miércoles, junio 29, 2011



Loles,
Aurelio González Ovies – Julio Antonio Blasco,
Oviedo, Pintar-Pintar, 2011


Algunas veces suceden cosas que son o no son, que pueden ser y no ser. Son las cosas propias de los sueños, de la magia, de la ilusión. Eso le pasa a Loles. A Loles le gusta borrar lo escrito, hasta que un día decide hacer lo contrario y se pone a escribir. Escribe que te escribe. Loles escribe acerca de lo que le gusta, de lo que no, de lo que le da miedo… de todo. Y se produce un cambio en su vida. Tanto que acaba siendo premiada y valorada por lo que ha escrito… pero ¿es un sueño? ¿es la verdad?
Aurelio González Ovies de esa manera directa, limpia, precisa a la que nos tiene acostumbrados, da la vuelta a la historia de Loles y piensa lo que pudo ser o tal vez es, lo que no es o tal vez sí es. En realidad, Aurelio González Ovies escribe acerca del particular mundo de los creadores, lleno de contradicciones, lleno de verdades a medias, de grandes ambiciones y, a veces, pequeños logros. Loles encarna ese mundo solitario de los escritores que acaba conectando con los lectores, aunque… tal vez no sea así. Es el lector quien tiene que descubrirlo.
Sea como sea, “Loles” es un precioso libro, destinado inicialmente a los pequeños lectores, que les ofrece una historia, escrita en verso, musical, con sorpresas y con imaginación.
Ahora bien, si el poema “Loles” es un buen texto, que lo es, alcanza su puesta de largo gracias a las ilustraciones de Julio Antonio Blasco. Son, sencillamente, impactantes. Ocupan todo el libro con su fuerza visual. Julio Antonio Blasco ha querido destacar esa faceta de Loles, como escritora o emborronadora de historias; de ahí que emplee, como fondo, el papel cuadriculado tan habitual en las escuelas y alguna referencia a las caligrafías antiguas, lo cual es un guiño nostálgico a los lectores mayores. Eso corrobora la afirmación de que la buena literatura infantil y la buena ilustración infantil no tienen edad. Por otra parte, los borrones de tinta y las hojas de periódico forman parte de las ilustraciones de este cuento-poema tan singular.
“Loles” es, en definitiva, el nuevo álbum que ofrece la editorial Pintar Pintar. Se puede leer en asturiano, la lengua original en que fue escrito el texto y también en castellano, en versión del propio autor. Sin duda, es un libro muy cuidado y mimado en su formato. Sin duda, “Loles” estimula la creatividad y la imaginación con su desbordante presencia.
“Loles” nos invita a que sigamos nuestro propio camino, a la vez que nos plantea la posibilidad de cambiar de rumbo o, sencillamente, soñar despiertos. Y es que, como escribe el autor, “A veces suceden mentiras tan ciertas / a veces nos pasan verdades tan puras”.


Reseña publicada en Pizca de Papel













martes, junio 28, 2011


Este artículo lo publiqué en CLIJ ( “Consuelo Armijo: un mundo sin obstáculos”, año 16, número 161, junio 2003, pp. 7-18) hace ya unos años. Entonces conté con el apoyo de la escritora, quien acaba de dejarnos. Con la muerte de Consuelo Armijo, los Batautos se han quedado solos y el Vencecanguelos se siente triste y sin consuelo.

                                                                      

I.                   “YO ESCRIBO PARA GENTE” (DATOS DE LA AUTORA)


            Consuelo Armijo Navarro-Reverter nació en Madrid en 1940: “A ella le hubiera gustado nacer duende o bruja o, por lo menos, hada. Pero resultó que nació niña y ¡ni siquiera rubia y con ojos azules como las que salen en los anuncios! Sino, según las fotos, pelona y con los ojos cerrados” (1). De su infancia no guarda especial buen recuerdo: “En el colegio las clases me aburrían. Según las monjas era tonta, y según yo, las tontas eran ellas (opinión que todavía sostengo)” (2).
            Ahora bien, sí tiene en la memoria a las criadas que le contaron cuentos y a todos los que, en cuanto aprendió a leer, pudo devorar ella sola. Leyó a Celia, Pincocho, clásicos como Oliver Twist y El príncipe mendigo y, sobre todo, Guillermo. “Llegó un momento –nos recuerda- en que la lectura fue para mí una especie de tabla de salvación” (3).
            Consuelo Armijo empezó temprano su profesión de escritora y sus primeros cuentos se publicaron en las revistas “Bazar” y “La Ballena Alegre”. Consuelo Armijo explica su manera de escribir de esta manera: “Yo escribo sentada, no uso la mecedora. Escribo con lápiz. Las palabras traen palabras. En el momento se va desarrollando la acción. Yo no me sé planear, no me saldría. Yo intento hacer literatura. Si está bien hecho puede ser apreciado por los mayores. Para mí es un arte escribir” (4). Por otra parte, ella es consciente de que sus libros gustan entre los más pequeños: “creo que no hay que descartar la probabilidad de que a lo mejor gustan porque son buenos. En realidad no hay mejor seleccionador que el público. Entiende muchísimo más que todos los editores y todos los miembros de todos los jurados literarios juntos” (5).
            Ha sido premiada en distintas ocasiones por una obra sugerente en la que el humor y la libertad creadora son sus claves fundamentales como tendremos ocasión de ver:
-Lazarillo 1974 por Los Batautos
-CCEI 1976 por Los Batautos
-Premio Barco de Vapor 1978 por El Pampinoplas
-CCEI 1980 por Aniceto el Vencecanguelos
-Accésit AETIJ 1984 por Guiñapo y Pelaplátanos
-Lista de Honor del CCEI en 1979 por Más Batautos
-Lista de Honor del CCEI 1981 por El Pampinoplas
-Lista de Honor del CCEI 1987 por Los Batautos en Butibato
-Mención especial en el “annual international selection of notable new books THE WHITE RAVENS” de la Biblioteca de Munich 1988 por Seráse una vez

            Su obra no es de una vastedad apabullante, pero sí contiene claves y valores que nos permitirán entender la literatura en las últimas décadas. Porque si un calificativo se adapta bien a Consuelo Armijo es el de “clásica”, entendiendo por “clásica”, no aburrida y tradicional, sino justo lo contrario; esto es, Consuelo Armijo es ya una pieza fundamental de la historia de la Literatura Infantil y un punto de referencia para todo el estudioso que se interne en ella, aunque, y ésa es su particular virtud, no ha perdido ni un ápice de frescura, de lozanía ni de gracia. Sus títulos, dirigidos al público más menudo –de 4 a 7 años- siguen leyéndose y, lo que es mejor, Consuelo Armijo en ningún momento ha dejado de escribir para satisfacción de todos. Veamos su obra, en una enumeración rápida: Los Batautos, Más Batautos, Los Batautos hacen Batautadas, Los Batautos en Butibato, Seráse una vez, Mercedes e Inés o cuando la tierra da vueltas al revés, Mercedes e Inés viajan hacia arriba, hacia abajo y a través, Inés y Mercedes o cuando los domingos caían en jueves, Los Machafatos, Los Machafatos siguen andando, Guiñapo y Pelaplátanos, Ban, Bin, Bon, arriba el telón, Risas, Poesías y Chirigotas, Macarrones con cuentos, Moné, El Pampinoplas, Aniceto el Vencecanguelos, En Viriviri, El Mono imitamos, Pii, Caminos sin trazar, Marabato.
            Aparte cabe recordar sus representaciones para televisión y varios guiones para Barrio Sésamo. Se adaptó para la pequeña pantalla su Mercedes e Inés o cuando la tierra da vueltas al revés, así como la representación de Disimulando (adaptación de Bam-bim bom ¡arriba el telón!.
            También la compañía teatral “La Cabra Loca” ha llevado a la escena por Extremadura, Madrid y Salamanca, entre otras, su Guiñapo y Pelaplátanos. En este estudio, no obstante, nos centraremos más en los relatos y en las narraciones que en las obras teatrales, que siguen, lógicamente, otras pautas, aunque no dejaremos de mencionar algunos ejemplos.
            El humor que cultiva Consuelo Armijo entronca directamente con el nonsense y “es poco frecuente en la tradición literaria española en lo que se refiere a libros de niños; quizás habría que buscar un precedente en Antoniorrobles...” (6). “El humor- añade la autora- tiene que ser importante para todo el mundo. El humor es la mejor manera de salir a flote de la vida. El humor es una defensa. Los dramas también tienen su parte de humor” (7).  
            El “nonsense” puede definirse como un continuo de escenas y situaciones disparatadas, en las que las que las ideas e imágenes se engarzan de manera libre y sin ninguna lógica. Los personajes del nonsense nada tienen que ver con los cuentos de hadas y, si son estos, no siguen sus roles prefijados. La narración sigue los caminos de lo incoherente, absurdo y desatinados. Importa más lo sensorial y lo fantástico que lo racional. Son textos llenos de magia y de luz con personajes extraordinarios que pueden ser animales o seres distintos. Así, el nonsense guía al lector hacia la fantasía y juega con el idioma, con las palabras para provocar la sorpresa y el disparate continuos. “El nonsense –dice la autora- “sin sentido” en su traducción castellana, está definido en su mismo nombre. Es la literatura del disparate. En realidad yo escribo lo que me sale de dentro y no me he preocupado nunca de cuáles son las claves de mi literatura” (8).
            Para Consuelo Armijo: “El nonsense está un poco en la vida; no sabemos muchas cosas: la luz, el espacio, la tierra... Una reacción puede ser el nonsense. Escribo nonsense para que la gente se cuestione su vida y me lo preguntan a mí por mis libros. Menos mal que hay que comer y trabajar para vivir, sino estaríamos pensando todo el día y esto no puede ser” (9).
            Y es que para nuestra autora: “el mundo en que vivimos es un completo nonsense, ¡aunque lo veamos todos los días! Así que no está mal acostumbrar a la joven generación al nonsense, ya que, a lo mejor, la solución a todo este tinglado nos puede parecer ahora tan disparatada como a nuestros antiguos antepasados les parecería la idea de ver a un señor que está a miles de kilómetros con sólo apretar un botón, o que la tierra es un diminuto planeta, de una estrella catalogada como “enana amarilla”. Una pequeña estrella entre los miles de millones de estrellas de una de las innumerables galaxias”. (10)
Consuelo Armijo defiende la literatura infantil de una crítica o polémica que esperamos ya esté superada y añade que “el que escribe para alguien, que por edad u otros condicionamientos, tiene una mentalidad distinta a la suya, debe hacer continuamente un esfuerzo de adaptación a esa otra mentalidad, lo cual no resulta muchas veces fácil, ni todos los escritores son capaces de hacerlo” (11).
            En suma, Consuelo Armijo valora la literatura para niños y añade, entre sus características que, “la principal es que guste a los niños, que atraiga su interés, que dejen a medio leer, sin recurrir a trucos manidos ni facilones o que transmitan violencia. Las formas de conseguirlo son infinitas y todas válidas. Dependerán de la personalidad, originalidad, creatividad y forma de escribir del autor. Si además de eso también transmiten otros valores como sentido del humor, poesía, ironía, tolerancia, etc., pues tanto mejor” (12).
            Consuelo Armijo define el paisaje de su literatura: “Con colores, lleno de colores. Y con mariposas, y con mar, con la montaña, con gente que no esté atada a la tierra, que puede volar, que puede saltar, que no tiene ligaduras. Con personas buenas, sin envidias, sin trampas. Un mundo sin obstáculos. Una utopía” (13).

II. “ESPERO QUE NO CREÁIS QUE ES UN BICHO”(PERSONAJES SORPRENDENTES)

            Si Consuelo Armijo puede ser identificada con un personaje, no nos quepa duda que será el batauto. Los batautos son su creación más afortunada, aunque no fue fácil –como nos cuenta ella misma- que le aceptasen el original: “Me costó mucho publicarlos. Nadie quiso hacerlo hasta que no me concedieron el premio Lazarillo” (14).
            Pero ¿quiénes son los batautos? Aunque los ilustradores no ayuden mucho –cada uno opta por un tipo de figura-, Consuelo Armijo trata de centrarlos, de una manera general y equívoca, quizá para despertar aún más la curiosidad en el pequeño lector. Se trata de unos personajes que no siguen un comportamiento convencional y que son deferentes y extraordinariamente divertidos: “Los batautos son unos seres verdes con orejas al principio de la cabeza y pies al final del cuerpo y que hacen batautadas. Sí, todos los días hacen un montón de ellas, y si vosotros leéis este libro conoceréis muchos montones de batautadas” (Los batautos hacen batautadas, pág. 6). Viven en Butibato –“que es donde van los globos que se escapan” (Los batautos en Butibato, pag. 6)- y son unos seres bondadosos y amistosos, que llevan unas existencia tranquila y que aprecian las cosas sencillas de la vida: una chocolatada –aunque sea de naranjas-, una naranjada –aunque sea de chocolate-, un desfile improvisado, una buena merienda, unos premios sin utilidad, un paseo por el campo...
            Entre los batautos más sobresalientes destacan cinco nombres que son los protagonistas de las historias:
-Peluso, que es el intelectual del grupo, algo presumido, a veces pedante, con un punto de vanidad, muy dado a las rimas y el mejor amigo de Buu.
-Buu, tímido e ingenuo, muy influenciable y el mejor amigo de Peluso.
-Don Ron, el más anciano de todos, que se autoproclama rey  que tiene unas ideas bien disparatas. Don Ron colecciona sonrisas de sus súbditos y le encanta que lo saluden con una voltereta.
-Erito, el batauto más gruñón, que siempre protesta por todo, que nunca se muestra de acuerdo, pero que acaba cediendo en casi todas las ocasiones.
-Gusi, el patoso entre los batautos, un poco miedoso e inocente.
-Pizcochón, el más joven, el que llega en el último libro publicado hasta el momento y del que, por ahora, poco sabemos.
            Pero mejor que nos los presente la propia autora:
“Don Ron es el rey, y tiene tantos años, que se ha olvidado dónde tiene la cabeza y dónde los pies.
Peluso es muy listo (por lo menos eso se cree él), fue el que inventó la cometa, como pronto vais a ver.
Buu es su amigo íntimo, y todo lo que dice Peluso se lo cree. ¡Pobre Buu! ¡Así le va a él!
De Gusi cuentan que un día estaba tumbado en el suelo y se cayó. ¿Qué cómo fue? ¡Así le va a él!
Erito es muy sensato y un poco malhumorado” (Los Batautos hacen batautadas, pág. 6).
            Las relaciones entre estos seres son muy cordiales, aunque cada uno tiene su propia personalidad y criterio; así resulta muy divertido ver cómo Peluso y Buu opinan uno del otro de “no comprende las cosas” y acaban cediendo por amistad.
            Para los batautos los niños son seres extraños que definen así: “Unos seres raros que viven en ciudades o pueblos en lugar de vivir en los bosques y que, en vez de tener orejas encima de la cabeza, la tienen a los lados” (Los batautos, pág. 72). Y es lo lógico porque en Butibato, los niños serían tan estrafalarios como aquí los batautos. Se trata de saber comprender las cosas, como diría Peluso.
            Otros personajes estrafalarios son los Machafatos, que protagonizan distintas historias y que son 10 en total. Se caracterizan por tener el pelo largo y rosa. No necesitan dormir y casi ni respiran. Comen poco –pero son extremadamente golosos- y les afecta una enfermedad misteriosa: el parampampé. Les gusta caminar y observar el mundo porque son curiosos por naturaleza y se desplazan de manera ordenada, en fila india, los pequeños delante y los mayores detrás. Gracias a los Machafatos, el niño conocerá campos, montañas, ríos, valles, carreteras; verá como pasan las estaciones, cómo llegan las tormentas, cómo, en suma, se sucede el devenir en el mundo.
            Guiñapo y Pelaplátanos –en el libro del mismo título- son otros dos personajes estrafalarios, propios del guiñol. Guiñapo es una marioneta y Pelaplátanos el policía que la persigue. Se trata de una obra teatral que, salvando las distancias, entronca con la más pura tradición esperpéntica. Las situaciones salen de lo normal, los personajes aparecen desconyuntados, como marionetas; se ve el mundo a través de una máscara distorsionadora, aunque la imagen que ofrece no es dura ni dramática, sino graciosa y festiva.
            Los personajes de Seráse una vez no siguen ningún comportamiento lógico, antes al contrario. Desde una vaca que se cree gallina hasta un pobre Santo, San Estanislao de Koska, que está tan tranquilo en su iglesia, pero que no le dejan en paz: “Ya llevará lloviendo una semana. En la iglesia se habrá formado una gotera que caerá justo encima de San Estanislao. Éste se constipará y dará unos estornudos tan tremendos que apagará las velas de San Jenaro. Al final tanta agua caerá que todo se inundará, y el alcalde tendrá que llamar a los bomberos” (Seráse una vez,  pág. 33).
            Y, aunque podríamos mencionar otros personajes curiosos como el osito Mone o el Mono Imitamonos, nos detendremos en el último título hasta la fecha de la autora, Marabato.  Pues bien Marabato es otro tipo estrafalario, al que le gusta comer zapatos y que es de difícil descripción: “Marabato es como un perro con manos, solo que no tiene rabo, y de cara, ¡vamos!, es que no les parece nada. Su cuerpo también es diferene. Ahora, todo lo demás es igual.” (Marabato, pág. 122).  Ahora bien, por si fuera poco: “Marabato tiene tres amigos: uno rojo, otro verde y otro amarillo” (pág. 7).

III.             “AL INSTANTE SALIÓ LA FOTO DE UN NIÑO” (PERSONAJES HUMANOS)

Por las páginas de los libros de Consuelo Armijo también desfilan niños y adultos –en especial ancianos- aunque no se trata tampoco de seres cotidianos que nos podamos encontrar, por ejemplo, en una esquina, en absoluto. Ahí están Mercedes e Inés que protagonizan las más deliciosas aventuras. Inés es una niña e Inés es su vecina, medio bruja o bruja del todo. Las dos se lo pasarán muy bien haciendo de las suyas.
El Pampinoplas nos cuenta las vacaciones de Poliche en casa de su abuelo. Lo que parecía que iban a ser unos días aburridos, se convierten en mágicos de la mano del abuelo que sabe como divertirse y del Pampinoplas que no para de enredar, aunque, al final, acaba descubriéndose y viviendo como un vecino más en el pueblo. En un momento del cuento, los vecinos –casi todos mayores- deciden dar una fiesta para el niño y resulta conmovedor ver cómo todos vuelven a ser niños: “Pero Poliche no tuvo tiempo de contestar porque en ese momento apareció Anacleta vestida con un delantalito rosa y saltando a la comba. Detrás iba el abuelo vestido de marinero y con el pelo pintado de negro, igualito al niño de la foto. Luego venían Luis y doña Rufina (esta última con un aro) y el alcalde y don Luciano y otras cuantas personas más, todos vestidos con trajecitos cortos de alegres colores, y se pusieron a jugar al corro, la mar de retozones” (El Pampinoplas, pág. 71-72).
En Viriví se combinan los humanos con los seres mágicos, así llegan las hadas que ayudan a la gente o las brujas que deshacen las camas. En Viriví vive don Rilito que tiene una máquina que hace cosas –como pintar todo el pueblo de rosa-, también doña Botines –que quiere un vestido de volantes aunque así se ve muy gorda- y su marido, Celestino, que siempre se disfraza. Están el perro  Mamarracho y su dueño, Salustiano. También la gata Natillas y su dueña Natalia, que olvida preparar las rosquillas y todo el pueblo se queda sin merendar.
Y dejamos para el final a Aniceto, que nos parece un personaje de gran interés. Aniceto es un héroe completamente atípico, una especie de antihéroe porque no concentra en sí ninguna cualidad especial, siempre tiene muchos miedos absurdos que casi le impiden actuar (“La clase quedó en silencio. Aniceto sumó con los dedos y le salieron cuatro, pero como nadie decía nada él también calló. ¡La pregunta debía de ser dificilísima! ¡Seguro que se había equivocado!” (Aniceto, el Vencecanguelos, pág. 10). Aniceto (“¡Huy, qué nombre tan feo!”, pág. 5) no tiene –a simple vista, no nos engañemos- ningún matiz positivo: sus compañeros se ríen de él, tiene un extraño miedo al ridículo y se inventa aventuras imaginarias que sólo él resuelve:
-sólo se dedica a ganar carreras y así es fácil ser el vencedor: “Jugó a que hacía una carrera de saltos con todos los demás niños del parque. Saltó por encima de los armarios, pasó rozando las lámparas y, naturalmente, ganó. La gente aplaudía y sus compañeros se pusieron verdes de envidia” (pág. 6).
-cree que lucha contra un dragón, que no es otro que su propio miedo y lo vence con obstinación.
-cree que su profesor de química es un brujo porque él no entiende nada, hasta que se da cuenta de que lo que le falta es estudio.
            Y así se suceden más aventuras, contra los salvajes (los vecinos de arriba), contra sus tíos (hasta que descubre que son personas normales), contra un león, contra el Parrisclisclás... Gracias a su poderosa imaginación, que él utiliza como bandera, consigue vencer los obstáculos, las dificultades y deduce cosas muy importantes como que hay que luchar contra la adversidad, aunque no siempre se gane: “Se había dado cuenta de que ser un niño que piensa es mejor que ser un loro de repetición. Aunque a veces se equivoque uno, ¡caramba!” (pág. 19).
            Aniceto representa una especie de desdoblamiento de conciencia y se dedica a crear tipos con los que luchar o enfrentarse; los mismos seres reales son vistos desde la óptica fantástica (Manuel: rata de dos patas, profesor: brujo). Aniceto, héroe y oponente en uno mismo, vence al final porque él es el señor de sus sueños, porque el oponente –la vergüenza, el temor, el miedo a hacer el ridículo, el sentirse inferior- irán desapareciendo conforme él se haga mayor. Él mismo, al final de cada capítulo, concluye que no hay que tener miedo a ciertas cosas. Los canguelos, sus únicos oponente reales, serán vencidos al final, como ocurrirá seguramente, con los canguelos de todos los Anicetos del mundo, que son legión, aunque se sientan solos e incomprendidos muchas veces: “-¡Ni dragón ni canastos! –dijo la madre-. Vete al parque a jugar. En casa no haces más que estorbar” (pág. 7).
            Y es que Aniceto, con sus 10 años, es un niño que cae bien desde el principio, aunque siempre esté en la luna, aunque sea un aventurero imaginativo, aunque sueñe despierto. Es un niño con el que resulta fácil identificarse porque va al colegio, porque rompe cosas en casa, porque tiene problemas con la química, porque imagina cosas raras. Es un pequeño quijote y, como tal, representa la otra cara de lo humano: la de los soñadores, la de los pensadores, la de los idealistas y sensibles. Consuelo Armijo conoce muy bien la psicología infantil y conecta bien con los niños porque es fácil identificarse con un héroe que no lo es, que sólo es un niño al que, alguna vez, se le caen los canapés y las cosas.
            Aniceto es la historia de un niño normal, que no hace nada de extraordinario, que no corre mil aventuras, que no es valiente ni arriesgado, que no tiene problemas familiares, que, simplemente, se esfuerza por crecer, hasta que un día se convierte en hombre: “Sintió, bueno, sintió, sintió que ya no era niño. Que empezaba a ser un hombre” (pág. 155).  

IV. “ES QUE NI PARECIDO” (USO DEL IDIOMA) 

            Consuelo Armijo, acaso como pocos escritores dedicados a la literatura infantil, sabe jugar con las palabras, las lleva de la mano y les da una nueva forma, una nueva función, un brillo inusual y distinto. A este uso sorprendente y llamativo, el Dr. Juan Cervera lo llamó “efecto tropezón” (15) ya que el lector no queda al margen de la lectura; es más, se extraña y ha de volver a leer porque algo le llama la atención y le provoca risa. Y es que Consuelo Armijo echa mano del absurdo, de las fórmulas que, aparentemente son ilógicas; pero que, si las miramos bien, no carecen de coherencia, dentro del mundo mágico en el que se mueve. Así, “puesto que uno y uno eran dos, una y una tenían que ser “das”, aunque esto último había muy poca gente que lo supiera” o “Te haré primer ministro, Buu [...] –Y yo a ti, menestra –dijo, pues esa palabra le sonaba mucho” (Los Batautos, 45, 52). Pero veamos más ejemplos:
-en Más Batautos:  Don Ron dice que prepara manzanilla ¡apretando una manzana!, “que pasa de manzana a manzanilla” pág. 12) o va a conseguir cosecha de arroz con leche porque ha plantado varias semillas de arroz mojadas con leche (pág. 13).
-en Seráse una vez “estará ya llegando la secon-vera, que es la que viene después de la prima-vera” pág. 21) o la vaca Robustiana se pregunta: “¿Cuándo llegará el vea-sí?” (pág. 43) o “A lo que pasará ese día lo voy a llamar la incursión, pues en vez de irse las vacas del prado, resultará que vendrá gente a él” (pág. 63) o “las vacas son pacientes porque pacen y producen paz” (pág. 92)         
-en Marabato,  su tía se iba a pasar este fin de “mesemana” (pág. 31) y Marabato no tiene pesadillas, sino “peladillas” que “están encerradas en nuestra cabeza sin que nos demos cuenta, y por la noche se escapan y flotan” (pág. 63)
            Consuelo Amijo da distintos usos a las palabras, las cambia o modifica según su intención:  “a Erito le había dado un ataque de iriostincracia” (Los Batautos en Butibato, pág. 53), “Y como Marabato pesa muy poco, pero que muy requetepoco, pero que muy requetepoquísimo, el viento se lo lleva lejos, pero que muy requetelejos, pero que muy requetelejísimos” (Marabato, pág. 11) o “su cumpleaños era dentro de dos meses, el día bifertino” (Los Batautos en Butibato, pág. 79) o “soy un tonto-retonto, un borrico.mulo”, se insulta Erito a sí mismo (Los Batautos en Butibato, pág. 62). Acude también a expresiones muy coloquiales cuando lo precisa:  “remilgás”, “urdinarias”, “preñás” (en Seráse una vez) o frases: “¡Jesús, qué despendolo!” (El Pampinoplas, pág. 22).
            Es muy dada también a las rimas que intercala en distintos momentos para imprimir un tono más musical al texto: “... el conquistador, a quien todo el rato le está latiendo el corazón. Y el dragón se puso tan contento que corrió a ponerse un sombrero” (Guiñapo y Pelaplátanos, pág. 98 y ss). Las rimas favorecen también el efecto cómico, así lo vemos continuamente en Marabato: “Y se dice que su tía se fue de turista a la Argentina, se gastó el resto de la lotería y lo pasó de maravilla” (pág. 36).
            Sin duda, la onomatopeya es también muy empleada por nuestra autora (ay, cucú, tristrás, bub, tararí, pon pon,  huy...) o exclamaciones: “¡Zambombas y panderetas!” y nombres y palabras raras: requetebrustispático, escalamochar y muchas más.
            El idioma que emplea Consuelo Armijo es rico en imágenes. Así, se halla muy cerca de la greguería porque utiliza creaciones metafóricas llenas de gracia y de humor:
“El sol es una moneda de oro cayendo en una hucha” (Marabato, 76),  “¡Las personas son plantas en libertad!” (ibid, pág. 77), “La noche es un mar negro sobre el que flotan las estrellas y los sueños”  (ibid, pág. 60). La metáfora no es infrecuente en sus textos (“Saldrán las misteriosas estrellas, esos puntos que son inmensos mundos” (Seráse una vez, pág. 53; “La lluvia que caía ese día era una lluvia de colores, una lluvia de emociones, una lluvia de vida” (se refiere al confeti en Marabato, pág. 46) . No es infrecuente la comparación (“se cayeron rodado cual croquetas por la montaña hasta llegar abajo” (Los batautos, 28), “estaba tan negro como una mora madura, o un señor de África o un traje de luto (sólo que sin botones) (El Pampinoplas, pág. 46). Tampoco son ajenas a Consuelo Armijo las derivaciones y los juegos de palabras: “beberse algo que gusta da gusto” (Los Batautos en Butibato, pág. 78) ni las antítesis, hipérboles, personificaciones o concatenaciones. Tampoco es raro encontrar pequeños poemas o cancioncillas en sus páginas.
            Resulta divertido observar como, por ejemplo, los batautos consideran los idiomas conocidos por nosotros como secretos. Veamos la cita que vale la pena: “Y Peluso empezó a pensar en todos los idiomas secretos que sabía existían: el alemán, el ruso, el japonés, que eran hablados por los alemanes, rusos y japoneses para que los extranjeros no los entendieran...” (Los Batautos en Butibato, pág. 52).
            Consuelo Armijo, como ya dijimos en otra ocasión (16), emplea un léxico normal en su forma pero no en su uso. Constantemente interviene la función metalingüística, ya que algunos términos han de explicarse otra vez porque domina la arbitrariedad –nunca como hasta ahora se demuestra que el signo lingüístico es arbitrario-. Por ejemplo, en Los Batautos hacen batautadas los meses no son de 30 días, existe una flor que se llama zazal, las calles se cuentan por pinos y se conocen las vitaminas P y T.


V.“ESTO QUE OS VOY A CONTAR...” (ESTRUCTURA Y FORMAS DEL DISCURSO)

Una característica de los libros de Consuelo Armijo es que suele dividirlos en breves capítulos que se pueden leer de forma independiente, que presentan, por así decirlo, un universo  semántico cerrado. Estos capítulos tienen un título propio y sólo se relacionan con el resto por los personajes que intervienen. Por lo tanto, no se trata de relatos clásicos –en la mayoría de las ocasiones-; de ahí que, pese a tener un argumento completo, no pueda hablarse de su división en planteamiento, nudo y desenlace.
El tono oral es importante en estos relatos, como lo es también la presencia de la autora que aparece continuamente, en primera persona, para explicarnos, para contarnos, para mostrarnos aquello que le interesa que sepamos o que conozcamos: me refiero, yo tampoco, no sé muy bien,... Hay también interpelaciones a los lectores: “si supierais,  y os tengo que decir, te lo iré, os voy a contar, en secreto os diré, como habréis adivinado”... La interacción con el lector es continua: “Quizá, si sigues leyendo esta historia, halles la verdad. Si has acertado, pídele a tu madre que te compre un chupa-chups de recompensa, y si no, pídeselo también, porque eso siempre sabe bien” (Más batautos, pág. 94).
            Los Batautos en Butibato nos ofrecen un caso curioso porque los batautos saben de la narradora y se vuelven algo orgullosos y pretenden que siga escribiendo sobre ellos. Es algo como lo que sucede con otro de los personajes de la literatura infantil actual, Manolito Gafotas: “Le podríamos mandar uno a esa que escribe nuestros libros, a ver si espabila” (pág. 13) , “Bueno, no es que yo esté enfadada, pero creo que los que debían espabilar son ellos, y darse cuenta de que en días de viento es muy peligroso mandar un globograma, porque se puede desviar. Y que si sé todo lo que os estoy contando, no es porque haya recibido su mensaje (que vaya usted a saber dónde ha ido a parar), sino porque, como ya os dije en otro libro, hay noches que se me llena la cabeza de batautos y veo todo lo que les está pasando” (pág. 17).
            Ahora bien, el colmo de la narración lo tenemos en Seráse una vez donde se cuentan distintas historias en futuro porque no han ocurrido aún; ésa es la transgresión absoluta. Ya no se trata del “hace muchos años ocurrió” o “en tiempos antiguos” o esas fórmulas de apertura de los cuentos que todos conocemos, sino que es al revés: “Esto que os voy a contar no pasó hace muchos años, como la mayoría de los cuentos. ¡Qué va! Pero lo más extraordinario es que tampoco pasó hace pocos años. ¡Ni hablar! Esto que os voy a contar está por pasar, o quizá no pasará nunca jamás. ¡Vaya usted a saber! Pero lo que yo voy a hacer es empezar de una vez” (pág. 13).
            Consuelo Armijo utiliza pocas descripciones, ya que lo más importante es la narración que intercala entre diálogo y diálogo a manera de pequeñas pinceladas a base de fases simples, la mayoría de las veces. Tanto el diálogo como la narración aparecen llenos de dinamismo: “Así que volvió a su casa y para compensar el descuido se tomó tres zumos de naranja, tres tostadas con mantequilla y mermelada y tres tazas de chocolate muy espeso. Después de eso, se sintió tan requetecontento que dio un salto tremendo y se pegó contra el techo” (Los Batautos hacen batautadas, pág. 46)..





VI.“EMPEZÓ A SACAR UNAS COSAS PRECIOSÍMAS” (LA LÓGICA DE LO ABSURDO)

            La mayoría de los relatos que estamos analizando, tienen a la propia Consuelo Armijo de observadora, incluso, a veces de protagonista o, al menos, de punto de partida de la obra: “Yo estuve a punto de ponerme también un letrero de frágil en la frente, para que tuvieran cuidado conmigo y no pusieran paquetes en lugares de paso, donde podía tropezar y hasta caerme”. (Guiñapo y Pelaplátanos, pág. 10).
            Ella, la narradora es quien recoge, con sus palabras, los comportamientos y las aventuras de un puñado de seres estrafalarios que sólo ella y los niños pequeños e imaginativos pueden ver. Y lo hace así tanto en las narraciones como en las obras de teatro, que siguen un ritmo ágil y contienen unas acotaciones llenas de sugerencias e, incluso, propician la participación del público infantil porque, queda claro, que ella escribe para los más pequeños, para los niños de 5 a 7 años, pero también para todo aquel que tenga curiosidad  y quiera participar de la más pura fantasía. Y es que no hay nada imposible para Consuelo Armijo. Es una especie de hada que con su varita mágica, hecha de palabras, transforma el mundo y la realidad. En su propio universo creativo el absurdo, lo más imposible, lo más extraordinario, de repente, adquiere categoría de lógica aplastante en otro lugar, en otra dimensión, en el país donde viven los personajes que protagonizan estas aventuras. ¿O es que nos habíamos creído que sólo lo que ocurre en nuestro mundo es real?
            Consuelo Armijo es capaz de darle la vuelta a todo y que las cosas más ilógicas cobren veracidad; incluso se permite alguna trasgresión y muchos guiños al lector espabilado:
-“-La escuela, ¡qué tontería! Es más divertido subirse a un pino y ver a los pájaros en sus nidos” (Marabato, pág. 58).

-“Pero el abuelo entendió la respuesta. Eso quería decir que sí que lo había aprendido en jueves. Pero no le importó, lo cual era normal, dado que la cosa no tenía importancia; lo anormal hubiera sido que le hubiera importado” (El Pampinoplas, pág. 10).

-“Erito no estaba allí, pero en un pedestal en medio de la habitación se hallaba el caramelo. En el pedestal estaba escrito: “Primer Trofeo Partida de Canicas”, y enmarcando el caramelo había una cinta blanca con la siguiente inscripción: “Lo importante es la técnica, la técnica es lo que importa” [...] Ese caramelo es un símbolo” (Los Batautos, pág. 112).

-“Desde entonces, la buena y antigua costumbre de dar volteretas volvió a quedar implantada para siempre” (Los Batautos, pág. 123).

-“Precisamente la corona buena del domingo. Esto me pasa por ponérmela hoy, que es jueves y no tocaba” (Los Batautos en Butibato, pág. 30).

            Consuelo Armijo es una narradora irónica que no cree en verdades inamovibles. Así, el pobre Peluso no puede dormir por pensar demasiado: “Estaba casi amaneciendo cuando, por fin, Peluso, víctima de la cultura, logró olvidar su gran problema y dormirse” (Más Batautos, pág. 30). En otro momento, incluso, se cuestiona el propio proceso creativo: “Estaba empezando la primavera, y para los espíritus elevados y poéticos, como el de Peluso, esta época era muy importante. Tan importante, tan importante era, que un día Peluso se levantó antes de que amaneciera, cogió papel y lápiz, se subió a una montaña altísima, desde la cual se dominaba un paisaje maravilloso, y se dispuso a escribir poesías a la luz del amanecer. Pero resultó que, por más que chupaba la punta del lápiz, cosa que otras veces había sido para él fuente de gran inspiración, no se le ocurría nada, y mientras el lápiz iba consumiéndose a fuerza de ser chupado, el papel seguía en blanco. En esto, Peluso dio un salto, luego tres estornudos, y luego empezó a escribir, sacando la lengua para ayudarse” (Más Batautos, pág. 40).
            A Consuelo Armijo el tiempo no le importa y a sus criaturas tampoco. Es algo con lo que no cuenta porque esos seres siguen sus propios ritmos interiores: “Yo me acuesto cuando tengo sueño, y me levanto cuando me despierto. Nunca miro la hora”, dice Buu y Peluso añade: “Yo me acuesto cuando acabo de cenar, y me levanto cuando tengo ganas de desayunar. Tampoco miro la hora” (Más batautos, pág. 136-137).
            Para luchar contra el tiempo, incluso, puede escribir en futuro, como ya hemos visto, una historia que está por suceder, en Seráse una vez. Pero, ni los batautos ni los otros seres ni la propia narradora lo pueden evitar: “Y mientras, muy despacito, sin hacer ruido, el tiempo pasaba y pasaba” (El Pampinoplas, pág. 90).
            Los objetos, las cosas más absurdas cobran vida en sus relatos, bicis que no sirven en las cuestas arriba, máquinas que transforman el mundo, carros tirados de cabras lecheras, casas al revés, dados que marcan el siete, tortilla de zapatos, una casa con orejas y un puñado de objetos más que son el contrapunto perfecto para las aventuras estrafalarias. La hipérbole lo inunda todo, pero lo más curioso es que el lector se adapta y acaba aceptándolo como si  fuese lo más natural del mundo. Ahí está una de las claves del éxito de Consuelo Armijo, de su vigencia, que transforma lo absurdo y lo convierte en cotidiano, al menos para sus personajes. Personajes que no desaparecen del todo porque el lector tiene la capacidad de invocarlos y de hacerlos volver a la vida una y otra vez: “¿En qué se convierten los personajes de los cuentos cuando los cuentos se acaban? ¿Serán esas minúsculas partículas de polvo que flotan en el aire y que solo se ven cuando el sol las ilumina? Te lo diré. No, ellos no son polvo, aunque flotan y revolotean por todas partes; y lo que los ilumina no es el sol, sino tú cuando piensas en ellos. Pero lo mejor es que si abres el libro siempre los encontrarás allí, dispuestos a volver a empezar” (Marabato, págs. 121-122).

VII.           “¿NO ERES MÁS FELIZ AHORA?” (VALORES)

         Las peripecias que narra Consuelo Armijo no sólo nos interesan desde el punto de vista lingüístico –que es de una gran riqueza como hemos visto-, ni de la narración –que es dinámica y ágil-, sino también desde los valores que transmite. Y es que el poso que nos queda tras leer sus obras es de ternura, de amistad, de cariño y de comprensión. Todos los personajes nos dejan una huella de afecto, de buen humor, de risa, de alegría desbordante. Amistad y afecto entre Poliche y su abuelo, entre Poliche y las gentes del pueblo, amistad hacia el Pampinoplas que deja de hacer barrabasadas, afecto de Venurada hacia Guiñapo, comprensión entre las gentes de Viriví y las de Varavá, que acaban decidiendo, tras jugar un partido de fútbol, que los dos han ganado; amistad entre Salustiano y su perro Mamarracho quien le hace perder el temor; amistad entre Inés y Mercedes que transforman las cosas y el mundo; afecto entre los batautos; amistad de la tía de Marabato que proyecta un montón de camas en su nueva casa para todos los que quieran ir a dormir y amistad la que sienten los amigos de Marabato hacia él que, por ayudarle, le traen cosas imposibles: “Y entonces llega el Rojo, con sus rosas tan rojas, y el cuarto de Marabato se convierte en un rosal. Hay rosas rojas encima de la colcha, el armario, las sillas, la mesilla, las paredes, el suelo y hasta el techo. Las rosas brillan por la alcoba. ¡Todo huele a rosas! Qué a gusto se encuentra Marabato y... ¡sus narices se destaponan!” (Marabato, pág. 42).
            El mundo mágico y sorprendente que Consuelo Armijo ha creado con sus palabras es el mundo donde se confunden los términos, donde no se está seguro de nada, donde es fácil encontrarse con cualquier ser u objeto extraños; es el mundo de la ilusión, de la fantasía; es el mundo de la infancia en donde todo es posible y es el mundo de los que no creen que, para crecer, haya que renunciar a ser feliz, a renunciar a ver el mundo con ojos de sorpresa, a dejar de tener sueños e ideales: “Esos son unos sueños muy bonitos. Son deseos que están encerrados en nuestro corazón y, si por el día no se hacen verdad, por la noche se escapan a flotar por el mar” (Marabato, pág. 62).
            Los niños que lean las obras de Consuelo Armijo aprenderán, sin duda, a ser más observadores con las cosas, a mirarlo todo con ojos más poéticos porque todas las aventuras que nos narra, pese a la hilaridad que desprenden, están llenas de afectividad y de ternura.
           

NOTAS A PIE DE PÁGINA


(1)- “Garbancito”, diciembre 1987. Mes dedicado a Consuelo Armijo. Quiero agradecer a Consuelo Armijo quien me ha facilitado mucha información acerca de su obra, así como algunos de sus libros. De mismo modo, gracias a la profesionalidad de la Fundación Germán Sánchez Ruipérez.
(2). CLIJ, 41, pág. 14. “Celia era la única que me comprendía”, por Consuelo Armijo.
(3). Ibid, pág. 14.
(4). Peonza, nº 2, febrero 87.
(5). CLIJ, 42, pág. 12.
(6) Papeles de Literatura Infantil, nº 3, marzo 1987, pag. 3.
(7). Ibid. nota 4.
(8). Antonio García Teijeiro, “El humor y el disparate como vehículo literario”, en El Faro de Vigo, 22-2-86.
(9). Peonza, nº 2,  febrero 87.
(10). Consuelo Armijo. “El nonsense, un arma contra las mentes cuadradas”, CLIJ, 45, pág. 31 (10). CLIJ, 42, pág. 12.
(11). CLIJ, 42, pág. 12.
(12). “Cuatrogatos”, nº 3, julio-septiembre 2000.
(13). Comunidad de Madrid, nº 15, 1994, pág. 37.
(14). En “Ya”, sábado 16 de enero 1988.
(15). Juan Cervera. Teoría de la Literatura Infantil, Bilbao, Mensajero, 1991, pág. 205.
(16). Anabel Sáiz Ripoll, “Literatura infantil en primera persona”, en “Alacena”, nº 27, 1997.


BIBLIOGRAFÍA MANEJADA


-Los Batautos, SM, (6 2001), (El Barco de Vapor, 9).
-Los Batautos hacen batautadas, Miñón, 1984, (Las Campanas, 54)
-Más Batautos, SM, (5 2001), (El Barco de Vapor, 99)
-Los Batautos en Butibato, SM, 1993, (Catamarán, 43)
-Seráse una vez, Espasa-Calpe, 1997, (Espasa Juvenil, 25)
-Aniceto, el vencecanguelos, SM, (11 1989), (El Barco de vapor, 19)
-Bam, bim, bom, ¡arriba el telón!, Susaeta, 1989, (Las Campanas,7)
-A Viriviví, Anaya, 1989, (El Barrufet Verd, 25)
-El Pampinoplas, SM,  (34 2002), (El Barco de Vapor, 1)
-Guiñapo y Pelaplátanos, (2 2000), Bruño, (Alta Mar, 77)
-Marabato, SM, 2002, (EL Barco de Vapor, 119)

lunes, junio 27, 2011

El curso, dirigido a profesores, maestros, bibliotecarios, animadores de lectura, estudiantes y todos os interesados en la animación a la lectura, será impartido por Anabel Sáiz Ripoll, Doctora en Filología Hispánica y Especialista en literatura infantil y juvenil.
Objetivos: Aprender estrategias y trucos para la animación a la lectura infantil y juvenil. Curso práctico que los alumnos podrán aplicar en sus respectivos ámbitos de animación de lectura.


Ficha Taller Animacion Infantil Intensivo 2011


El último grito,
Concha López Narváez y María Salmerón,
Bruño, 2011, (Paralelo Cero, 71)



La Guerra de los 30 años está acabando, pero su paso ha sembrado de destrucción todas las tierras que tardarán mucho en recuperarse; pero no solo las tierras, sino las gentes. La muerte y desolación reina por doquier. Con este telón de fondo, Concha López Narváez y su hija María Salmerón escriben una historia de misterio, en la que la lucha por el poder y la ambición son las desencadenantes de la trama. “El último grito” es una novela que mantiene el ritmo narrativo en todo momento y que logra que el lector, desde la primera página, se sienta transportado a una época y a un ambiente que sin ser los suyos, le fascinan.
La historia se inicia de una manera directa y aborda la extraña situación de Otto von Rotsein quien, de alguna manera, sin estar muerto, parece que lo esté ya que despierta en la cripta de sus antepasados. Poco a poco, va acordándose de lo sucedido y, gracias a ello, el lector entiende cada uno de sus actos, aunque no los justifica. Por otro lado, en el castillo de los Rotsein, en Renania, cerca de Baviera, impera el luto, ya que se están celebrando las exequias del conde Maximilian, que, tras 10 años en la guerra, sin dar señales de vida, ha sido localizado, aunque muerto. Su esposa, su fiel esposa, lo vela y llora.
No obstante, no hay nada normal en semejante situación porque ni Maximilian está muerto ni el cadáver es el suyo. Y el misterio está servido. Las narradoras, en tercera persona, tejen una historia que presenta dos puntos de vista: el de Otto y el de Maximilian quien regresa, cansado, hambriento y desolado a su castillo y se encuentra con la sorpresa que supone su propio cadáver. De alguna manera, un nigromante, don Nathan de Praga, quien lleva muchos años en el castillo, ha logrado, a través de sus poderes especiales, de su magia negra, convencer a Otto de que suplante a su primo y, así, cuando resucite, lograr casarse con la viuda y, de paso, alcanzar poder y renombre, como el propio Nathan. No obstante, no contaba con la llegada del verdadero conde. Todo se precipita de una manera inexorable y, al final, el lector, horripilado, asiste a un desenlace funesto, terrible, aunque justo e implacable.
Concha López Narváez y María Salmerón, a través de 17 capítulos, van trazando las líneas maestras de una historia en la que todo tiene una explicación, aunque no lo parezca. Las descripciones que aparecen en “El último grito”, sobre todo, las que aluden a la evolución de Otto, tras su despertar entre los muertos, son realmente magníficas y también espeluznantes porque, como si de una carrera contrarreloj se tratara, leemos cómo Otto va recuperando, poco a poco, el pulso de la vida para, de golpe, perderlo todo. De ahí el título del relato, como el lector podrá comprobar.
En suma, “El último grito” es una novela apasionante donde los elementos psicológicos son imprescindibles, así como el juego temporal y las descripciones. No es una novela propiamente juvenil, desde el punto de vista de los personajes, sino una novela que gustará a los amantes del misterio, de la magia y de lo inexplicable.


 Publicado en el Blog de Pizca de Papel













sábado, junio 11, 2011

EL MARAVILLOSO MUNDO DE LO COTIDIANO


(ANÁLISIS DE LA LITERATURA INFANTIL
Y JUVENIL DE JUAN FARIAS)



Juan Farias, el magnífico Juan Farias, nos acaba de dejar hoy, 11 de junio. Rescato un artículo que escribí hace tiempo y publiqué en CLIJ  (Juan Farias, el maravilloso mundo de lo cotidiano”, año 14, nº 140, julio-agosto 2001, pp. 7-23).como homenaje a este gran escritor y mejor persona.

“PORQUE SE ESCRIBE COMO SE ES” (DATOS BIOGRÁFICOS)

                Juan Farias, que se define a sí mismo “como un tipo flaco, con las orejas desabrochadas” (1), no entiende a quien pueda importarle su biografía y se sorprende que interese si es gallego o si tiene hijos o si le gusta la mar. A Juan Farias le interesa contar historias y eso es todo o... ¿es sólo el principio?

                Juan Farias Díaz-Noriega nació en Serantes (A Coruña) el 31 de marzo de 1935. Estudió náutica y se embarcó en la Marina Mercante. Ha dado dos veces la vuelta al mundo y sigue viajando con sus amigos -los que están, los que se han ido-, con los personajes literarios, con sus hijos, con su mujer... Juan Farias sigue ese viaje fascinante que es la vida, lleno de luces y de sombras. “Porque ¿hay aventura más emocionante que la de vivir día a día? Vivir para ver a la familia como un gran barco desplazarse en el tiempo. Pasar los terribles temporales que lo hacen ponerse de punta, disfrutar las calmas chichas que es cuando los chicos duermen, el perro está en el jardín, y uno ve las cuentas y comprueba que están bien. Lo cotidiano, lo más simple es emocionante, lo es el ver crecer a los hijos -es lo que más me gusta en este puñetero mundo- las deudas, la relación familiar, los proyectos, las broncas... Esto es lo que pienso, lo que golfeé, pirateé, pirateé, navegué, si enumero una por una la lista de golfancias, las tengo todas, pero ninguna tan emocionante como la aventura de vivir lo de cada día” (2).

                Siguiendo con su quehacer literario, ha escrito guiones para radio y televisión y fue director de la serie “Un personaje, un cuento” que emitió TVE en 1976. Ha colaborado en el programa “La mansión de los Plaff” y “Crónicas de un pueblo”. En 1973 ganó el Premio Nacional de Guiones, aunque podemos señalar otros trabajos para la televisión: “Un clochard del Siglo XVIII” (19868), “Los sueños del señor Vivaldi” (1969), “Don Juan” (1974) y “Cuestionario a Proust” (1976).

                Ahora bien, Juan Farias siempre se ha mantenido fiel a sus principios y ha sido coherente con ellas. De ahí que opine “que quizá la mejor programación infantil, la más deseable, sería aquella que aumentando la calidad y el atractivo, viese disminuir, por su propio y apetecido efecto, el número de adictos y esto en beneficio de algún que otro libro, los charcos de primavera, los perros sin padre conocido y otras causas capaces de poner en marcha el talento de un niño con ganas de vivir” (3).

                Empezó a escribir para el público adulto, aunque, poco a poco, sus intereses lo han llevado a la literatura infantil y juvenil: “Una vez sí quise ser escritor. Me lo tomé en serio. Decidí denunciar, hacer novelas de estilo y tendencia: realismo social. Pero estas cosas ocurren cuando uno se cree adulto (lo cual es una memez importante). Cuando te curas, si es que aún te gusta escribir, escribes desde el alma. Y entonces, curiosamente, sin pretenderlo, haces literatura infantil o juvenil...” (4).

                De todas formas, y estamos de acuerdo, para Juan Farias existe una sola literatura, la literatura en mayúsculas, lo demás son tonterías: “Creo que la literatura (además de ser un delicioso juego de invierno) es, al fin, una declaración de principios, un acto de impudor por parte de quien escribe, una forma de pelear a fuerza de sonrisas y de lágrimas” (5).



“UN NIÑO ES ALGO MUY SERIO” (LITERATURA INFANTIL)



                Para Juan Farias “literatura infantil es aquella que no se le cae de las manos a un niño. Todo lo demás son formas de enredar la madeja. Yo, particularmente, cuando escribo para niños me preocupo sólo de que el resultado sea comprensible”. Es más, con esa economía estilística que lo caracteriza y esa socarronería gallega, comenta el paso de la literatura para “adultos” a la “infantil” y no fue él quien lo dio porque, como queda dicho, no distingue tipos de literatura o subliteraturas: “Un buen día -dice- alguien decidió que mis historias eran historias para niños. Fue un crítico despectivo, un culto de alto octanaje que me dejó en la miseria y no por herir mi vanidad (que ésa es de corcho) sino porque, de ser cierta aquella afirmación, me obligaba a escribir bajo una disciplina más rigurosa” (7). Y bien es cierto que quedó atrapado por el público infantil y juvenil porque “cuando escribe para un niño, está obligado a recuperar la esperAnza”. Y ése es el favor que no hizo ese crítico severo y despectivo.

                A Juan Farias no le interesa mucho escribir para adultos, “esos alegres muchachos que organizan un par de tiberios por minuto”, sin embargo le interesan los niños y da lo mejor de sí para ofrecerles historias consecuentes, sin rutinas, sin endulcoradas peripecias, historias reales de ahora y de siempre. Ésa es, para el escritor, la inversión en el futuro porque “un niño es algo muy serio, quizá lo más serio, un niño es siempre la esperanza de una revolución inteligente, primero será niño y luego redentor” (8).



LA LITERATURA NO ES UNA CARRERA DE BICICLETAS” (PREMIOS)


                Juan Farias desconfía de los premios: “De los premios no hay que hacer ni caso. Más de un premio nacional es una componenda política. Muchas veces los jurados no leen lo que se presenta. Los premios no sirven para nada. En todo caso pueden ser un chiripazo que le abra las puertas a un novel. Bueno, si es para eso, vale. Pero a un “profesional” sólo le justifica un buen trabajo. Lo positivo de los premios es que le dan unos duros al ganador. Es un juego que no me gusta. La literatura no es una carrera de bicicletas” (9). Pese a eso, Juan Farias ha sido y es un autor premiado y de gran prestigio literario. Así que no podemos dejar, si queremos dar una visión amplia de su obra, de mencionar estos premios, no todos, por cierto, dedicados a la literatura infantil:

-1960. Premio de Novela Corta Santo Tomás de Aquino, Universidad de la Laguna por Después amanece.

-1964. Premio Ciudad de Oviedo por Los niños numerados (reeditado por Lóguez en 1996).

-1973. Premio Nacional de Guines.

-1980: Premio Nacional de Literatura Infantil a la creación por su obra Algunos niños, tres perros y más cosas. Obra seleccionada en el VI Simposio, organizado por la Fundación Germán Sánchez Ruipérez en junio de 2000 como una de las cien obras de la literatura infantil española del S. XX).

-1984: Lista de Honor del IBBY por la obra Años difíciles.

-Lista de Honor del Premio CCEI por Años difíciles.

-Lista de Honor del Premio H. C. Andersen por  Años difíciles.

-1985: Lista de Honor del Premio CCEI por El Barco de los Peregrinos.

-1989: Mención a la Narrativa del XI Premio Europeo de Literatura Infantil “Pier Paolo Vergerio” de la Universidad de Padua, Italia, por El niño que vino con el viento.

-Ha sido incluido varias veces en la Lista de Honor de la CCEI y en White Ravens de la Biblioteca Internacional de Munich.

-1994: Premio Fundación Santa María por El hombre, el árbol y el camino.



“VIVIR, SIEMPRE VIVIR” (INFANCIA Y ESCRITURA)



                Dicen que la verdadera patria del hombre es la infancia y debe ser verdad en el caso de Juan Farias porque él recuerda su infancia y retoma entre todos los recuerdos la figura de su padre, el contador de historias que tanto le influyó: “Cuando yo era pequeño -nos dice- tenía cinco hermanos y un padre mágico. Mi padre, que tenía un vozarrón de ogro bondadoso, solía leernos en voz alta. Gracias a mi padre mi memoia se fue llenando de héroes” (10). Gracias a su padre, pues, entraron a formar parte de la vida de Farias, de su experiencia como niño y, posteriormente, como adulto, John Silver, Oliver Twist, Huck Finn, Alicia, Dick Turpin, la Biblia, Pedro y las habichuelas mágicas y tantos otros. Entre estos héroes podemos mencionar a Lázaro, aquel niño que fue niño con Juan, aquel niño que hizo las travesuras de su edad, aquel adulto que se fue labrando la vida con Juan; aquel hombre desengañado que recuerda sus andanzas y se las sigue contando a Juan, porque para él no hay autores, sino libros. Eso es lo importante: “Sin Huck y otros, sin Lázaro y Alicia, sin tantos, yo, sin duda, sería otra persona, a lo mejor obsesionado por cambiar de coche o ascender. Si soy como creo que soy, se lo debo a ellos, a algún amigo, a algún amor y a esas tantas cosas que alimentan los sueños” (11).

                Juan Farias escribe para compartir con los demás lo que siente, lo que ha visto, lo que opina; aunque huye de la trascendencia de los mensajes. No cree que deba transmitir nada más allá de la emoción literaria en aquello que escribe: “En cuanto a mensajes, no se me ocurre caer en esa trampa. Yo escribo, si es que escribo, y punto. Las consecuencias que las saque el lector” (12).

                A alguien que opina así, evidentemente, ya lo hemos visto, ni le interesan los premios ni mucho menos la fama, esa idea tan traída y llevada de notoriedad pública, eso a Juan Farias no le importa, ni siquiera lo toma en serio: “Si tuviera fama, la metería en un frasco raro para ir a venderla al mercadillo; tome señorita, fama de escritor, échese una poca en la solapa y presuma. la fama es una memez, incomoda más que otra cosa” (13).

                Sin duda, Juan Farias escribe de lo que conoce y lo hace con sinceridad, con fuerza y con esperanza. Y no se pierde en escenarios insólitos o maravillosos, no describe otros mundos ni se evade, no lo necesita porque en su vida, en lo que le rodea, en lo que ha contemplado y ha escuchado, en lo que aprendido encuentra más emoción que en lo irreal y fantástico: “encuentro más emocionante lo cotidiano, más inverosímil y a veces maravilloso, lo cotidiano” (14).

                Cree, y así lo iremos desentrañando, que la verdadera aventura es vivir, enfrentarse a las realidades. En la imaginación está la llave que nos abrirá las puertas de la libertad, porque sólo el que conoce ama y eso es lo que parece querer transmitir Juan Farias. ¿Para qué hablar de dragones y princesas si hay otras realidades tan especiales como ésas a nuestro alrededor?. “Si hablamos -dice Farias- de seguir la Ruta de la Seda, explorar el Ártico o correr el París-Dakar, lo más posible es que, a la vez que una ilusión, creemos un desencanto. Son cosas que no están al alcance de todos.

                Pero si la aventura que proponemos consiste en doblar la esquina más próxima, si está en el contorno cotidiano, si conseguimos despertar la curiosidad por lo que un niño ve todos los días con la indiferencia que da la rutina, si rompemos la indiferencia, entonces habremos hecho un buen trabajo” (15).




“LITERATURA SOCIALMENTE ÚTIL” (LÍNEAS ARGUMENTATIVAS)



                Intentar parcelar la obra de Juan Farias es poco menos que inútil porque él huye de esas clasificaciones que lo encasillan: “Creo que mi literatura puede ser cualquier cosa menos un ejemplo de realismo crítico. Pero no quiero discutirlo. No me gusta discutir mi trabajo” (16). No obstante, si queremos ser medianamente rigurosos, podemos tratar de establecer una clasificación, aunque muy general, por supuesto, pero que nos permitirá iniciar el trabajo:



-Novela histórica: aquí entraría, sin duda, el magnífico retablo que es la trilogía dedicada a Media Tarde, Años difíciles, El barco de los peregrinos y El guardián del silencio; podemos añadir también, entre otras, Los pequeños nazis del 43.



- Novela que se centra en la aventura de vivir, en la realidad, en lo cotidiano, sin hechos extraordinarios y con un vocabulario asequible para los lectores. Serían, por poner unos títulos, El niño que vino del viento, Los Corredoiras, Los apuros de un dibujante de historietas, La costa de los galgos... y otros más.



-Novela de denuncia social, estas historias son las que acercan a los niños la verdad de la vida, los hechos duros, los personajes marginados, la tristeza. Estos libros critican la realidad sin concesiones: Los mercaderes del diablo, Algunos niños, tres perros y m vivo. Su compromiso, por lo tanto, está con la vida. Ni más ni menos. Él escribe para ser entendido y a ese tipo de literatura la llama “literatura socialmente útil”.

                Juan Farias no rechaza ningún tema por difícil o escabroso que sea y los trata todos de esa manera tan personal y honesta, tan característica. Así, lo acabamos de mencionar, no es extraño que sus historias aborden los temas de la guerra, las diferencias sociales, el suicidio, la venta de niños, el hambre; pero también el amor, la ternura y la valentía. Todos ellos van unidos por la coherencia narrativa del autor que suele implicarse en lo que cuenta; aunque de una manera distanciadora. Así, desde lejos, desde esa reflexión externa, llega a lo más profundo, a la fibra humana, a esa lugar que, por no saber muy bien cómo llamarlo, lo llamamos alma. Un ejemplo sería el personaje de Nuria, la niña con una deficiencia de Un tiesto lleno de lápices.  Sobre Nuria, dice el autor: “Nuria es real, existe, la conozco desde hace años con su deficiencia suave. Lo más enternecedor de Nuria es su madre, esa mujer sólo tiene el deseo de morir un día después de su hija.”



”NUNCA PASA NADA ” (ESCENARIOS)



                Juan Farias centra siempre sus relatos en una realidad -que puede existir o que es un sueño, no importa-. Sobre esa realidad va levantando el edificio de pasiones y deseos de sus personajes. Jamás operan en el vacío. Juan Farias se centra en la sociedad rural, no alude a la gran ciudad -en todo caso para rechazarla-, se centra en los pequeños pueblos, esos en los que todo el mundo se conoce; pueblos que se dedican a la pesca o al campo. Generalmente, las narraciones se inician presentando, de manera rápida, pero muy poética, ese escenario que no es indiferente a los personajes; sino que se convierte en uno más, en pieza indiscutible del relato. Así dice Magdalena Vásquez Vargas, y estamos plenamente de acuerdo, “Muchos de sus libros se inician describiendo el lugar en donde suceden los acontecimientos, el cual es frecuentemente un pueblo de campesinos o de pescadores. La caracterización que se hace de él es similar en todos sus libros, pero el tratamiento literario es distinto. Hay momentos en que se llega incluso a constituirse en personaje” (17).

                A la sombra del maestro transcurre en un pueblo de Galicia, pequeño también, de esos que, en principio, son anónimos, pero que si lo miramos bien, descubrimos un trasfondo sólido y singular.

                Ronda de suspiros se desarrolla en un pueblo tan efímero como el título de la obra: Puebla del Viento. La historia es pura ficción y se desarrolla en otro pueblo de Galicia, en un pueblo mágico que bien pudo existir por la alusión al mar, a las gaitas, a las brumas, a las costumbres, aunque Farias oculta el origen del pueblo, su localización:  “No pregunte rumbos ni pida mapas, que no tengo respuesta. Escribí esta historia dictado de un duende y los duendes, señor, son poco dados a decir dónde están las ínsulas de los cuentos” (18).

                Miradonde es otro pueblo especial que sigue, desde tiempos remotos, exactamente igual. Es uno de esos pueblos en los que parece que nunca pasa nada: “El lugar de Miradonde ni crece, ni encoge, como otros. De siempre, son siete casas de pescadores, la taberna de Paco y la ermita de San Benitiño, todo a orilla del mar, detrás de las dunas y sobre las rocas” (19).

                Miradonde vuelve a aparecer, de forma tantalizada en el tiempo, en Ismael, que fue marinero: “La aldea se llama Miradonde y está donde acaba el Mundo, arriba, al noroeste de casi todo, sobre los acantilados, por encima del vuelo de las gaviotas. Miradonde, con estar en la línea de la costa y ser marca para que combien rumbo los barcos que hacen el cabotaje, no tiene puerto ni sotavento que le dé abrigo. Aquí la línea de la costa es roca abierta a la mar y un anaco de playa a la mar abierta. Caminos de barro y piedra, casas, pocas, de piedra enmurgada en la cara que da a la lluvia, el humo a salir entre las lascas de pizarra de las techumbres, y hay días que el humo no sube, que el peso del aire lo hace bajar, a que se enrede en el suelo y con el aliento de quien pase. Aquí todo es románico, todo, la iglesia, mi casa, el cura, las casas, el caldo de berzas, el olor de los establos y el andar de la gente” (20).

                Otro de esos pueblos medio desdibujados es el de La isla de Jacobo. Aquí el enfrentamiento o el contraste se da gracias a la visión de Jacobo, del niño, entre dos pueblos separados por el río y el puente romano. A un lado está el pueblo viejo, el típico pueblo antiguo, con castillo, iglesia y cigüeña y, al otro, está el pueblo nuevo, sin nada que lo distinga porque allí todos los pisos son iguales. El río baja sucio por los residuos de la fábrica y la vida rural que tanto ama el abuelo está condenada a desaparecer de antemano. Algo similar se denuncia en El último lobo.

                Y no sólo hablamos de pueblos, sino de las calles, los lugares concretos por los que transcurre la vida; así lo vemos en La cuesta de los galgos, la calle del mismo nombre en que vive Pedro con su familia, o el callejón en que habitan los Piñeiro: “Los Piñeiro vivían en el Paso de Degolladores, un callejón estrecho, tanto que Xenso, si se ponía en el medio, con los brazos abiertos, tocaba su casa y la de enfrente” (21).

                Quizá el pueblo más emblemático de la narrativa de Farias sea Media Tarde, el pueblo que parece estar en sazón y que sucumbe al olvido, a la tristeza: “media Tarde es un pueblo pequeño y sin importancia. No puede aparecer en los mapas ni figura en las enciclopedias”  (22). Un pueblo comparable al Macondo de García Márquez o al Región de Juan Benet.

                Precisamente es esa guerra que no acaba de pasar de largo la que da el golpe de gracia al pueblo que, por insignificante que fuese, tenía vida. El pueblo en El guardián del silencio se queda con un solo habitante, Justo, que tal vez ni sea real. El pueblo se pierde en la memoria y finaliza de manera dolorosa como si nunca hubiera importado a nadie: “Media Tarde tiene el color de la tierra en agosto. Ya no está en la ruta de las cigüeñas. Busqué recuerdos de todo lo que había oído contar. Encontré alguno, pero deshecho o comido por la maleza. Media Tarde, que no aparece en los mapas, que no figura en las enciclopedias, ha muerto consumido por la soledad” (23).

                Vamos viendo que podemos identificar estos lugares con la Galicia natal del autor. Algunas veces, pocas, Juan Farias da nombre a los escenarios y entonces sí se sitúan “en el mapa”, como diría el mismo, aunque nunca son historias de ahora, sino del pasado. En Bandido hay continuas alusiones a la Tuy medieval y Los pequeños nazis del 43 se desarrolla en el Lugo de la inmediata posguerra.

                La Galicia mítica, la musical, la brumosa, la marinera y la soñolienta es la que ha calado en la mente y en el sentimiento de Farias; pero “Hablamos de una Galicia que ya no existe, que quizá nunca existió más que en mi memoria. Después de vivir tanto, empiezo a pensar que el mundo, y todo, es una visión personal, que cada uno de nosotros vivimos en un planeta distinto. Soy yo, y no Galicia, quien tiene que creer en los ánimos, en otra vida, en otra dimensión distinta. Mis juegos de infancia, mis ensueños, mis pesadillas le dan forma a la Galicia que vive en mi memoria” (24).

   

“CADA LIBRO ES UNA MÁQUINA DEL TIEMPO” (SITUACIÓN TEMPORAL)



                Los espacios que retrata Farias son ya evocaciones, son restos de lo que fue, hablan de un pasado que no existe, de unas costumbres, de unos usos que ya se han ido. La literatura de Farias destila mucha melancolía. Así, suele escoger a algún personaje anciano como portavoz para que deje constancia, a la manera de un abuelo cariñoso, a los niños de esa España que ya no existe, que ha sido devorada por la industrialización, por el crecimiento urbanístico, por los intereses de todo tipo; aunque esos no son sus únicos temas.

                Juan Farias se distancia de lo que cuenta y eso le permite dar una visión más real, sin añadidos, sin compromisos personales, sin ideas sesgadas. Se aleja de lo que cuenta, pero a la vez se involucra porque en sus imágenes tremedamente poéticas y nostálgicas va un tiempo que ya no es, pero que nos marcó. Es el caso de la guerra en Media Tarde: “La guerra no pasó sobre Media Tarde como sobre otros pueblos. En otros pueblos mataban a la gente a cañonazos, deshacían las casas a cañonazos o con las bombas de los aviones. En otros pueblos la gente pasaba más hambre y más miedo” (25).

              Es el pueblo de Martín Piñeiro; “Han pasado setenta años y en el puerto todo sigue igual, algún barco de bajura, barcas, trajinar de pescadores y un enjambre de gaviotas alborotadas que se apaga al caer el día” (26).

             O es el paso del tiempo y el recuerdo: “Que a Martín le gusta volver despacio, por las calles que ya se quedan vacías, que la gente de ahora, por culpa de los televisores, se retira pronto, y así Martín puede, de camino a casa y por los caminos de la memoria, saludar a la gente de antes, a los que ya no están en el censo de los vivos. Martín saluda y ellos también sonríen” (27).

              E, incluso, es Juan el Viejo que pasea con su nieta Maroliña y recuerda su propia vida y desgrana, para la niña, su infancia, su juventud y su vejez porque conocer la propia realidad, de dónde venimos es esencial para enfrentarse al futuro: “Don Paco solía decir: -Uno tiene que saber dónde vive. Y nos sacaba a dar clase de eso. Íbamos con él, por las calles, que nunca fueron muchas, viendo cosas que veíamos todos los días, la casa donde vivió el verdugo, el puente que hicieron los romanos para invadir sin mojarse los pies, la campana de la iglesia, que es de bronce, y la pagó el pueblo, a escote, los legajos del ayuntamiento, en los que queda escrito cuándo naciste y de quién eres hijo, por qué hay una rana a los pies de la imagen de San Froilán...” (28).

                A Juan Farias no es que no le interese el presente, al contrario, lo que ocurre es que necesita dejar reposar lo que cuenta, lo que observa, lo que ve para poder tratarlo con mayor contención y efectividad: “... primero hay que dejar que las ideas reposen, que el tiempo las depure; el tiempo, mejor que tú, sabe lo que la historia tiene de superfluo” (29).

                Los tiempos que evoca Juan Farias son los de la guerra, los de la posguerra y los tiempos remotos, casi mágicos, de la Edad Media, aunque tampoco rechaza aquellos aspectos de la realidad inmediata que le son necesarios para seguir expresándose. Con todos ellos teje un mimbre literario de primera calidad para que el niño actual no tenga que renunciar ni a su historia ni a su pasado. Al fin y al cabo, parece querer decirnos, vivimos una especie de eterno retorno, conviene no olvidarlo: “En Miradonde hoy es igual que mañana y que antes. El amor y la muerte siguen siendo el afán y el fin, quizá los dos la misma cosa, no lo sé ni voy a ponerme a pensarlo” (30).



“SI LA MAR LE DA LICENCIA” (EL MAR)


                El mar o la mar es una realidad presente en muchas de las historias que nos cuenta Farias, ya sea la playa, la costa, los barcos pesqueros o el deseo del propio mar. Muchos de los niños protagonistas viven en pueblos pesqueros y saben de la dureza de esa vida porque el mar no es siempre aventura para los personajes, sino el medio de ganarse la subsistencia diaria. Al polizón de El barco de los peregrinos le llama la atención que los marineros del barco no sean gentes duras, sino que deseen volver a casa:  “Yo iba de grumete en un barco donde el capitán no era heroico ni satánico y la tripulación sólo quería volver a casa” (31). Precisamente en en esta novela, el barco recibe el nombre de Aturuxo, término importante para el autor porque con él ha bautizado a su propia casa.

                En Grumete es el padre de Ismael, de 10 años, quien lo enrola como grumete en el “Catoira”, un barco de cabotaje que supondrá la mejor aventura para el niño, un viaje iniciático.

                El mar puede ser tranquilo, manso, apetecible: “Amaneció con la mar casi en calma y por primera vez en mi vida pude ver cientos de peces voladores. Saltaban sobre las olas y eran como puñados de luz o plata al sol. tenían alas de cristal” (32).         El mar es también ansiedad, la puerta hacia nuevos mundos, motivo para dejar volar la imaginación: “Pedro cogió su caja de colores, su cuaderno de dibujo y dibujó la mar. Y en la mar dibujó un barco de vela. Y en el barco, un capitán pirata, con una pata de palo y un loro en el hombro, que perdía la paciencia porque no había enemigo a la vista.” (33).

                Y es, como dijimos, el lugar de trabajo, causa de angustia y de desazón, pero también de alegría y de esperanza. Veamos un par de ejemplos de Los Corredoiras: “Y corrió a la Punta de la Nécora, que es la que más se adentra en la mar. Allí estaban las otras mujeres, y todas esperaron bajo la lluvia y el viento, durante el día y la noche, a veces iluminadas por el destello del faro de San Cidrián, a veces por el relámpago”. “Pasó la noche, y al alba, con la marea baja, saliendo la luna casi a la par que el sol, amainó el viento. Los barcos pudieron hacer la maniobra, dejar la capa y aproar a tierra” (34).

                El mar, pues, va ligado a los recuerdos de Juan Farias y no hace falta ser demasiado atinado para relacionarlo con su propia biografía, pero resulta esclarecedor que sea el propio autor quien nos lo cuente:

                “Un siempre escribe apoyándose en la memoria, incluso cuando imagina viajes a la luna o cosas fantásticas. De jovencito, y aún de hombre, fui marinero, tengo mucha mar encima de los huesos, muchos  silencios, distancias, vientos y soledades. (...). La mar es una parte importante de mi vida, toda una enorme masa de recuerdos, experiencias, afectos y sobresaltos, con los que se puede completar no una sino cien historias. La mar, como el amor, da mucho de sí” (35).



“LOS DÍAS DE MARTÍN NO HACEN RUIDO” (NIÑOS Y ANCIANOS Y PADRES)



                Los niños no son los protagonistas esenciales de su obra; sino, más bien, son los ancianos, aunque quizá tampoco sea así exactamente. Tampoco son los ancianos los protagonistas sino sus historias, mejor aún. los niños que ellos fueron un día. El abuelo Martín, en Los caminos de la luna, es un ejemplo admirable de lo que queremos decir. Martín, ya anciano, acaba por entender a su abuelo y le brinda un homenaje: “Tardé años, tuve que vivir mucho, crecer y hacerme viejo para saber a dónde se iba el abuelo. El abuelo, memoria adentro, se iba a tener veinte años, a tocar el tampor en la feria de Celanova, a mirar de reojo a la pequeña bailarina de ojos claros y sonrisa triste, a mi abuela cuando ella aún no sabía que iba a serlo” (36). El abuelo de Por donde pasan las ballenas es también muy consciente de esa infancia que se ha ido, aunque no perdido: “Han pasado los años, muchos, y todo sigue igual, nada se mueve más deprisa. Si tu paciencia te trajo a esta postdata, ya sabes de la infancia de un hombre común, de un pescador que al alba de todos los días sale a la mar, si la mar le da licencia” (37).

                En el recuerdo de un anciano se concentra toda la experiencia de la vida, todo el porvenir y la nobleza que intenta transmitir a los niños que parece que aún saben escuchar. De todas maneras, los padres y las madres son también personajes esenciales en varias de sus historias, puesto que Juan Farias suele centrar lo que cuenta en el plano familiar:



-En Los Corredoiras Andrés y Manuela son los padres de Pedro y Marta, aunque Andrés muere en el mar. Eso desencadena un cambio en la vida de su mujer y sus hijos que, de repente, tienen que crecer.



-Martín, en La infancia de Martín Piñeiro, es el abuelo que vive con su hija y que recuerda. A Martín le gustaría tener grandes historias que contar a su nieto Nicolás, pero no puede competir con las modernidades (Supermán, la televisión...).



-Jacobo, en La isla de Jacobo, es el niño que gracias al abuelo aún tendrá una herencia, aunque le toque vivir en un mundo distinto, industrializado.



-Juan el Viejo, en Los caminos de la luna, sabe mucho de  todo y quiere transmitírselo a su nieta, en quien siembra el poso de la ternura: “Aquel día pasaron más cosas y me acuerdo de las más importantes, de un cachorro de palleiro, que lloraba porque no encontraba a su madre, del sacristán, a medio afeita, de Anselmo, el municipal, haciendo equilibrios en la torre del reloj para adelantar el reloj un cuarto de hora, y del sol, que vino a caerse dentro de aquel charco y me deslumbró cuando iba a ver reflejadas las piernas de Marola” (38).



-El abuelo de Pedro, en Un cesto lleno de palabras, trabaja en una imprenta y le regala un cesto lleno de palabras que le sirven para crecer y para recrear su vida.



-Juan y sus padres, en El estanque de las libélulas, tienen una vida difícil porque son pobres, pero tienen la entereza y el amor suficiente como para enfrentarse a la vida con alegría, pese a las injusticias.



-El abuelo es el cómplice del niño en Por donde pasan las ballenas:  “Cuando todos dormían y papá roncaba, el abuelo vino a mi habitación, de puntillas, con las zuecas en la mano, queriendo no hacer ruido”. “Claudio y el abuelo, sentados en el poyete de la entrada, debajo de la glicina, veían la mar y llevaban cuenta de lo que pasaba” (39).



-Acabamos con la referencia a un padre y a una madre que nos parecen especialmente bien descritos. Son los de Un tiesto lleno de lápices. La madre es una mujer valiente, que se ocupa de sus hijos, de la casa y lo hace con entereza, pese a tener una hija especial como Nuria, como comentamos ya. Y el padre es un hombre imaginativo, un hombre que contagia la alegría de vivir, que sabe crear, con sus dibujos, otros mundos e involucrar a sus hijos en ellos.                     


“EN CASA NO SUELEN PASAR COSAS SORPRENDENTES”     (LO COTIDIANO)



                Lo que cuenta Juan no es nada que no pueda o haya sucedido ya. El niño narrador de Un tiesto lleno de lápices nos ayuda a entender el universo de Juan Farias. Este niño quiere escribir e intenta hacerlo sobre su familia:

                “Pensé que primero debía hacer un poco de historia, contar quiénes son mis padres y cómo se conocieron, dónde nací y qué día, cuántos hermanos tengo y cómo se llama cada uno”.

                “En casa no suelen pasar cosas sorprendentes, todos los días se come a la misma hora,  no hay cocodrilos en el pasillo, papá no es el delantero centro de la Selección Nacional de Hockey, ni yo soy el segundo hermano del Conde Drácula”.

                “No pasa nada.

                Llueve y no me dejan ir de pesca.

                No tengo muchas cosas que contar.” (40).

                Este niño que, inicialmente, piensa que no vale la pena escribir sobre lo cotidiano, acaba sumergiéndose en su propia familia y descubriendo las grandes alegrías y sorpresas que le depara su vida diaria. Que no pase nada no quiere decir que no sea digno de ser contado. Este niño se da cuenta de que lo que le rodea es fascinante y ésa es la apuesta que hace Juan Farias con el lector.

                Algunos niños, tres perros y más cosas contiene una serie de cuentos preciosos en los que se valora la imaginación, se desdeña el aburrimiento y se demuestra que las cosas menos importantes son las que, al final, más cuentan, como un catalejo, una cinta azul, un pobre perro perdido o dos pájaros enamorados.

                Juan Farias se introduce en la vida de los pueblos, en sus fiestas, en sus dolores y en el transcurrir de los tiempos. Alude, a menudo, a la verbena de San Juan como un momento mágico en la vida de las gentes. También hace mucho hincapié en el paso de las estaciones, que marca el sucederese de los años y que, en fin, señala el proceso que todos los niños han de seguir: crecer.

                Juan Farias subraya la capacidad del ser humano para sobrevivir en tiempos difíciles y superarlos. Lo vemos en Bandido o en Los mercaderes del diablo.

                En suma, el autor busca lo esencial de la vida, pan vino, orujo, un buen pesaco, cebolla, un trozo de queso... cosas que parecen ínfimas, pero que contienen todo un mundo. Muestra el valor de la amistad y de la solidaridad, del afecto, de la entereza. Juan Farias entiende que no hay humillados, sino sólo quienes los humillan. Juan Farias no cubre la realidad con colores, sino que la destapa, pero no de manera dramática, sino cotidiana. la vida, parece decirnos, es así y eso es todo: “Me gusta lo cotidiano. Creo que vivir es una aventura emocionante. Enamorarse, odiar, ser odiado, querer, ser querido, crecerse o llorar de impaciencia... Si queréis rodearlo de chinos, de naves espaciales, de zombies, o de lo que os plazca, hacedlo. Pero no será literatura si dentro no tiene seres humanos. Por otra parte, recordad que lo exótico, para un tipo de Tokio, es que en Pontevedra toquen la gaita” (41).

                Hay algo en Farias que encandila, que emociona, que inspira ternura y ese algo es quizá la buena literatura, su humanidad, porque Juan Farias no escribe historias de niños para niños, sino historias y punto, como él diría.


“LAS COSAS EXISTEN EN CUANTO TIENEN NOMBRE” (EL NARRADOR)



                Juan Farias se distancia, sí, pero a la vez adopta la personalidad de otro narrador y puede ser un juglar o es el niño protagonista o es el abuelo o es el escudero de Amadís de Gaula, pero todo entreverado de la riqueza propia de la literatura oral: “Yo diría que la literatura oral va por delante de las otras y disfruta de auténtica libertad, hasta el punto de permitirse formar o deformar un idioma . La literatura escrita es más lenta y padece de vanidad: cree, ingenuamente, en su importancia y perennidad” (42).

                En A la sombra del maestro el narrador es un anodino escribiente municipal que, un día, empieza a contar las cosas y descubre que es un buen observador de su pueblo; pero esto no sucede porque sí, sino porque “se le encienden los espejos”, esto es, se enamora y el amor le da ánimos y nuevas perspectivas.

                Juan Farias suele acudir a formas orales a la hora de entrelazar sus palabras. En Los Corredoiras no es extraño encontrar fórmulas como “y aún vive, señor”, “no sé si tengo dicho”, “no recuerdo”, “ya usted sabe”. Lo mismo sucede en Por donde pasan las ballenas: “ya sabes”, “créeme”, “deja que te cuente”, “ya te lo tengo contado”...

                En Carmela y el vagabundo se cuentan dos historias antiguas y ejemplares y las cuenta Juan Farias al estilo de aquellos cuentos de viejo que se contaban al amor de la lumbre para ejemplificar, para mostrar el alma humana.

                En La espada de Liuva el narrador es como un juglar que muestra la historia como un hecho legendario:

                “Liuva, señor, el héroe de esta historia, vivió en tiempos de Maricastaña, cuando aún se hablaba de dragones y encantamientos, cuando la mar no tenía más orilla que ésta y el sol, según el buen entender de los sabios,  iba de un lado a otro por la gracia de un Dios creador, el artífice de los siete días, el que separó la luz de la oscuridad” (43).

                Hacia la mitad del relato, el narrador se presenta y esa presentación aporta una novedad al relato, puesto que no es el autor quien cuenta, sino el propio narrador. “Yo, señor, en aquel tiempo, me llamaba Gandalín y era escudero de Amadís de Gaula” (44).

                Es sobrecogedor el final, y allí no sabemos quien habla realmente, si el narrador o cualquier narrador del mundo porque como dejamos dicho en algún momento de este estudio, a Farias le interesan las historias ni quien las cuenta. Copiamos el fragmento por su belleza y por su valor en el punto que tratamos: “Me preguntará, señor, cómo puede haber sido Gandalín, escudero de Amadís de Gaula, y estar hoy aquí atendiendo esta computadora en la que debo registrar nombre y número fiscal de quienes compran pan a plazos. Le diré que esto bien puede ser a fuerza de cumplir años, dos mil o más, que estuve con Moisés en el paso del mar Rojo, que cargué la pólvora y los fideos que Marco Polo trajo, desde China, a la Serenísima República de Venecia. Y más, que fui criado de un poeta rico y de un político honesto que vivió a mediado del siglo XVIII. Es muy simple. Unos viven años y otros, no sé si por olvido de la muerte o voluntad de Dios, cumplen siglos y hasta milenios. También puede ser, pienso, que a fuerza de lecturas, como vino a pasarle a más de uno, me pueda permitir el lujo de subir y bajar, de ir y venir por la historia real y las imaginaciones, que cada libro, señor, es en sí una máquina del tiempo” (45).



“Y NO DIJO MÁS Y DIJO MUCHO” (ESTILO)



                Juan Farias no obvia las situaciones más duras y critica aquellos aspectos de la sociedad que no le gustan, como el quiero y no puedo, la ambición desmesurada, la avaricia, la falta de valores, el progreso sin sentido y la humillación a que son sometidas algunas personas por parte de aquellos que se consideran superiores.

                De manera socarrona, irónica muchas veces, va marcando su propio territorio y dejando claras unas cuantas verdades indispensables. Como, en La costa de los galgos, cuando desaparece una de las chicas del pueblo y las gentes se quedan despiertas esperando, oliendo la desgracia. Al final, se sienten decepcionadas porque no ha pasado nada terrible ni irreparable.

                Mediante frases sencillas, con muchos puntos y aparte, economizando medios, de una manera concisa y muy concentrada, Farias va llegando al fondo de las cosas. Parece aplicar la máxima conceptista de Baltasar Gracián, “Lo bueno si breve, dos veces bueno”. O sino, leamos un ejemplo de Años difíciles:

                “Pasó un tanque,

                un capitán a caballo,

                treinta o cuarenta soldados a pie

                y un camión.

                Iban a la plaza”.



                Esta sobriedad estilística, en ningún momento está reñida con la poesía, con el uso de figuras retóricas que embellecen sus frases y añaden nuevos matices a lo que cuenta. Como no pretendemos hacer una lista de figuras retóricas, comentaremos en general que figuras aprecen más, y, por supuesto, no nos resistiremos a poner algún ejemplo



             El paralelismo se ajusta muy bien al estilo sobrio y acumulativo del autor que deja para el final lo más importante:

                “En Media Tarde había cinco mozas de buen ver:

                la hermana de Macario, que no era bizca,

                la nieta de don Diego, que era bajita y gorda,

                la cuñada de Angustias, que tenía el pelo rojo,

                la sobrina del cura, que era muy amable,

                y una prima de Juan de Luna, que tenía los ojos azules” (Años difíciles).



                 “Se dio pan a una vieja que robaba pan.

                Se puso en el cepo a un tabernero de los de media de vino, media de río.

                Se encerró en un convento al doncel que quiso matarse por amor.

                Se juzgó a Xusto” (Bandido).



                “A nada, a cruzar la plaza donde los viejos jugaban a la petanca.

                A nada, a decir buenos días a éste y al otro y sonreír al decirlo.

                A nada, a dar un grito y alborotar a las palomas” (Un cesto lleno de palabras).



                La personificación, que le sirve para dar a las cosas matices humanos, para insertarlos en la historia como personajes más:



                “El sol, de salir, se entretenía en los patios, enredaba con las nubes y perdía el tiempo por los tejados, a calentar el lomo de los gatos” (La infancia de Martín Piñeiro)



                “La barca, tres metros y poco de eslora, blanca, aparejada con una latina azul, en cuanto se supo con viento, empezó a vivir” (La infancia de Martín Piñeiro)



                “A mí y al viento nos gusta verle las piernas” (Por donde pasan las ballenas)



                “El viento, el sueño y el tiempo tomaron una decisión y el padre se quedó dormido un día y otro, una semana, un mes y otro mes, un año y otro año y otro año...” (Algunos niños, tres perros y más cosas).



                “El catalejo, impaciente, se estiraba más que nunca para descubrir la ventana y a mi abuela, tan guapa, tan viejecita encantadora, sonriente, asomada para darle la bienvenida con una sonrisa y un delicado pañuelo de encaje de Camariñas” (Algunos niños, tres perros y más cosas).



                Son también frecuentes las antítesis, que le sirven para oponer conceptos opuestos, las anáforas para ponderar una idea y las metáforas. Por otro lado, Juan Farias conoce bien el idioma del pueblo y maneja con soltura refranes y frases hechas, así como la paradoja, que le permite ironizar de manera distanciadora, pero efectiva.

                En suma, estos son los rasgos, de manera esquemática, más efectivos del estilo de Farias. Él añade: “Uno debe decir lo que quiere con precisión y brevedad. Me aburro cuando cojo un libro al que le sobran páginas. (...) Me entusiasma que me cuenten historias, pero me molesta lo superfluo” (46). Juan Farias sigue las propuestas de Italo Calvino, esto es, la levedad, la rapidez, la exactitud, la visibilidad y la multiplicidad.



“HABLAMOS DE OTRA COSA QUE ES LA MANERA DE DISTRAER A LAS TRISTEZAS” (OTROS ASPECTOS)



                Habría, por supuesto, tantos otros aspectos que tratar de la producción de Juan Farias que aquí no podemos ya comentar para no dilatar demasiado este estudio, aunque sí quisiera esbozar algunos otros puntos que otro día bien podríamos analizar. El amor, sin ir más lejos, es un tema presente en muchas de las novelas de Farias, el amor de la pareja y el amor en general. En Ronda de suspiros el amor, en todas sus formas, mueve el mundo y le da sentido, a la solterona, al avaro, a los niños, a la madre soltera, al medio tonto y al pobre. A todos.

                Bandido es otro ejemplo de historia breve que debe leerse despacio por toda la carga de denunicia que conlleva. Es la historia de un ladrón más bueno que el pan, es la historia del hambre y de la miseria, pero también del amor y del cariño.

                Farias relata como nadie el paso del tiempo, lo hace con una mezcla de ternura, de nostalgia y de sentimiento de pérdida y de soledad porque todos los ancianos que recuerdan lo hacen con melancolía porque no sienten ser ya viejos, sino que el mundo que para ellos fue importante desaparezca y a eso se resisten, como se resiste Farias. Frente al olvido, emerge grande y poderosa la memoria que es el antídoto que nos ofrece nuestro narrador.

                Otro de los aciertos de Juan Farias es la inclusión de notas a pie de página en algunos de sus libros, lo cual no suele suceder en la literatura infantil, pero que amplía el vocabulario y la visión de los lectores acerca de las cosas y de los nuevos contenidos, aunque nunca pretenden ser motivo de actividades académicas. De ésas huye el autor. La literatura ha de ser placentera, no obligación.

                ¿Qué busca, en definitiva, Juan Farias? Busca denunciar las guerras y explicarlas a los niños, lo cual no es tarea baladí; busca darle la vuelta a las cosas y ponerlas en su justo sitio; busca contar historias breves y contundentes; busca recordar, aportar nuevos puntos de unión entre el pasado y el presente; busca darse a él mismo unas cuantas respuestas. Quizá la más importante de todas, por lo difícil que es, sería obtener la respuesta al porqué de la vida y, por cierto, al porqué de esa otra compañera que no la abandona, que es la muerte. Eso acaso quiere explicarse el autor: la vida y la muerte hermanadas a través de la literatura, pero sin estridencias, porque, después de todo, el paso del tiempo, el paso de las estaciones, crecer, hacerse adulto, enamorarse, llegar a la vejez, seguir viviendo son sólo escalas de un mismo camino.


NOTAS A PIE DE PÁGINA
                            


(1).  “Entrevistamos a ... Juan Farias”, en Peonza, 34, 1995.

(2). “Charla de Juan Farias”, en Papeles de literatura infantil, nº 9, febrero, 1989, p. 11.

(3). “De niños, aventuras, televisión y otras cosas”. Cedido por el autor.

(4). José Ignacio Bermejo Alonso: “Hemos entrevistado a Juan Farias”, en Encuentros, nº 7, diciembre 1995.

(5). En carta 25-1-1990.

(6). En carta 22-1-1990.

(7).  “Juan Farias habla sobre Juan Farias”, cedido por la Fundación Germán Sánchez Ruipérez.

(8). Cf. nota 3.

(9). Cf. nota 4.

(10). Juan Farias: “La creación literaria en la radia”, en Actas del II Simposio Nacional de Literatura Infantil, Ávila, 1982.

(11). CLIJ, 30, p. 28.

(12). Cf. nota 4.

(13). Isabel Cano: “El autor y su obra”, Primeras Noticias, año XV, junio.julio, nº 119, 1993.

(14). En carta 25-1-1990.

(15).  Cf. nota 3.

(16). Cf. nota 13.

(17). Magdalena Vásques Vargas: “la transformación de los pueblos en la narrtativa de Juan farias”,  Lazarillo, nº 1, año 2000.

(18). Ronda de suspiros, pág. 11

(19). Por donde pasan las ballenas, pág. 25.

(20). Ismael, que fue marinero, págs. 10-12.

(21). La infancia de Martín Piñeiro, pág. 20.

(22). Años difíciles, pág. 6.

(23). El guardián del silencio, págs. 136-137.Ed Gaviota.

(24). Cf. nota 4.

(25). Años difíciles, pág. 46.

(26). La infancia de Martín Piñeiro, pág. 56.

(27). Ibid, pág. 76.

(28). Los caminos de la luna, pág. 46.

(29). Cf. nota 13.

(30). Ismael, que fue marinero, pág. 107.

(31). El barco de los peregrinos, pág. 54.

(32). Ibid., pág. 44.

(33). Un cesto lleno de palabras, pág. 21.

(34). Los Corredoiras, pág. 12-13.

(35). Cf. nota 13.

(36). Los caminos de la luna, pág. 88.

(37). Por donde pasan las ballenas, pág. 123.

(38). Los caminos de la luna, pág. 87.

(39). Por donde pasan las ballenas, págs. 17, 27.

(40). Un tiesto lleno de lápices, págs. 16, 57.

(41). Cf. nota 4.

(42). Cf. nota 10.

(43). La espada de Liuva, págs. 9-10.

(44). Ibid., pág. 36.

(45). Ibid. págs. 121-123.

(46). Cf. nota 13.



                BIBLIOGRAFÍA DE JUAN FARIAS



EDITORIAL LÓGUEZ:



                “Los niños numerados”

                “Los pequeños nazis del 43”



EDITORIAL MARPOL



                “El perro sin rabo”

                “El mapa y los pájaros”



EDITORIAL ESPASA-CALPE



                “Algunos niños, tres perros y más cosas”

                “Un tiesto lleno de lápices”

                “Cuarenta niños y un perro”

                “Grumete”

                “Por donde pasan las ballenas”



EDITORIAL BRUÑO



                “Los apuros de un dibujante de historietas”

                “La infancia de Martín Piñeiro”

               









EDITORIAL ANAYA



                “El hijo del jardinero”

                “La fortuna de Ulises”

                “Anacos de pan de millo”

                “Los caminos de la luna”

                “Los cuadernos de Diego”

                “La costa de los galgos”

                “Un cesto lleno de palabras”



EDITORIAL SM



                “Carmela y el vagabundo”

                “Las cosas de Pablo”

                “Ronda de suspiros”

                “El hombre, el árbol y el camino”

                “La espada de Liuva”

                “Los mercaderes del diablo”

                “Los Corredoiras”



EDITORIAL EDELVIVES



                “Cuando Arturo se escapó de casa”

                “Desde el corazón de las manzanas”





EDITORIAL ALFAGUARA



                “A la sombra del maestro”



EDITORIAL EVEREST



                “Los duendes”

                “La posada del séptimo día”

                “Ismael, que fue marinero”



EDITORIAL RIALP



                “La isla de Jacobo”



EDITORIAL SUSAETA



                ”La isla de las manzanas”

                ”El niño que vino con el viento”

                ”Por tierras de pan llevar”

                ”El último lobo”

                ”Bandido”

                ”El estanque de las libélulas”



EDITORIAL GAVIOTA



                “Crónicas de Media Tarde”:

                               -”Años difíciles”

                               -”El barco de los pereginos”

                               -”El guardián del silencio”