay más y que, gracias a la empatía, caen los tópicos y los clichés y llega la circunstancia de cada cual, desnuda y pura, y, por supuesto, la generosidad, el afecto, la comprensión y algo muy muy difícil: no juzgar a nadie por las apariencias.
Pues bien, el libro La jaula de las fieras se orienta en esta línea y nos ofrece una visión fresca y directa de algunos animales que, por desgracia, no siempre han tenido buena prensa. Juan Carlos Martín Ramos ofrece una mirada comprensiva hacia el tigre, la araña, la mosca, el lobo de Caperucita y otros animales. Es más, les permite hablar y expresar sus quejas, sus extrañezas y mostrar su valía porque, a menudo, se llevan la fama los que no han hecho el trabajo y ya está bien que alguien se atreva a romper estos estereotipos.
El libro se divide en dos bloques, "Animales de compañía" y "Bichos raros". En el primero, aparecen animales que, precisamente, no se consideran mascotas. Así, el tigre del domador que está deseando hincarle el diente, la araña que caza moscas y mosquitos y ve pasar el tiempo, la mosca en la sopa quien demuestra tener un gusto exquisito, el pez de la pecera que añora el mar, el loro del pirata que es, sin duda, el primero en hablar, el perro pastor al que no siempre le hacen caso las ovejas (en este caso la oveja negra ¿posible homenaje a Monterroso?; el gallo de pelea al que no le gusta pelear, el lobo de Caperucita al que le da una pereza enorme interpretar siempre el mismo papel, la tortuga que no entiende que le digan que va muy lenta cuando ganó a la liebre o el ratón de biblioteca. Se cierra este primer bloque con un poema espléndido titulado "Personaje de libro" que es un homenaje a Gregorio Samsa y, por supuesto, a Kafka:
"Y así paso los días
desde aquella madrugada,
convertido en personaje
de aquel libro
que escribió a su capricho
el tal Francisco Kafka".
La segunda parte, "Bichos raros", arroja luz acerca de la vida y comportamiento de otros animales a los que no solemos prestar atención. De esta manera, el bicho bola al que le encanta rodar; también aparece el ortinorrinco quien reinvindica su propia personalidad ("No soy raro,/ lo que pasa es que miras/ a la cara y ves/ un pato"), el murcielago que lo ve todo al revés, el caballito de mar que se define como "cualquier caballo, / aunque viva en el mar", el pingüino del polo que siempre tiene frío, la paloma de la paz que vive en una chistera, el perro verde, el último mono, el monstruo del lago, el dragón de tres cabezas e, incluso, el ogro, que sin ser animal, también tiene mucho que decir porque ni es tan malo ni asusta tanto. 
Este segundo bloque juega con las frases hechas y los dichos de animales, como estamos viendo. Así el perro verde que no es verde sino blanco o el último mono, al que no hacen caso, pero es el que avisa sobre los peligros que acechan en la naturaleza. Hay, incluso, un curioso animal que ni es cola de león ni cabeza de ratón y así no se gusta porque:
"Con esta pinta
no parezco nada,
ni chicha
ni limonada,
solo un bicho raro
del montón".
Gracias a los versos que, se encadenan unos a otros y resuenan gracias a sus rimas, estos animales son protagonistas y se dirigen al lector, al niño, para comentar sus particularidades, demostrar su valía, erradicar tópicos y demostrar que no son como los pintan o los describen. Eso, sin duda, permite al niño no solo imaginar sino ponerse en el lugar del otro y aprender a comprender y a aceptar e, incluso, a valorar.
Los poemas empiezan in media res y se centran directamente, en lo que cada animal quiere contar. No hay mucha descripción y si narración y monólogo porque cada animal habla y se expresa, al fin, de manera libre. No son animales humanizados, sino reales, más reales que nunca.
Por otro lado, el humor, la ironía, los juegos de palabras se combinan con algunas figuras retóricas como la metáfora, la exclamación, el paralelismo o la comparación para ofrecer unos poemas hermosos, directos, frescos y lúdicos; sin olvidar, ya queda dicho, la crítica hacia ciertos usos sociales relacionados con los animales y con su manera de vivir.
En cuanto a las ilustraciones hay, en ellas, un trabajo mixto que combina elementos textiles con los tradicionales para lograr un efecto muy sugerente en donde nos parece casi poder tocar las texturas y, a menudo, se logra un efecto tridimensional con el que el lector acaba formando parte del texto también y acompaña al bicho bola en su carrera, a la mosca en el momento de sumergirse en la sopa, al pingüino friolero y a tantos otros. Los tonos azules y grises reposan el espíritu e invitan a la imaginación. Y, sin duda, el animal favorito, aquel al que vemos en su lento caminar, sin prisa, pero sin pausa, es la tortuga quien, bastón en la mano, nos conduce a lo largo de este viaje por tierra, mar y aire.
La jaula de las fieras , cuyo título es también metafórico, es un poemario muy cuidado y que, sin duda, gustará... a todas las edades. Ánimo, pasen y vean... la jaula está abierta.

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